Publicado en La Opinión de Málaga el 5 de junio de 2005
La prensa internacional informaba el pasado jueves que la policía de la India había liberado a 446 niños que estaban trabajando como esclavos en multitud de comercios y empresas.
Se trata sin duda de una buena noticia pero que adquiere su verdadero dramatismo cuando se tiene en cuenta que sólo en ese país hay 60 millones de niños menores de catorce años trabajando, de los cuales, al menos 12 millones se encuentran en situación de esclavitud o sufriendo trabajos forzados. La India, como otros países, sólo prohíbe el trabajo de menores de catorce años y en la minería o la construcción pero a la vista está que su gobierno es incapaz o no tiene voluntad de evitar que las empresas se salten estas limitaciones de suyo ya muy flexibles.
Según las estimaciones más conservadoras de la Organización Internacional del Trabajo, en todo el mundo hay unos 250 millones de niños de entre seis y diecisiete años obligados a trabajar de diez a quince horas diarias durante 365 días al año, a cambio de salarios miserables, en condiciones laborales y de vida horrendas y sufriendo frecuentemente torturas y vejaciones de todo tipo. El 60% de todos ellos se encuentra en Asia, un 30% en África y el 7% en América Latina. Trabajan preferentemente en la confección, el cuero y la alimentación, aunque muchos millones lo hacen también el campo, en canteras y en todo tipo de actividades esforzadas.
Durante los siglos XVI a XIX los varones adultos africanos eran una de las mercancías más codiciadas. Hoy día, los niños se están convirtiendo en ese criminal objeto de comercio. El periodista Ignacio Carrión contaba en El País que había países africanos donde se puede comprar niños por unos 48 euros. Los padres del niño paquistaní Iqbal Masih lo vendieron por menos, por 12 euros, cuando tenía cuatro años para poder pagar sus deudas. Iqbal empezó pronto a trabajar y contribuyó a crear un sindicato contra la explotación infantil pero el 16 de abril de 1995, con doce años, fue asesinado sin disimulos por la mafia de la tapicería en la que trabajaba. Algunas de las piezas que tejía, quizá él o cualquiera de los millones de niños y niñas de su país, podrían estar vendiéndose a bajo precio en nuestras tiendas más elegantes.
En 2000, un diario de Hong Kong descubría que la multinacional de la hamburguesa McDonalds producía en China los pequeños muñecos que regala a nuestros niños de los países occidentales. Eran fabricados por otros niños y niñas de entre 12 y 17 años que trabajan más de 16 horas al día y que dormían hacinados con otros 15 en habitaciones insalubres. El 60% de las alfombras que se venden en el mundo las realizan niños y niñas de la India, Nepal o Pakistán. La inmensa mayoría de las zapatillas deportivas con las que sueñan nuestros niños son fabricadas también por otros niños que ganan unos 13 o 15 euros al mes, la mitad que los adultos. La multinacional Niké pagó en 1997 al baloncestista Mikel Jordan por un programa publicitario más que a todos sus trabajadores, la mayoría niños, de Indonesia. Otras empresas del sector como Reebok, Umbro, Adidas o Puma hacen exactamente lo mismo aunque quizá a menor escala. Coca-Cola, Wolskwagen o Mark Spencer entre muchísimas otras quizá menos conocidas han sido acusadas con pruebas contundentes de hacer igual
El 70% de los balones de fútbol con los que juegan nuestros futbolistas millonarios y nuestros niños los fabrican también niños y niñas de esos países. Cualquiera de ellos suele recibir aproximadamente un dólar por cada uno. El gobierno indio consideró que el sueldo era demasiado bajo y la multinacional Adidas (¡el negocio es el negocio!) decidió entonces desplazar a Marruecos la producción de los balones que fabricaba con motivo de los Campeonatos Mundiales de Francia.
Gran parte del chocolate de las mejores marcas que tomamos, o el café que bebemos cada día es recolectado también por millones de niños esclavizados. A veces, hay una diferencia de uno a siete mil entre lo que se le paga a uno de esos niños recolectores y lo que pagamos nosotros en una cafetería. Una niña haitiana o dominicana cobra tres mil veces menos de lo que cuesta en el mercado un pantalón de los que fabrica. Todos esos cientos de millones de niños trabajan para las grandes empresas del mundo.
Sus dirigentes y responsables son las personas serias que tienen abiertas a cada instante las puertas de nuestros gobiernos y ayuntamientos, las que gozan de prestigio y los que suelen ser puestas como ejemplo de competencia y espíritu de empresa.
La fundadora de las tiendas The Body Shop, Anita Roddick, es una empresaria diferente (como afortunadamente hay otros muchos). Se refería en una entrevista a estos asuntos y se preguntaba tajantemente que “si prohibimos tantas cosas en la vida, ¿por qué no podemos prohibir comerciar con productos que han sido fabricados por niños esclavos? Si la gente supiera cómo se fabrican los productos que usa se horrorizaría”.
Esa es la gran cuestión. Lo horrendo no es que aparezca la noticia de que medio millar de niños esclavos de las grandes empresas hayan sido liberados sino que no estén saliendo en primera plana cada día que hay otros doscientos cincuenta millones que aún siguen esclavizados por el egoísmo empresarial de nuestra época.
Los crímenes deben estar prohibidos y las injusticias no deben tolerarse pero en nuestro mundo se permiten y se hace la vista gorda cuando se cometen con nombres y apellidos a cada instante. No tiene sentido que se impida a un comerciante abrir un negocio si invade diez centímetros de una acera, por poner un sencillo ejemplo, y que mientras tengan toda clase de privilegios los que ganan dinero a base de la sangre y de la vida de tantos millones de niñas y niños. Si se cerrasen sus negocios se acabaría la explotación infantil.
De estos temas debiera hablarse a cada momento y sólo se mencionan de pasada. Y debiera hablarse señalando claramente a las empresas que están utilizando el trabajo infantil en cualquier parte del mundo. No es verdad como dicen muchos de sus dirigentes que esa alternativa sea “el mal menor” ante la pobreza de esos lugares porque esa miseria la han causado ellos mismos y porque, en cualquier caso, ese tipo de relativismo es una inmoralidad inaceptable. El trabajo infantil, la mayoría de las veces esclavo y brutal, es un mal absoluto que no puede admitir defensa alguna.
El “más barato cada vez” no sólo se ha adueñado de nuestros mercados y ciudades, desde los “todo a cien” que son los exponentes más sangrantes de esta explotación laboral del trabajo infantil a los centros comerciales más elegantes donde la moda se viste de injusticia. Se ha apropiado también de nuestras conciencias que son capaces de relativizar todo para rebajar el escándalo comercial de nuestra época hasta su más disimulada y cómoda expresión.
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