Publicado en Temas para el Debate, nº 138, mayo 2006
El año 2005 ha sido excepcionalmente bueno para las empresas. La mayoría de ellas no habían conseguido nunca en su historia unos beneficios tan elevados como los obtenidos el pasado ejercicio. Las cincuenta más grandes europeas lograron un beneficio conjunto de 172.446 millones de euros, lo que significa un crecimiento respecto al de 2004 del 31%, y a las españolas no les fue mucho peor.
El beneficio neto de las compañías no financieras españolas aumentó el 26,2% en 2005 y el de las grandes que cotizan en Bolsa y que se incluyen en el Ibex-35 fue de 37.510,3 millones de euros en 2005, otra cifra récord que supone un crecimiento del 44,1 por ciento respecto a los beneficios logrados en 2004.
En conjunto, el sector eléctrico fue especialmente afortunado, pues sus cuatro primeras compañías (Endesa 154%, Iberdrola 15,6%, Unión Fenosa 114,3 e Hidrocantábrico 31%) obtuvieron un beneficio neto conjunto de 5.552 millones de euros en 2005 que supuso casi duplicar (+91%) el de 2004 (Europa Press, 06-03-06).
Los bancos españoles alcanzaron volúmenes impresionantes de beneficios. Según los datos que proporciona la Asociación Española de Banca, todos los que operan en España obtuvieron conjuntamente unos beneficios de 12.334 millones de euros el año pasado, lo que supone un incremento del 58,82 % respecto a los de 2004. Las constructores no le fueron a la zaga y también registraron records históricos en 2005: los cinco mayores grupos de construcción cotizados -ACS, Acciona, FCC, Ferrovial y SACYR- ganaron ese año 2.183 millones de euros, un 17,6% más que en 2004.
Por supuesto, algunas empresas, además de las señaladas, consiguieron tasas de crecimiento aún mayores. Así, y por poner sólo unos pocos ejemplos, Antena 3 aumentó sus beneficios un 100%, Iberia un 96,7%, Metrovacesa un 74,4%, el Grupo Santander un 72,5%, Arcelor un 66,2%, Telefónica un 40%, el BBVA un 30,2% y Repsol un 29,2%.
Aunque estas tasas de crecimiento son altísimas, incluso palidecen cuando se toma en consideración la cantidad total de beneficios que están obteniendo las empresas. Valga como única referencia que seis compañías españolas -Santander, Telefónica, Arcelor, BBVA, Endesa y Repsol YPF- ganaron más de 3.000 millones de euros cada una en 2005 y que dos de ellas –el Grupo Santander y Telefónica- superaron los 4.000 millones.
Lógicamente, esos beneficios han permitido que se incrementen en proporciones más o menos semejantes los dividendos que reciben los accionistas españoles: como media, su ingreso por este concepto aumentó un 35% respecto al recibido en 2004.
Se ha alcanzado, pues, el objetivo (aumentar el beneficio empresarial) que los economistas y políticos neoliberales decían que era la base para que aumentara el empleo, la renta y el bienestar social y al que obligaron a sacrificar cualquier otro de mejora salarial o social. Decían que primero había que hacer la tarta para luego poder repartirla pero lo que está ocurriendo, como no podía ser de otra forma, es que la tarta se la apropian cada vez más privilegiadamente los mismos de siempre.
El gigantesco aumento de los beneficios que acabo de comentar contrasta, sobre todo, con la evolución de la remuneración por asalariado que, según el Banco de España, sólo aumentó el 2,4% en 2005. Su contención real en los últimos años ha provocado que mientras que los beneficios han aumentado en la forma señalada, resulta que los salarios en España se encuentran en estos momentos al nivel real de los de 1997.
Tampoco se puede decir que el los enormes beneficios que se obtienen estén llevando consigo un incremento notable del empleo y, de ningún modo, del empleo de calidad. El empleo creció en España el 4,9% en 2005 pero lo hizo fundamentalmente en forma de empleos temporales (casi el 65% de los nuevos contratos son temporales) y, como acabo de señalar, con retribuciones a la baja que, seguramente, irán a más (el 48 por ciento de las compañías españolas prevé reducciones salariales a corto o medio plazo según el barómetro Eurofactor 2006).
Los beneficios tampoco están tirando de la innovación y el desarrollo tecnológico, como muestra, entre otras cosas, que el año pasado, con tasas record de rentabilidad, se haya producido la disminución de la productividad más grande de los últimos años y, en consecuencia, que la competitividad de la producción de las empresas españolas haya vuelto a disminuir.
La paradoja que encierran estos altos beneficios es que, en lugar de significar un enriquecimiento global de la economía y de las rentas, manifiestan solamente que los propietarios de las empresas gozan de rentas más elevadas y que las propias compañías disponen de más recursos para ampliar, normalmente en mercados exteriores, sus propias fuentes de ingresos. Es natural que su mayor actividad y el beneficio subsiguiente se traduzca en un ritmo de crecimiento del PIB muy positivo pero a poco que se escarba en el proceso que está generando y redistribuyendo esos beneficios es fácil observar que ni la economía en su conjunto se está capitalizando, pues apenas mejora el stock de capital material, inmaterial u organizativo que puede hacer que el crecimiento sea sostenible o incluso tan rentable como ahora a medio plazo.
A este problema se añade que las reformas fiscales que se han llevado a cabo en los últimos años se han orientado a dulcificar el tratamiento de los beneficios empresariales y los dividendos, de modo que ahora no sólo nos encontramos con un sistema de generación de ingresos más desigual (como consecuencia de la reducción salarial y de otras rentas en origen) sino con un sistema de redistribución cada vez menos dispuesto a corregir esa situación y que, por el contrario, agudiza la mala distribución originaria de la renta. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que las últimas reformas fiscales, al desdoblar las fuentes de ingresos para dar un tratamiento separado a los ingresos del trabajo y los del capital, y al disminuir los tipos que se aplican a estos últimos han provocado una inmensa e injusta regresión fiscal.
Incluso aceptando algo tan evidente como el hecho de que en nuestra economía es preciso que se garantice la rentabilidad del capital, la tendencia a la exageración que domina la lógica actual del beneficio empresarial debería llevar a plantear que también los beneficios tienen un límite, que las empresas tienen una responsabilidad y que una sociedad democrática también necesita un pacto social acerca del uso de los recursos que debe ser el fruto de un debate social explícito, no de una imposición unilateral. No es justo ni democrático dar por hecho que los ricos tienen derecho a ser cada vez más ricos a costa de los trabajadores y que la política económica del Estado tenga que estar prioritariamente al servicio de ese objetivo.
SUSCRIBETE Y RECIBE AUTOMATICAMENTE TODAS LAS ENTRADAS DE LA WEB