Cuando más o menos llega el mes de junio y la gente intuye que las clases han terminado, los profesores comenzamos a oir constantemente felicitaciones por doquier: «ya de vacaciones, ¿no?». No son vacaciones exactamente, pero yo no me puedo quejar.
No hay nada que me dé más coraje. Normalmente, los meses de junio y julio suelen ser los más atareados. El miércoles pasado salí para Valladolid. Tuve que volar primero a Barcelona y, por cierto, con vaivenes mucho más fuertes de lo normal y mayores de los que suelo soportar sin que renazca mi viejo miedo a volar. De allí, después de tomarme a eso de las cuatro un bocadillo bastante seco, otro vuelo a Valladolid en un avión mucho más pequeño y que se movió mucho más. Bueno, no más, sino demasiado. Llegué a media tarde y me fui a pasear con los demás amigos del tribunal. Es lo bueno de esos viajes, como en este caso, a tribunales de tesis doctorales. Cené con ellos y a la cama, aunque el viaje me mantenía despierto y me dormí muy tarde. La tesis fue a la mañana siguiente, aunque me dio tiempo a pasear un rato. Después, la comida y enseguida tuve que recoger un coche de alquiler, única forma de llegar a tiempo a un nuevo tribunal el día siguiente en Bilbao. Casi nada más llegar cené, más bien frugal, con el tribunal y me levanté temprano al día siguiente. Inmediatamente después de la tesis, y sin ni siquiera comer, salí de nuevo en avión para Madrid. Atrás quedaban las dos tesis de casi 600 páginas cada una que me había leído con detalle. Un viaje cansado pero agradable que me permite saludar a los amigos y participar en lo que sigue siendo el acto académico que más se recuerda con el paso del tiempo. Lo disfruto.
En Madrid gocé también con mi hija, a la que cada día que pasa quiero más y de la que me siento cada vez más orgulloso. Fuimos los dos a ver «Hoy no me puedo levantar» de Nacho Cano. Nos gustó bastante (a pesar de que la vimos, literalmente, desde el fondo del gallinero: ¡como en mis viejos tiempos!). Volví en coche con A y B. Al final, me dio por hablarles de feminismo y, la verdad, no sé cómo me aguantaron casi, casi, casi, sin rechistar.
Es mi buena y feliz mala vida académica de bastante trabajo y viajes. Cansada pero disfrutona. No me quejo. ¡Todo lo contrario!
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