Versión ampliada del publicado en La Opinión de Málaga. 3-10-2004
La espectacular evolución de la economía china en los últimos años le ha permitido crecer vertiginosamente pero, al mismo tiempo, la ha situado en el centro de la tormenta que se está gestando en la economía mundial.
Desde 1979 ha mantenido un crecimiento medio del 9,4% anual, un registro astronómico si se compara con el de los demás países industrializados. Las autoridades chinas estimaron que en 2004 se produciría un descenso de la tasa de crecimiento hasta el 7,2%, pero es muy difícil que acierten porque ya en el primer trimestre se alcanzó una tasa del 9,7%.
La fuente principal de este inmenso crecimiento es el ahorro nacional que se traduce en una inversión que representa casi la mitad del Producto Interior Bruto chino. Y que crece desmesuradamente: un impresionante 27% en 2003 y el 43% en el primer cuatrimestre de 2004.
Cada semana entran en China 1.000 millones de dólares en inversiones directas y en lo que va de año se han creado unas 15.000 nuevas empresas.
La gigantesca inversión que se está realizando en China es la fuente de su desarrollo en infraestructuras, industrias y servicios de todo tipo pero está ocasionan algunos problemas que pueden estallarle en las manos a los dirigentes chinos en los próximos meses.
Por un lado, ha creado una enorme burbuja inmobiliaria. La venta de propiedades inmobiliarias representa un 25% del PIB de Pekín y el 20% del de Shangai, lo que da idea de la magnitud del negocio que se está generando.
Pero, al mismo tiempo, eso está ocasionando una igualmente espectacular subida de precios que se traslada a otros sectores. En Shangai, por ejemplo, los precios de la vivienda suben una media del 20% anual desde 2001.
La gran inversión que se realiza en China está tirando a su vez de la economía mundial. El gigante asiático compra ya el 40% del cemento mundial, el 25% del aluminio y entre el 20 y el 50% de otras materias primas vinculadas a su desarrollo industrial.
El desarrollo industrial chino y los bajos costes de su mano de obra (en una gran medida esclavizada y sin disfrutar de los derechos humanos y laborales básicos) le está permitiendo también incrementar masivamente sus registros comerciales con el exterior. Las exportaciones crecieron el 35% en 2003 y las importaciones crecieron más del 42% en los primeros meses de 2004.
Con los actuales volúmenes de su comercio exterior resulta que China se convierte en el principal factor del que depende el crecimiento de los países más importantes del planeta y, por supuesto, de sus vecinos más cercanos.
De la economía china depende un 28% del crecimiento de la alemana y un 21% de la de Estados Unidos. Los chinos aportan el 25% al crecimiento del PIB mundial, mientras que Estados Unidos aporta un 20% y la Unión Europea un 14%.
Eso da idea de la gran influencia que va a tener lo que pase en China sobre el resto del mundo.
Lo que ha hecho China en los últimos años ha sido lo contrario de lo que los neoliberales aplicaron en el resto del mundo. Mientras que los demás países aplicaban políticas restrictivas y deflacionistas, China realizó políticas expansivas basadas en una gran intervención pública y manteniendo un control permanente de los mercados y, sobre todo, de las relaciones exteriores y de la cotización de su moneda.
Los efectos han sido fulminantes y buena prueba de que las políticas neoliberales no son la mejor vía, como afirman sus defensores, para promover la actividad económica y la creación de riqueza. En 1980, la economía china era veinte veces más pequeña que la de Japón, ahora es sólo la mitad. Hace diez años, el PIB de Brasil era igual que el de China, ahora es la mitad.
Sin embrago, la paradoja es que China necesitaría que la economía de los demás países fuesen al ritmo de la suya, para no caer en una situación de sobrecalentamiento, que es lo que está ocurriendo.
Los precios han subido más del 5% en tasa interanual, cuando en 2003 sólo lo hicieron el 1,2%. El 40% de las deudas a los bancos son incobrables y hay un exceso muy grande masa monetaria.
Las autoridades han empezado ya a aplicar controles a la inversión, restricciones crediticias y seguramente terminarán por subir los tipos de interés, entre otras cosas, porque se encuentran casi tres puntos por debajo de lo que suben los precios.
Eso ocasionaría dos problemas de naturaleza distinta. Por un lado, al desacelerarse la locomotora china se frenaría también la economía mundial en una gran medida, como he señalado antes. Iremos sin remedio a la recesión.
Por otro lado, resulta que China ha acumulado en estos años casi medio billón de dólares en reservas internacionales, casi todas en dólares y dedicadas a comprar grandes cantidades de Bonos del Tesoro estadounidense. Eso es lo que está permitiendo financiar el colosal déficit exterior y el no menos fabuloso déficit fiscal que ha generado el presidente Bush.
Pero si China limitara su flujo de fondos hacia Estados Unidos los norteamericanos se encontrarían en una situación difícil. Sólo podrían seguir financiando sus déficits subiendo notablemente los tipos de interés, lo que igualmente llevaría consigo una recesión económica.
La desaceleración de la gigantesca economía china parece que va a ser un hecho. Por lo tanto, se puede apostar a que se extenderá una caída de la actividad en todo el mundo. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que una media del 60% del incremento de las exportaciones chinas en los últimos quince años, corresponde a empresas extranjeras. En consecuencia, si se frena allí la actividad se notará claramente fuera de China. Incluso es posible que mucho más.
La única duda que cabe, en definitiva, es saber si esa desaceleración va a ser muy brusca o si será suave o “positiva” como la ha llamado el cáustico presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan.
Los chinos dicen que no importa que gato sea blanco o negro con tal de que cace ratones. Cazaron en gran abundancia pero ahora puede ser que el empacho lo paguen otros, justamente, por no haber hecho lo que hizo China.
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