El problema no es que sean ricos, sino riquísimos, ineficientes y a costa de los demás

Conseguir que los riquísimos que dominan el planeta contribuyan como los demás al mantenimiento de la sociedad, que se desincentiven y penalicen sus abusos de poder en los mercados, que se persiga y castigue su torticera influencia en la política o que se fomente la meritocracia y se penalice la gran herencia no es un objetivo político o ideológico, sino un imprescindible imperativo ético.