Publicado en La Opinión de Málaga. 20-03-2005
La vida política española está adquiriendo una velocidad pasmosa que a veces impide que percibamos la naturaleza profunda de las cuestiones que se debaten. Incluso muchas de ellas ni siquiera se discuten.
Lo que ha ocurrido recientemente en Cataluña es bien expresivo del modo en que ahora se resuelven los problemas. Sólo hay que tener un poco de paciencia para esperar a que baje el soufflé. Después, ya nada tiene la importancia de antes y donde se dijo digo se puede decir ahora Diego sin sonrojo alguno.
Los problemas se convierten sólo en armas arrojadizas y no en asuntos que requieran la reflexión mesurada y atenta. Basta leer la prensa o seguir los debates para comprobar que se abordan de una manera superficial y puramente nominalista, es decir, sin entrar en sus contenidos, sustituyendo el razonamiento por la mera descalificación sin argumentos.
Hay tres asuntos que me parece que se están tratando de esa forma y que están generando un caldo de cultivo sumamente peligroso para la convivencia futura.
El primero de ellos es que se está abriendo una brecha profunda en la sociedad española sin que medie la reflexión sino sólo el insulto y la agresión verbal. La diversidad de criterios y preferencias que es consustancial a las sociedades modernas y complejas se está percibiendo como afrenta y las posturas diferentes que tienen los grupos sociales se comienzan a asumir como amenazas.
No se está hablando demasiado de ello pero lo cierto es que el diálogo social se está empobreciendo y que se consolidan tendencias radicales que combaten sin demasiadas reglas la opinión legítima de los contrarios.
Puedo estar equivocado pero observo muchos brotes de intransigencia, señales inequívocas de que nada se hace para entender a quien piensa y actúa de modo diferente, que manifiestan una pérdida peligrosa del pulso democrático en nuestra sociedad. El conmigo o contra tiende a convertirse en moneda de uso corriente y las expresiones de totalitarismo abundan más de la cuenta, como puede percibirse claramente a poco que uno recorra de vez en cuando el dial radiofónico o las páginas de los periódicos.
Es sintomático, por ejemplo, que entre diferentes ámbitos sociales se esté extendiendo la idea de que Rodríguez Zapatero es un extremista, un “izquierdista radical” según lo calificaba hace unos días en el diario El Mundo un catedrático de economía madrileño, y que sus reformas civiles realmente moderadas hayan concitado la gresca militante de instituciones como la Iglesia Católica que afirman no inmiscuirse en la pugna política. Incluso el innecesario deficit democrático con que se ha celebrado el pasado referéndum muestra también la facilidad con que se renuncia a ser escrupulosamente fiel a los postulados de respeto y pluralidad que sostienen a las democracias.
Deberíamos pensar en el horizonte al que nos llevan estas renuncias al diálogo democrático y al respeto a los demás y procurar cerrar más que seguir abriendo esta brecha quizá todavía incipiente porque a veces se tiene la impresión de que aquello de las dos españas sigue dramáticamente vigente.
Todo ello podría ser especialmente grave porque hay otras dos cuestiones tanto o más preocupantes que van a necesitar dosis aumentadas de democracia y diálogo.
Una es la tendencia secesionista que se consolida en Cataluña y el País Vasco y frente a la cual no parece que se esté actuando con un discurso suficientemente integrador. Exacerbar el nacionalismo español lleva a multiplicar la tensión y aprovechar la coyuntura para tratar de debilitar al gobierno de turno es una estrategia suicida que pagaremos todos en términos de concordia civil e incluso de integración nacional.
No parece tampoco que la solución pueda venir, cualquiera que sea, en pactos opacos o que se limite a ser una mera transacción financiera, por mucho que el interés, como decía Pio Baroja en su genial conferencia Momentum Catastrophicum, sea uno de los fundamentos del nacionalismo.
Para poder resolver este problema será necesaria mucha transparencia, mucho debate social y democrático, y no sólo institucional, y, sobre todo, muchas dosis de respeto, de transigencia, de pluralidad, de paciencia, de diálogo y de firmeza democrática, que no autoritaria. Y me temo que el resentimiento, la prepotencia y el oportunismo nos llevan a no estar sobrados de ello.
Finalmente, un tercer problema está pasando desapercibido: el deterioro impresionante de la situación económica, en particular, de nuestras relaciones con el exterior. El déficit por cuenta corriente (mercancías, servicios, rentas y transferencias) creció un 90% en 2004 y supuso ya el 5% del PIB.
Se trata de una situación insostenible a medio plazo que algunos economistas habíamos adelantado que ocurriría como consecuencia de la entrada de España en la unión monetaria sin que se hubieran establecido medidas de convergencia real ni políticas adecuadas de reequilibrio. La situación va a empeorar porque el petróleo va a seguir subiendo, porque vamos a entrar en recesión detrás de Estados Unidos, porque Alemania y Francia van a seguir imponiendo políticas que a nosotros nos perjudican y porque ya hemos perdido la industria que podríamos utilizar para mejorar nuestra competitividad exterior. Si es así, no nos enfrentaremos solamente a una fase recesiva coyuntural sino a una verdadera situación de emergencia, a un deterioro de nuestra economía mucho más grande de lo que pueda pensar ahora el más exagerado de los pesimistas.
De momento, no se dice nada, aunque los dirigentes políticos mejor informados –como debe ocurrirle, por cierto, a Manuel Chaves- saben la que se está montando.
Se trata, pues, de otro asunto que requiere mucha imaginación e inteligencia. No podemos salirnos del barco pero con las reglas que hay dentro de él nos hundimos sin remedio así que hemos de encontrar soluciones rápidas y efectivas que no pueden seguir siendo la de repartir salvavidas sólo a los más avispados.
Puede parece exagerado pero tengo la convicción de que España se encuentra en un disparadero sumamente delicado. Si no se fortalece la democracia y si la convivencia y la concordia no facilitan que surja mucha más inteligencia social de la que ahora florece podemos vernos involucrados en situaciones muy feas que nadie desea pero que puede ser que estén siendo alimentadas por todos nosotros. Ojalá me equivoque.
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