Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

El problema no es que sean ricos, sino riquísimos, ineficientes y a costa de los demás

Publicado en Público.es el 19 de diciembre de 2020

Hace unos días mi compañera y amiga Carmen Lizárraga, profesora Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Granada, publicó un comentario en Twitter señalando la abismal diferencia de ingresos entre los dueños de Inditex y Mercadona y sus trabajadores. Era una manera rápida, como no puede ser de otra forma en esa red social, de llamar la atención sobre las enormes diferencias de ingresos que se dan en el seno de las empresas, algo que muchos economistas bastante ortodoxos han reconocido siempre como una fuente de ineficiencias y pérdida de productividad, tal y como ella misma se encargó de señalar en un artículo posterior (aquí).

Lo curioso del caso fue la tremenda reacción que suscitó su comentario, desde los insultos más o menos habituales hasta las acusaciones de comunista, bolivariana, ignorante, radical… simplemente porque, tras limitarse a proporcionar los datos de ingresos, recurrió a la ironía escribiendo: “¿Como se llama la película? Con el sudor de los de abajo”.

El caso me parece que va más lejos de la simple anécdota. Cuando se proporcionan datos sobre las grandes desigualdades de nuestro tiempo y se reclaman medidas de política económica para reducirlas casi siempre se suele encontrar ese tipo de reacciones. Los medios de comunicación, los economistas, periodistas o políticos comprometidos con la defensa del orden establecido responden de manera furibunda, descalificadora y repitiendo siempre los mismos argumentos: las diferencias de ingresos actuales son naturales y han existido siempre, se deben exclusivamente al valor que aportan las personas ricas, más innovadoras y competitivas, y no son negativas sino deseables porque su existencia genera crecimiento económico y empleo, además de mucha ayuda a los demás, gracias a su generosidad.

Lo cierto, sin embargo, es que nada de esas supuestas ventajas responden a la realidad.

– En nuestra época hay más milmillonarios (o su equivalente en términos reales) que nunca. En 1996 había 423 en todo el mundo, mientras que, según la revista Forbes, en marzo de este año eran 2.095, cinco veces más (aquí). De ellos, 24 en España, muy por debajo de los 651 de Estados Unidos, 390 de China, 110 de Alemania o 39 de Francia y 36 de Italia.

– La riqueza de los milmillonarios también alcanza hoy día el porcentaje más alto sobre la riqueza total del último siglo y quizá de la historia: esas 2.095 personas representan el 0,00003% de la población mundial mientras que su riqueza equivale al 12% del producto bruto anual de todo el planeta. En Estados Unidos, las 614 personas más ricas tienen una riqueza equivalente a la que poseen los 165 millones que constituyen la mitad más pobre de su población.

– No es verdad que la riqueza de los milmillonarios sea el resultado de su innovación o de que sean capaces de incorporar avances que supongan mejoras en el crecimiento económico o el empleo. Hay una prueba evidente, precisamente en estos últimos meses de pandemia: desde el último mes de marzo al 7 de diciembre, el patrimonio neto de los 651 milmillonarios estadounidenses ha aumentado en un billón de dólares, al pasar de 2,95 billones a 4,01 billones (datos aquí).

Otras investigaciones también han demostrado que la innovación ha cambiado de pautas en los últimos cincuenta años. En los setenta del siglo pasado sí era cierto que la innovación se producía mayoritariamente en el seno o por impulso de compañías privadas, lo que justificaría sus beneficios extraordinarios. Actualmente, por el contrario, se sabe que alrededor de las dos terceras partes de la innovación se produce en el seno o bajo el impulso de equipos en donde están presentes fondos gubernamentales o que cuentan con una importante aportación de fondos públicos (datos aquí). Y eso no solo contrasta con los mayores beneficios extraordinarios que se reciben ahora sino también con la menor contribución fiscal que hacen las empresas y grandes patrimonios: en los años sesenta y setenta del siglo pasado (con menos beneficios) proporcionaban el 30% de los ingresos públicos de Estados Unidos y ahora sólo el 10%.

– Tampoco es verdad que los más ricos del planeta, esas 2.095 personas (sin contar a quienes tienen patrimonios escondidos, dictadores, o delincuentes internacionales), hayan acumulado su enorme riqueza solo gracias a su mérito o esfuerzo personal o contribuyendo a que la economía sea más eficiente y competitiva.

Según las investigaciones de Thomas Piketty y otros investigadores, en Estados Unidos el 60% de la riqueza se hereda y en Europa alrededor del 55% (aquí). Y el economista estadounidense Robert Reich muestra que el origen de las fortunas más grandes del planeta no es precisamente el mérito, la innovación o la mayor eficiencia sino, además de la herencia, el poder del mercado que aniquila la competencia, la información privilegiada y el pago a los políticos para conseguir leyes y normas favorables a sus intereses (aquí).

– También se ha demostrado que no es cierto que se produzca un supuesto efecto positivo de la desigualdad y de la existencia de personas muy ricas sobre el resto de la economía (el llamado “efecto derrame”). No es verdad, como se quiere hacer creer, que cuanto más superricos haya, más riqueza se “derrama” sobre el conjunto de la sociedad.

Una investigación de David Hope y Julian Limberg de la London School of Economics and Political Science (aquí) ha demostrado recientemente que también es falso que sea bueno para la economía que haya superricos y que sus fortunas estén cada día más exentas de impuestos. Después de estudiar lo ocurrido en 18 países de la OCDE durante los últimos 50 años, concluyen que, allí donde han bajado los impuestos, la desigualdad ha aumentado porque las rebajas impositivas solo han beneficiado al grupo que posee el 1% más elevado de la renta. Y en su investigación han comprobado que menos impuestos y más desigualdad va unido a menos crecimiento económico y a más desempleo, de donde deducen que no hay que tener miedo a subir los impuestos a los superricos (en concreto, en estos momentos de crisis por la epidemia) porque eso no va a producir menos actividad o menos empleo, sino todo lo contrario.

– Tampoco es verdad que mucha mayor riqueza vaya unida a una gran filantropía por parte de los superricos. Es significativo, por ejemplo, que cuando Bill y Melinda Gates y Warren Buffet propusieron a otros millonarios donar el 50% de su riqueza durante diez años a fondos de beneficencia sólo consiguieron reclutar a 211, uno de cada diez de los 2.095 milmillonarios del planeta. Y eso, sin entrar a considerar que ese tipo de filantropía no es, en realidad, sino una forma de privatizar la solidaridad que al final supone una merma de ingresos para la provisión de bienes públicos esenciales y para las organizaciones más pequeñas o independientes y que, lógicamente, lleva consigo el control de quien recibe las ayudas, lo que las envilece, a veces, de forma sustancial.

El coste y la bárbara irracionalidad de la desmesurada concentración de la riqueza de nuestros días se percibe con un simple dato sobre la mayor fortuna del planeta, la que posee el dueño de Amazon, Jeff Bezos: su riqueza ha aumentado en 74.000 millones de dólares del 18 de marzo al 7 de diciembre. Eso quiere decir que si ese incremento de ingresos para él solo se hubiera repartido entre todas las personas que emplea Amazon en todo el mundo, poco más de 1,2 millones, cada una de ellas hubiera recibido unos 62.000 dólares mientras que Bezos hubiera seguido siendo ahora en diciembre igual de superrico que hace nueve meses.

Es lógico que los grandes milmillonarios oculten el origen de sus grandes fortunas; que no reconozcan lo decisivo que ha sido a la hora de acumularla la disposición de bienes y recursos públicos por los que no están dispuestos a pagar. Pero lo que no se puede negar es que, en general, la concentración tan extraordinaria de la riqueza que se ha producido en los últimos años ha ido acompañada -en la economía- de menos actividad, de más crisis, de menos empleo, de peor provisión de bienes públicos imprescindibles, y de mercados más concentrados y, por tanto, más ineficientes. Y, desde otros puntos de vista, de menos derechos individuales y sociales, de más injusticias y de menos democracia porque ha aumentado el poder de quienes pueden decidir al margen de la política representativa gracias a su control sobre los partidos, los medios de comunicación y las fuentes de creación de opinión y formación.

Conseguir que no ya los ricos, sino los riquísimos que dominan el planeta, contribuyan como los demás al mantenimiento de la sociedad, que se desincentiven y penalicen sus abusos de poder en los mercados, que se persiga y castigue su torticera influencia en la política o que se fomente la meritocracia y se penalice la gran herencia no es, a la vista de la situación a la que hemos llegado, ni siquiera un objetivo político o ideológico, sino un imperativo ético que debiera defender cualquier persona sensible, honesta y concernida por el futuro del planeta y de las generaciones futuras.

10 comentarios

Alfonso Casas Moreno 21 de diciembre de 2020 at 14:06

Querido profesor, esto viene de muy antiguo, pero mientras no tengamos una ley de EDUCACIÓN EFECTIVA, unos SINDICATOS LIBRES, y una DEMOCRACIA EFECTIVA, iremos a peor, desde hace 40 años vengo diciendo que ya que se controlan los salarios, controlemos los beneficios, eso es una ley justa, y otra es que hay que apoyar y exijir una prensa libre, e ilegalizar a todos los partidos y prensa corruptos, pero la sociedad, como es cada vez más obediente a la caja tonta.

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Alicia Lopez Ibañez 21 de diciembre de 2020 at 16:00

Me ha gustado mucho este artículo. Todos hemos oído eso de la justificación de la riqueza y la desigualdad social con el argumento de que «ha existido siempre». ¿y? también han existido siempre comportamientos social y moralmente punibles: ladrones, criminales, abusadores, mentirosos, monopolizadores, esclavistas… y esos comportamientos no se consideran justificados ni se defienden cuando se habla de moral o ética. Es decir, SIEMPRE han existido y NUNCA se han admitido como buenos, ahora incluso están penalizados por ley.
Quiero decir, que si queremos un mundo más justo hay que eliminar las injusticias. Y el enriquecerse a costa de los demás es un ROBO.
Por otro lado, muchos de los que apoyan estos perversos comportamientos (sean prensa, políticos, funcionarios…) es porque la mayoría de ellos recibe una recompensa.
Vale ya de hipocresía señores riquillos, que no nos engañan. Queremos un mundo mas justo, sin discriminaciones, sin abusos de poder ni de ningún otro tipo y ecológico. Y los riquillos no caben en él.
Gracias por el artículo.

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Vicente Monje Flores 21 de diciembre de 2020 at 18:08

Don Juan. no me cansaré de leerle. Lo que oigo y leo en ATTAC es de autores, pensadores de su misma línea: intachables. Esa es la conciencia que, como la Iglesia con sus santos, sois quienes mantenéis ese espíritu de «lucha» en el papel. El ejemplo de la imposibilidad de llegar a ese mundo ideado y aplaudido por unos pocos intelectuales como Vdes. está a ojos vistas en el Gobierno progresista que «disfrutamos»: ahí está la izquierda. ¿Y qué? La paga mínima establecida, universal, pírrica, pero algo es algo, sobre todo para quien no ingresa nada y tiene hijos a su cargo, se eterniza en el tiempo y de las 800.000 familias a las que iba a cubrir según un primer intento, se ha quedado a estas alturas, pasados muchos meses, en un ciento de miles o por ahí.
Cuando algún concienciado dentro del Gobierno, el señor Iglesias por ejemplo señala el injusto como un cuello de botella (es decir, ni la burocracia funciona, precisamente allí donde más duele), sus mismos compañeros de Gobierno le afean que critique a un compañero. Y no digamos cuando el mismo Vicepresidente aboga por que no haya ni un solo desahucio más, con el injusto que supone siempre, pero ahora, en esta situación, sobre todo. Dificultades. Ese progresismo en el que teníamos puestas nuestras esperanzas, fue una ilusión con la que nos hicieron confesar. La imposibilidad de subir el SMI, en la que se empeñan algunos del Gobierno, se da de frente con las que tienen en sus manos la «bolsa», y no quieren abrirla más de lo justo (para ellas), sin otra consideración, como no sea la de no molestar mucho al empresariado. Es decir, ni Gobierno progresista cacareado, ni ningún movimiento de este jaez que consiga gobernar, hará jamás nada para cambiar el sistema. Y llegado a esta conclusión, siempre me acuerdo de 1789 y 1917. Quizá no haya ninguna posibilidad, tan avanzado el poder financiero, la globalización, el gobierno efectivo de las multinacionales, en fin, el capitalismo, con los medios técnicos de que disfruta en estos momentos, con algoritmos e inversión y manejo a futuro, y en sus manos toda la información y, por lo tanto, todos los secretos del mundo, aquellas acciones, aquellas luchas, aquellas fechas ni a soñar que nos pongamos pueden darse hoy día. Porque, a través de la razón (años 1930 y Keynes), de la ética, de esas hermosas palabras de los valores, es absolutamente imposible, darle, como se dice vulgarmente, la vuelta a la tortilla. Moriremos con las botas puestas, don Juan, al pie del cañón, pero con las botas puestas. Y que conste, a mi entender, que todavía no hemos visto lo peor. Me gusta reseñar la obrita de Noami Klein «La doctrina del shock». ¿Y por qué va a ser de otra manera el que tenemos encima con la pandemia del coronavirus?

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paco 21 de diciembre de 2020 at 19:32

Los poderosos usan a las personas, sobre todo a las fallecidas, al utilizar sus escritos o pensamientos sin contar el contexto en el que fueron escritos. Le pasa al catolicismo cuando emplea textos del antiguo testamento totalmente descontextualizadas en las misas, los fieles contestan «palabra de Dios» y se quedan tan panchos sin haber entendido nada. Igualmente pasa con los pensadores. Por cierto Adam Smith era catedrático de Filosofía Moral. El «Mercado» está en manos de los poderosos que hacen y deshacen en la nocturnidad y a la velocidad de la luz operaciones que el común de los mortales no puede concebir.
El MERCADO debe ser PERFECTO para que funcione como señalaba José Luis Sampedro, eso solamente ocurre en España en los mercados de ganado del norte de España en el que saben de vacas lo mismo el que vende como el que compra y no se pueden engañar. Son los mercados existentes en tiempos de Adam Smith.
En el contexto actual si un Premio Nobel de Física va a comprarse un automóvil ni él ni el pobre vendedor no tienen ni idea del producto. Para eso existen Funcionarios Públicos especializados que certifican las propiedades del automóvil, del ascensor o del ordenador. En el caso de comida pasa exactamente lo mismo. Por eso les molesta tanto a los neoliberales los Estados Fuertes con funcionarios competentes. Aún con eso meten goles como hizo la Volkswagen hace unos años o con la crisis de las vacas locas.
A mis nietos les doy una máxima, recordando a Lord Acton: «Las empresas tienden a engañarte y las empresas «globales» tienden a engañarte absolutamente» Para eso manejan los medios para persuadirnos que tal obra es necesaria o que compremos chocolate PK porque es bueno para la diabetes,
Adam Smith dijo, como profesor de Filosofía Moral: «No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son desdichados» En su tiempo el mundo era muy grande, ahora es muy pequeño y el despilfarro de los milmillonarios llega a los últimos confines del planeta en milésimas de segundo. En su tiempo los ricos vivían en palacios con grandes tapias que impedían ver el interior y el despilfarro insultante. Por lo menos tenían un cierto pudor, ahora exhiben sus riquezas y partes pudendas al instante, subiéndolas a la nube para que todo el mundo sepa su poderío.
Se ríen de los empobrecidos africanos (recomiendo leer «África, pecado de Europa» por Luis de Sebastián, 2006. » Un subsahariano por el mero hecho de llegar a Canarias ve aumentar en cuarenta años su esperanza de vida»)

El exhibicionismo actual en tiempos de pandemia y de guerras inacabables es insultante Me parece poco todo lo que se haga para denunciarlo y para desmontar las falacias pseudocientíficas en que se apoyan.
Gracias Maestro Juan Torres por tu insistente denuncias.
Paco

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Carlos 24 de diciembre de 2020 at 17:18

Al final del primer párrafo, el autor dice «…algo que muchos economistas bastante ortodoxos han reconocido siempre como una fuente de ineficiencias y pérdida de productividad, tal y como ella misma se encargó de señalar en un artículo posterior (aquí).»

Pues bien, si se mira la nota que referencia J. Torres, no ncontraremos ni UNO de esos economistas «bastante ortodoxos» a los que él se refiere. Por cierto, ¿podría definir qué es un economista ortodoxo? El texto además contiene varias afirmaciones carentes de sustento empírico o metodológico.

Bien haría Usted en proceder de forma más rigurosa, y en sintonía de lo que se espera de un»académico», como Usted suele definirse a sí mismo en los pocos medios que solicitan su opinión.

Y por cierto. llama mucho la atención que Usted sea Profesor Catedrático, dado el historial de publicaciones científicas con las que cuenta.

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Copitodenieve 24 de diciembre de 2020 at 22:08

Nada que objetar al artículo, al menos desde mi punto de vista. Es claro, abunda en referencias que permiten constatar los datos que aporta y la conclusión es demoledora.
Como siempre, al menos durante los últimos 50 años, es un estado de opinión que favorece el estatus quo de las grandes fortunas por medio de una enseñanza(básica, media y superior) y unos modelos sociales que impiden cualquier crítica que ponga en entredicho la situación actual.
Es un placer leer artículos como éste aunque a veces lleven aparejada la sensación de predicar en el desierto.

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Gloria 26 de diciembre de 2020 at 14:28

Gracia por este artículo tan necesario. Lo he traducido y publicado en la pag web http://www.leslunettesdesalvador.info

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Eladio 26 de diciembre de 2020 at 23:26

Me gusta el artículo,,, pero una pregunta.. ¿para ud son lo mismo Amancio
Ortega que Florentino Perez??

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Juan Torres López 27 de diciembre de 2020 at 00:02

Todos somos diferentes unos de otros

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Empar 27 de diciembre de 2020 at 18:41

Un gusto leerle, profesor. Me imagino las reacciones al comentario de la profesora.Estoy de acuerdo con la persona que dice que «mientras no tengamos unos sindicatos libres, educación y democracia efectiva..» en cambio opino que la cuestión va más allá, sin dejar estos tres conceptos, es una cuestión individual y de pensamiento. Una lástima que se le dé tan poca importancia a la filosofía, ayudaría a ciertas comprensiones sobre la individualidad y la sociabilidad sobre la riqueza y la pobreza como conceptos no como aspectos religiosos.

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