Unas semanas antes de que se celebren elecciones en México, el Banco de Bilbao Vizcaya Argentaria (un nombre largo que expresa la voracidad de las entidades bancarias y su aversión a la competencia) publica un informe en el que viene a decir que la situación política interna constituye un factor de riesgo para la economía mexicana.
El informe dice que uno de los factores de riesgo en los trimestres venideros (además de la desaceleración estadounidense) es «el nerviosismo generado por el proceso electoral que podría afectar las decisiones de consumo e inversión y ralentizar la consolidación de la recuperación».
Lo que habría que preguntarse es quién está nervioso en México y por qué es ahora cuando al BBVA le preocupa la caída del consumo y la inversión en aquel país. Entonces, veríamos que la «preocupación» del BBVA esconde algunas paradojas.Si el BBVA está tan preocupado porque se produzca una caída en el consumo que frene el crecimiento en México de lo que tendría que preocuparse no es de las elecciones sino de otras circunstancias. Sobre todo, de la pobreza: según el Banco Mundial, más de la mitad de la población mexicana se encuentra en situación de pobreza, y una cuarta parte en situación de pobreza extrema.
Dicho de otra manera, eso quiere decir que alrededor de 53 por ciento de los mexicanos tienen un nivel de consumo por debajo de las necesidades mínimas de alimentos básicos y algunos otros bienes no alimentarios básicos. Y que cerca del 25 por ciento tiene un ingreso insuficiente incluso para una nutrición adecuada.
En el medio rural mexicano, uno de cada seis niños padecen desnutrición activa y hay zonas, como Guerrero, en donde el 63 por ciento esta desnutrido.
Y si al BBVA le preocupara de verdad esa situación de pobreza y sus efectos nefastos sobre el consumo, en lugar de ponerse nervioso por las elecciones, tendría que atender, sobre todo, a la desigualdad que existe en el país.
En México, la décima parte más rica de la población gana más del 40 por ciento de los ingresos totales, mientras la décima parte más pobre sólo obtiene el 1.1 por ciento.
Según el investigador Miguel Székely, «si el ingreso del 10 por ciento más pobre creciera a una tasa similar a la observada en los países asiáticos más exitosos durante las últimas décadas –es decir, en alrededor de 5 por ciento anual- le tomaría 72 años llegar al nivel de riqueza que el 10 por ciento más rico del país tenía en el año 2000».
Puesto que esos datos los conoce el BBVA, es evidente que su «preocupación» es falsa. Si de verdad quisiera incentivar el consumo y el crecimiento, debería proponer que se adoptaran medidas correctoras de la desigualdad pues ésta y no otro es el factor que realmente los frena. Es una evidencia que resulta casi imposible conseguir resultados de crecimiento económico suficientes y satisfactorios en una sociedad si se mantiene excluida, como ocurre en México, a una parte tan importante de la población.
El auténtico factor de riesgo de la economía mexicana no son las elecciones. Por el contrario, los verdaderos enemigos de la escasa demanda y del crecimiento insuficiente en México son, como también en tantos otros lugares del mundo, la pobreza y la desigualdad.
Y ambas están vinculadas con factores muy evidentes.
En primer lugar, con la falta de recursos dedicados al desarrollo. Por eso, si fuera honesto, coherente y consecuente, lo que propondría el BBVA es que aumenten los impuestos de los más ricos para disponer así de más recursos para financiar el gasto público y particularmente el social que tanto hace falta, y que el gobierno se empeñara decisivamente en adoptar medidas de redistribución de la renta.
En particular, el BBVA debería proponer que aumente el desarrollo educativo y, para ello, que se garantice que todos los niños mexicanos pueden ir a las escuelas, lo que obliga a proporcionar ingresos básicos a sus familias. Mientras que lo que debería causarle nerviosismo habría de ser la injusticia que supone condenar a la pobreza y a la incultura a millones de personas por la sola razón de haber nacido de familias pobres en un país donde la mayor parte de la riqueza se la apropian los más ricos (y entre ellos los dueños del propio BBVA).
El BBVA también debería oponerse radicalmente a que las grandes empresas y, en particular las de Estados Unidos, utilicen México como un semillero de mano de obra barata, explotándola de forma inhumana e inmoral. En México se podría conseguir el consumo y el crecimiento que tanto preocupa al BBVA si hubiera salarios decentes (no digo que fueran tan elevadísimos como los de sus directivos, sino sólo decentes, me conformaría con eso), y si las empresas contribuyeran al Fisco mexicano como en los países más adelantados del mundo (también me conformaría casi con eso para lograr que, al menos, la gente no pasara los padecimientos que pasa ahora). Es decir, si las grandes empresas, a diferencia de lo que hace el BBVA no se preocuparan sólo de ganar dinero sin preocuparse de la forma en que lo ganan y de la pobreza que generan a su alrededor para ganarlo en tan grandes cantidades.
El BBVA también debería poner sobre la mesa las evidentes malas consecuencias que sobre el consumo y el crecimiento mexicano ha de tener el hecho de que se obligue a que la economía mexicana se relacione de igual a igual con la de Estados Unidos cuando, en realidad, se trata de dos economías tan distintas y con pesos tan diferentes. Para fortalecer el consumo y la inversión en México, el BBVA dería proponer que la economía mexicana se protegiera y desarrollara endógenamente, en lugar de abrir sus puertas de par en par para dejarse caer en los brazos de un gigante que viene a despojarla aprovechándose de su mucha mayor fortaleza.
Finalmente, el BBVA se preocupa también de los efectos de las elecciones sobre la inversión.
¡Qué loable intención! Aunque lo raro es que, si realmente se preocupa de que a México (y seguro que también a otros países) llegue el máximo de inversión, no se haya comprometido ya a renunciar al despilfarro con que utiliza los recursos financieros (es decir, a la inversión ilegal que realiza en los paraísos fiscales, y a la financiación de actividades puramente especulativas y de la peor estofa) para dedicarlos a financiar el desarrollo mexicano.
El BBVA es uno de los grandes muñidores del dinero negro mundial, uno de los bancos más entrometido en operaciones sucias y especulativas, una expresión paradigmática del poder empobrecedor de las finanzas de nuestra época. Se ha dedicado y se dedica a realizar operaciones opacas para salvaguardar los inmensos patrimonios de los ricos, opera en los paraísos fiscales para evadir impuestos, ha financiado y ha sobornado a cientos de candidatos, pervirtiendo la vida política y la democracia.
Por eso es sucio que ahora amenace veladamente vinculando un empeoramiento de la economía mexicana con las próximas elecciones, cuando puede darse un avance de las alternativas progresistas.
El BBVA habla del nerviosismo pre-electoral pero no dice que quienes realmente se ponen nerviosos son ellos, los banqueros que temen que sus privilegios puedan ponerse en peligro, que puedan aparecer democráticamente políticos decentes que no se dejen sobornar, que no estén dispuestos a concederles todo lo que le piden y que luchen por un mundo más justo, exento de las miserias, del empobrecimiento y de los delitos que acompañan hoy día a la actividad financiera.
Lo que ocurre es que al BBVA, como a casi todos los bancos, no les gusta la democracia. No se acomodan a eso de que los ciudadanos elijan libremente a sus representantes y por eso han estado siempre implicados en las operaciones que tratan de abortar la aparición de alternativas políticas progresistas.
El BBVA canceló el año pasado las cuentas de Enlace Civil, una asociación que recibe legalmente los depósitos para las comunidades autónomas zapatistas. La explicación que dio fue clara: «por así convenir a nuestros intereses». Las protestas subsiguientes le obligaron a reconsiderar la medida pero ya era tarde: su auténtica faz como empresa de los poderosos y al servicio de sus exclusivos intereses se había puesto de manifiesto una vez más.
El BBVA ya ha
mostrado en otros países, como en Argentina, que es una institución muy hábil para la amenaza y el chantaje (tanto o más que para la opacidad financiera, la usura y el fraude): cuando no le gusta lo que un país decide democráticamente hacer (es decir, cuando ve amenazada la posibilidad de seguir obteniendo beneficios suculentos), evade sus capitales, desmantela sus inversiones y se va a otro lugar.
El BBVA no conoce otra hoja de ruta que no sea la que le lleva a ganar dinero como sea, sin miramiento y sin límite. Su conducta no responde a otra ética que no sea la de la búsqueda insaciable de beneficio. Por eso, cuando ahora dice que le preocupa el consumo, la inversión o el crecimiento económico mexicano ya no engaña a nadie. Sólo le preocupa su cuenta de resultados, cuyo gigantesco abultamiento es, precisamente, una de las principales causas de que en ese país, como en tantos otros, haya docenas de millones de seres humanos injustamente condenados a vivir en la pobreza y con un sufrimiento atroz.
Es por eso que las palabras y los informes de los banqueros y de los ricos que disfrutan de todo tipo de privilegios mientras la inmensa mayoría sufre por su causa no tienen la más mínima credibilidad.
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