Publicado en La Opinión de Málaga el 26 de junio de 2005
Hay una coincidencia prácticamente generalizada en considerar que Europa se encuentra en una situación crítica, con muchas dudas sobre su destino, con incertidumbres sobre el futuro y con sombras, incluso, sobre su existencia más inmediata.
En muchos ambientes cunde el pesimismo, aunque yo creo que hay que ser realistas, mirar hacia atrás para aprovechar las lecciones de la historia y comprobar que, al fin y al cabo, nada es tan trágico. Es fácil detectar que la propia Europa está construida a base de impulsos potentes que vinieron, precisamente, después de los grandes momentos de crisis. Parece que, justo en esas circunstancias en las que la confianza está más debilitada, es cuando Europa ha sido capaz de renacer y salir adelante. Este es otro momento, pues, para estar atentos y no ceder y habría que pedirle a quienes tienen responsabilidades políticas decisivas sobre nuestro futuro como ciudadanos europeos que no renuncien a mitad de la batalla. Se trata de no dejarse llevar por el trauma de la crisis y hacer de esta una catarsis que nos impulse con más fuerza. Aunque casi todos coincidamos en la percepción de la crisis no hay, sin embargo, una misma sintonía a la hora de considerar cuáles son sus causas y manifestaciones. Y, en consecuencia, mucho menos sobre sus salidas.
Se debería tratar, entonces, de promover y fortalecer el debate social. La salida a la situación actual no debería ser impuesta, ni el resultado de otra ingeniería política que los ciudadanos ni aprecien ni quieran hacer suya. Europa debe sanarse a base de diálogo social y reflexión colectiva. Si algo sobra es dirigismo y ese tipo de inteligencia social de la que andan siempre sobradas las elites para imponerles a los pueblos caminos que no son los que ellos quieran recorrer.
Si algo está demostrando la frustrada ratificación del tratado constitucional, la escasa participación en el referendum español o la suspensión de los que estaban previstos es la disociación evidente entre los dirigentes y los pueblos, entre las decisiones que han tomado los políticos y las preocupaciones que tienen los ciudadanos.
Si queremos que Europa sea algo más que una mera argamasa social, si de verdad queremos que tenga alma y aprecio ciudadano lo primero que hemos de evitar es ese divorcio cada vez más evidente.
De una forma más o menos explícita, lo que está hoy día sobre el tablero de Europa es lo que esta quiere ser. Nada más y nada menos. Y lo que estamos comprobando es que no todos los ciudadanos están dispuestos a aceptar que se elija un modelo de Europa en su nombre, sin dejar sentir su deseo y sin marcar expresamente cuál es su preferencia.
En Europa está planteado si esta va a ser sólo un mercado con meras adherencias políticas y sociales o si va a ser una unión política que hace sociedad y fortalece los mercados. En Europa se está eligiendo entre un modelo liberal de bienestar que aligera lo social y privilegia a los individuos o el modelo continental que construye la ciudadanía sobre los derechos sociales. En Europa se decide si va a construirse una ciudadanía europea o si simplemente se va a consolidar una articulación de Estados.
Todo eso implica mucho y termina traduciéndose en condiciones concretas de vida y trabajo de las personas. Por eso es justo que estas quieran decidir. Y por ello es natural que no se sientan identificadas con cualquier solución. Por eso no es de recibo que el modelo se imponga unilateralmente y, en fin, por eso, nadie debería haberse sorprendido de que pase lo que está pasando.
Europa necesita definición pero el acto de definir debe ser soberano y democrático. Y esa es la cuestión clave.
Si hay algo que no puedo llegar a entender es que en estos momentos de incertidumbre no se esté planteando, sobre todo por los que con más ahínco han estado defendiendo el proyecto europeo, lo que me parece que debiera haber sido y lo sigue siendo en este momento, la salida natural de nuestra encrucijada: constituir Europa.
Un europeísta tan convencido como el expresidente Felipe González escribía el viernes pasado en El País que «algunos -tal vez muchos- … queremos una Unión Europea que se constituya como un poder relevante en la nueva civilización y en el nuevo orden mundial».
Yo también quisiera eso. Y no puedo creer que alguien con tanta experiencia como Felipe González haya utilizado el verbo constituir por casualidad. Eso es efectivamente lo que necesita Europa: constituirse como poder, es decir, como sociedad y como proyecto político y de ciudadanía.
Pero ese poder solo se puede constituir desde la soberanía y la democracia, no puede venir impuesto.
Por eso no entiendo que no se esté barajando la solución natural: abrir un proceso constituyente en Europa que lleve a elaborar en sede parlamentaria y, por tanto, con la máxima representación popular, una verdadera constitución que deberíamos refrendar voto a voto y a escala de toda la Unión, todos los ciudadanos europeos. ¿No sería esa la manera lógica de procurar que los europeos hagamos nuestra de veras la constitución y, sobre todo, el proyecto político común que esta comporta?
Europa ha avanzado demasiado con un déficit democrático creciente y ha terminado, como dice expresivamente Felipe González, varada. Pero lo absurdo es querer que salga del atasco empujándola de nuevo hacia el hoyo en donde se encuentra. es decir, diseñando y definiendo desde arriba el proyecto del futuro europeo.
Yo creo que lo que necesita Europa para salir del atasco es mucha más democracia, mucho más debate social, mucho mayor compromiso. Y, por supuesto, Europa necesita también más preocupación por la ciudadanía y menos obsesión por los mercados. Durante mucho tiempo han sido las grandes empresas las que han forjado a su gusto a Europa porque de esa manera disfrutaban de un único mercado donde antes había fronteras y dificultades mil para vender. Pero ahora debería tocarle el turno a los ciudadanos. Los de a pie nos hemos acomodado a la mercantilización del ideal europeo, al euro impuesto sin la necesaria cobertura política, sin hacienda europea y sin presupuesto suficiente para aliviar sus efectos tan nocivos. Ahora es el momento de pensar en otras cosas que no es que no hayan estado presentes pero sí postergadas.
¿Por qué no constituir de verdad a Europa, desde la participación y desde la democracia? Sé que es un camino difícil y engorroso y que el resultado final no quedaría a gusto de todos. Pero solo de esa forma se puede conseguir que todos, aunque no lo perciban a su gusto, lo sientan como propio.
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