A la vista de cómo están las cosas dentro del Partido Popular, en España, en Europa y en el mundo y siendo quién es Mariano Rajoy, no creo que la mayoría absoluta que acaba de obtener el Partido Popular vaya a a ser suficiente para garantizarle al futuro presidente una etapa de gobierno tranquila y estable.
Me parece que de manera casi inmediata se le abren, al menos, seis grandes frentes, aunque quizá no por el mismo orden en el que los comento.
El primero será la presión de la extrema derecha de su partido y de sus votantes. De suyo es numerosa pero es que además tiene una presencia desorbitada en los medios de comunicación, en la poderosa jerarquía católica y en muchos de los líderes del partido. Pronto comenzarán a exigir derogación o cambios radicales en las leyes de matrimonio homosexual, derecho al aborto, igualdad o memoria histórica. Y presionarán sin cesar para disponer de presencia no solo testimonial en la vida política sino también en los aparatos del Estado y en los principales ámbitos de decisión. Su influencia no es poca y Rajoy le debe favores así que no le va a ser fácil evitar ni soslayar sus demandas, sobre todo, sabiendo que mantener esa base electoral de extrema derecha (que en realidad desprecia a un Rajoy a quien llaman, entre otras lindezas, Maricomoplejines) es esencial para que el Partido Popular pueda seguir ganando elecciones.
El segundo frente es el que yo llamaría el de las «grandes familias de bien» que no forman parte del grupo anterior, las derechas económicas de toda la vida o el de los hijos de los «ricos por la gracia de Dios» del franquismo al que se han unido los nuevos multimillonarios nacidos de los pelotazos de la pasada burbuja inmobiliaria y de las anteriores olas de privatizaciones. Nada mejor que sus propios apellidos indican quiénes son y de dónde vienen. Tienen intereses no solo en el aparato del PP, que en gran medida controlan, sino también en los negocios que generalmente solo son florecientes gracias al proteccionismo semioculto que se practica a base de corrupción institucional, de ayudas de las administraciones públicas, desgravaciones fiscales y, sobre todo, por su estrecha vinculación con el sector financiero nacional, porque en este frente se incluyen además los banqueros y grandes directivos que aún no han dado el salto completo a los mercados globales.
Se trata de un grupo que en etapas de globalización tendería a ser económicamente residual pero que en España no solo no ha perdido poder económico, influencia política y presencia mediática sino que incluso la ha aumentado gracias al modo tan poco ejemplar y democrático en que se hizo la transición desde la dictadura. En él están también los grandes magnates de los medios españoles, aunque se encuentren cada vez más supeditados a los grupos internacionales que los controlan casi por completo.
La mejor expresión de sus intereses podría ser el documento que los grandes empresarios liderados por la Fundación Everis presentaron al Rey, quien, por cierto ha actuado siempre como el gran mascarón de proa de esta oligarquía nacional, entre otras cosas, porque tanto él como su familia se han enriquecido a su costa, como se está comprobando estos días con su yerno Undargarín.
Desde este frente se le van a pedir a Rajoy cambios que fortalezcan su posición negociadora, que les ahorren impuestos y les reserven mercados con menores costes, para lo que reclamarán enseguida mano dura para debilitar a los sindicatos, a quienes como buenos rentistas temen principalmente, y a los movimientos sociales de respuesta al deterioro social que saben que va a ir en aumento a medida que se apliquen las medidas que reclaman. Pedirán incluso cambios constitucionales y, en general, un espacio político y social más favorable a la dimensión nacional de sus intereses industriales y financieros. Algo que realmente implicaría una modificación profunda no solo de leyes o aspectos formales sino de las reglas de juego y del marco institucional hasta ahora existente y construido, con más o menos éxito pero con muchas dificultades, por los sucesivos gobiernos democráticos.
El tercer frente es posible que sea el que en primer lugar se manifieste como problemático.
Creo que muy pronto comprobaremos que la prima de riesgo por las nubes no era culpa de Zapatero y que la presión de «los mercados» (la extorsión de los poderes financieros) sobre España no tenía nada que ver con que gobernase un partido socialista que lo hiciera mejor o peor.
No me extrañaría nada que lo que ocurriera sea que muy pronto, antes incluso de que se forme el gobierno, se fuerce un empeoramiento de la situación para dar lugar y justificar una especie de intervención «suave», en el sentido de que permita ser bien vendida por Rajoy como efecto de la herencia del gobierno anterior, y que obligue a que España acepte un préstamo voluminoso para que de esa manera los bancos alemanes recobren la mayor parte posible de la deuda de los españoles. Y de paso justificar así una batería inicial de medidas drásticas que no tuvieran que achacarse a la decisión autónoma del primer gobierno de Rajoy sino a la incompetencia de Zapatero.
Es verdad que esto le supondría al nuevo presidente dificultades para llevar a cabo cualquier tipo de proyectos de regeneración económica a corto plazo pero, en compensación, le supondría la ventaja de no tener que vender la dura disciplina del tratamiento de choque inicial como algo propiamente deseado por el Partido Popular sino como una especie de inevitable castigo europeo a la fatal gestión del malvado gobierno anterior (que incluso podría verse en la obligación de firmarlas en funciones para su mayor escarnio).
El cuarto frente es el de la movilización social. No es realista creer que la gestión que se avecina, y de la cual ya hemos tenido un tráiler muy completo en Castilla la Mancha, Galicia o Cataluña, se va a llevar a cabo sin respuesta social alguna. Tontos de remate estarían los dirigentes sindicales si creyeran por un momento que la política «de responsabilidad» de otras épocas les va a proteger ahora de lo que se les está preparando. Y van a ser muchos los sectores sociales que van a empezar a notar en sus bolsillos y en las prestaciones a las que hasta ahora han tenido derecho recortes que no podían ni imaginar hace unas semanas, de modo que será inevitable que el frente de las movilizaciones sociales aumente.
El 15M, por otro lado, ha entrado en una especie de estado letárgico como consecuencia de su rechazo mayoritario a tratar de influir en la marcha de las instituciones, pero no me cabe la menor duda de que pronto va a volver a mostrar, quizá con más fuerza y amplitud que nunca, un rechazo muy amplio a lo que se está preparando. Y no es de descartar que este frente se refuerce además como consecuencia del aporte de mucha militancia socialista que ahora comprueba con frustración las consecuencias del silencio y la pasividad mantenidas bajo el funesto mandato de su todavía secretario general.
El quinto frente es el de Europa, convertida ahora en una caverna en donde lo que se dilucida es quién va a estar antes que los demás en la configuración del nuevo orden internacional que se avecina y en la que los grandes poderes industriales y financieros han decidido que sobran demasiadas veleidades sociales, que se pierde mucho tiempo en las instituciones representativas y que por el contrario, hay que ir más al grano de los mercados. Lo que se va a decidir en los próximos meses son las diferentes velocidades, quién se situará en el proscenio y quién en los distintos anfiteatros y sillas de platea o en el gallinero.
Y ahí va a hacer falta mucho más que un simple ex presidente de diputación o un registrador de provincias. Y el problema es que, hasta ahora, desconocemos qué piensa, cómo actúa y cuáles son las armas con las que Don Mariano puede abrirse paso en los pasillos de Bruselas.
Es precisamente por esto último que Rajoy tiene ante sí, finalmente, a un frente que no es otro que él mismo. Ahora ya debe hablar. Ha de decir lo que quiere y lo que va a hacer y ya no puede echar la culpa a otros o responder con más silencios. Deberá gestionar el fin de ETA y la paz en el País Vasco, seguramente tragándose todos los improperios con los que trató de descalificar a Zapatero. Tiene que indicar a los españoles qué medida tomará cada día que vaya pasando; no podrá disimular con sarcasmos su falta de ideas ni reírse de Zapatero o Rubalcaba cuando muestre falta de liderazgo. Tendrá que acudir a las citas internacionales y ha de mostrar que sabe actuar y negociar mejor que Zapatero. Y, sobre todo, habrá de encontrar la fórmula de contentar a todos sin que todos se lancen demasiado pronto a su cuello.
Rajoy fue un multiministro en la época de Aznar que nunca necesitó sudar la camiseta, quizá porque se sabía colocado como sucesor por la gracia de los pactos de un Manuel Fraga entonces todopoderoso. Un ministro que, cuando tenía bajo su responsabilidad la gestión del mayor problema pendiente de nuestra sociedad, se dedicaba a decir que «Ahora estoy en este chollo de Educación».
Pero, desde este momento, Rajoy no puede seguir actuando como lo ha venido haciendo a lo largo de toda su carrera política, sin que haya podido saberse si subía o si bajaba. Se enfrenta a su propia historia y personalidad y tendrá que demostrar y demostrarse a sí mismo que no actúa como el que ha encontrado otro chollo, ahora en el Palacio de la Moncloa, sino como un verdadero estadista.
Todas estas dificultades se le presentan a Rajoy en una coyuntura económica que va a ir a peor, en una clima de tensiones internacionales que va a obligar a tomar partido a todas las naciones, con poderes financieros dispuestos a sobreponerse de cualquier manera que sea a los representativos, con un modelo productivo insostenible cuyo recambio nadie ha sido capaz de definir con acierto y con grupos sociales que le sirven de apoyo (patronales, judiciales, profesionales, religiosos…) cegados e incapaces, hasta el momento, de proponer otra cosa que no sean simples letanías ideológicas para salir del atolladero en el que estamos.
El tiempo dirá lo que da de sí Rajoy en este contexto, qué le aguantan y qué no sus compañeros de partido y el conjunto de los españoles.
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