Las grandes potencias «democráticas» suelen ser muy escrupulosas en cuestión de democracia… pero solo cuando les interesa.
Envían docenas de observadores cuando hay elecciones en Venezuela o en Bolivia, allí donde aventuran que habrá victoria de las izquierdas. Siguen el proceso con toda minuciosidad pero, a pesar de que nadie logre descubrir hechos que pudieran poner en duda los comicios, más pronto que tarde comienzan a poner pegas a los triunfos populares.
El caso de Hugo Chávez quizá sea el más paradigmático: en nueve o diez ocasiones ha vencido ya en las urnas y, pese a ello, las derechas de todo el mundo y los sectores más reaccionarios de la socialdemocracia, siguen aludiendo sin parar a su falta de legitimidad democrática, sembrando la duda en campañas ignominiosas que, gracias a su poder mediático, se difunden por doquier.
Sin embargo, cuando en Estados Unidos votan los muertos, o cuando el hermano del presidente ¿electo? hace trampa sin límite en el Estado del que es gobernador, cuando se demuestra ante los tribunales que los resultados estuvieron amañados o que los programas informáticos fueron manipulados, ninguna de las grandes fuerzas políticas de las potencias «democráticas» osa poner en duda tales resultados, ni se atreven a denunciar la criminal violación de los derechos políticos de millones de personas. Como tampoco suelen poner pegas cuando las dictaduras de derechas convocan elecciones haciendo de la democracia un gigantesco paripé.
Es verdad que la buena salud de una democracia no puede valorarse solamente por las elecciones generales que se celebren cada cuatro o cinco años porque una auténtica democracia debe proporcionar más canales de participación y decisión compartida para que realmente lo sea. Pero, en cualquier caso, ese tipo de elecciones, como las presidenciales, son una pieza clave para que los ciudadanos podamos realmente decir que vivimos en libertad. La libertad no es solamente votar a diferentes partidos con cierta regularidad. Eso es verdad, pero igualmente lo es que sin poder hace esto último, no se puede hablar de que exista libertad o democracia (una consideración, por cierto, que es válida no solamente para los países capitalistas sino también para los que eligen la senda del socialismo -como Cuba, sin ir más lejos- en donde la posibilidad real y no solo nominal de elegir debe ser incluso más amplia que en los primeros).
La escrupulosidad selectiva de las derechas y de los poderes económicos se ha vuelto a manifestar últimamente en México.
Es realmente sintomático que habiéndose manifestado desde el primer momento numerosísimas pruebas de fraude e irregularidades, la derecha de todo el mundo y cierta parte de la izquierda (con Bush a la cabeza y desgraciadamente a muy pocos pasos detrás el gobierno de Rodríguez Zapatero) hayan dado por buenos los resultados.
¿Por qué no han esperado en este caso? ¿por qué no han manifestado ahora el escrupuloso deseo de limpieza democrática que proclaman en otros sitios? ¿por qué no quisieron esperar a felicitar a un «vencedor» que lo era con grandes sospechas? ¿cómo pueden los demócratas, si lo son de verdad, admitir por las buenas y sin más que pueda validarse un resultado que pudiera ser contrario al deseo popular expresado en las urnas? si dicen que el voto es el valor sacrosanto de la democracia ¿cómo pueden, entonces, admitir que se manipule o no presionar para eliminar cualquier tipo de sospecha ?
Los gobiernos que han dado ya como vencedor a Calderón en México, sin solicitar o sin esperar a que se demuestre finalmente que no hubo irregularidades, han mostrado que, en realidad, lo que les interesa no es que haya democracia, que las elecciones sean limpias y que el voto de todos y cada uno de los ciudadanos se respete escrupulosamente, que no haya trampas ni fraudes.
Lo que les interesa es solamente que ganen los suyos: cuando ganan, todo lo demás les da igual; cuando pierden, es cuando se convierten en los guardianes más celosos de la democracia. Son cínicos y dan asco.
SUSCRIBETE Y RECIBE AUTOMATICAMENTE TODAS LAS ENTRADAS DE LA WEB