El momento en que los alumnos y alumnas entregan el examen final es el rubicón anual que ellos traspasan siempre entre nervios y nosotros, los profesores, con la duda de haberles sido útiles.
Ayer se examinaron mis alumnos de Economía Política y al final del examen me permití captar uno de sus últimos instantes.
Casi todos habían terminado ya. La mayoría, estoy seguro, con éxito.
Mientras escribían me gustaba tratar de adivinar la nota que cada uno iba a obtener a tenor de sus gestos de tensión o de sus muecas de confianza, duda, temor o ignorancia. Casi siempre suelo acertar con los que vienen a menudo a clase. Pocas veces con los otros.
Había muchas más chicas: llegué hoy a contar en un momento dado a 29 alumnas y solo 2 alumnos. Es el signo, afortunado, de los tiempos en la universidad, aunque queda mucho para que esa proporción se dé también en los niveles más altos de las actividades que ejercerán estos (¡y estas!) futuros (y futuras) juristas.
Un fin de curso más y puedo decir lo de otras veces: yo, al menos, me lo he pasado bien. Cuando el próximo año me den la evaluación podré comprobar lo que piensan ellos, aunque ayer mismo a última hora recibí un mensaje de agradecimiento de una alumna que creía que iba a suspender y que, sin embargo, ha hecho un buen examen. Me da las gracias por el curso y promete seguir mis consejos. Sólo con eso me siento bien pagado por el trabajo de este curso.
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