Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

¿Qué es el bien si cada uno lo entiende a su manera?

La del título es una de las preguntas que se hace Raimon Panikkar en su libro Paz e interculturalidad. Una reflexión filosófica. Su lectura es interesante.

 

Dice que la interculturalidad es un imperativo de nuestro tiempo. «Para que tenga lugar la mutación de una cultura de guerra a una cultura de paz, el cambio debe alcanzar el dominio del mythos y no sólo del logos; de lo que se desprende que hemos de modificar nuestros mitos y no sólo nuestras ideas… Nótese que hablamos de desafío intercultural y no sólo ético. La ética no es un desafío, es una obligación” (p.106).

 

Panikkar dice que predicar y poner en práctica la bondad es un imperativo tan universal que todos pensamos siempre que estamos haciendo el bien, y ahí es cuando se pregunta para qué sirve entonces el bien si cada uno lo entiende a su manera. Dice, con toda la razón, que “también entre los ‘buenos’ hay guerras y se combaten ‘guerras justas’ y también santas” (p. 107).

 

Eso se debe, sigue diciendo, a que “cada cultura cree en sus propios mitos, y cuando se olvida el carácter relativo de las convicciones que están encerradas (y comprendidas) en el mito, se corre el riesgo de convertir en absolutos las ideas y los valores de tal cultura. Este es el peligro de las culturas que se han encerrado en sí mismas o que están convencidas de su superioridad” (p. 107).

 

Por eso, «la apertura a la interculturalidad es verdaderamente subversiva… Nos dice que nuestra visión del mundo, y por lo tanto nuestro mismo mundo, no son únicos» (p. 109). Además, sigue diciendo, «nos permite crecer, ser transformados; nos estimula a volvernos más críticos, menos absolutistas y amplía el campo de nuestra tolerancia» (p. 109).

 

En otro lugar del libro se refiere igual de lúcido a la paz: “Es difícil vivir sin paz exterior, es imposible vivir sin paz interior” (p. 152). Y cita en otro lugar (p.156) a Simone Veil: “la paz huye del campo del vencedor”.

 

Un libro que hace pensar y que ayuda a comprender nuestro mundo «ambivalente, lleno de signos de muerte, pero también repleto de signos de resurrección» (p. 168)  y, al mismo tiempo, a nuestro peor y  nuestro mejor carácter como especie: “¡Cuántas atrocidades se han cometido en nombre de la verdad!”, exclama en la página 54.

 

Un libro sabio de un sabio, aunque desgraciadamente en las antípodas de lo que piensan y hacen los hacedores de los mitos de nuestro tiempo.

 

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