Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Bombas de racimo: los bancos también matan

 Las bombas de racimo (que al abrirse en el aire esparcen cientos de municiones explosivas sembrando de detonaciones un gran área a su alrededor) son un tipo de armas extraordinariamente crueles y sanguinarias que normalmente provocan los daños a la población civil. 

 

 Este tipo de bombas se suelen fabricar pintando con colores vivos las municiones de todo tipo que dejan caer, lo que las hace atractivas para los niños que tratando de jugar con ellas mueren en multitud de ocasiones. Diversas organizaciones no gubernamentales estiman que sólo en 2006 murieron unas 4.000 personas por su causa, sobre todo, en Irak, Afganistán, Líbano, Serbia, Sudán o Bosnia-Herzegovina.
 
 La semana pasada se reunió en Lima una conferencia internacional sobre este tipo de bombas como prolongación de la que se celebró en Oslo en febrero pasado y en la que se acordó el compromiso político de lograr, en el 2008, la adopción de un instrumento internacional jurídicamente apremiante que las prohíba.
 
 El representante de Líbano en esa conferencia informó que sólo en el sur de su país hay 1,2 millones de municiones de racimo sin explotar. Y señaló que «estos explosivos quedaron regados en campos, jardines, calles, cerca de escuelas y con un potencial monstruoso… Para los niños estas bombas pueden parecer juguetes y en algunos casos parecen botellas de perfume».
 
 Por su parte, el representante de Camboya indicó que en su país todavía hay cientos de miles sin explotar de los 20 millones de bombas de este tipo que Estados Unidos lanzó en los años setenta.
 
 Según un estudio de la organización Handicap International (HI) y el Instituto de Naciones Unidas para la Investigación sobre el Desarme (UNIDIR) «los 440 millones de bombas en racimo sembradas en distintas partes del mundo convierten a hogares y áreas sociales en verdaderos campos de minas».
 
 Pero el clamor de quienes demandan su extinción choca con la debilidad de los gobiernos de los países en donde se fabrican, que no muestran una efectiva voluntad de acabar con ellas y, sobre todo, con los grandes intereses económicos, tanto de las empresas que las producen, que suelen formar parte de los más grandes grupos de la industria militar, como de los bancos que la financian.
 
 Justo pocos días después de que concluyera la conferencia de Oslo se supo que sesenta y ocho bancos de todos los países, entre los que se encuentran el Bank of America, Barclays, Citigroup, Lloyds TSB Bank, HSBC, Merrill Lynch o el Deutsche Bank habían ofrecido créditos sindicados a las empresas productoras de bombas de racimo: las estadounidenses Lockheed Martin, GenCorp, Raytheon, Textron, la francesa Thales y el consorcio europeo EADS.
 
 Y entre esos bancos se encuentran dos españoles: el Banco de Santander que proporcionó junto con otras 34 entidades de crédito una financiación de 3.650 millones a la empresa EADS, y el Banco de Bilbao Vizcaya que participó con 35 millones de dólares en un crédito sindicado en 2005 entre trece bancos a la empresa Raytheon, por un valor total de 2.200 millones.
 
 La conclusión de todo ello no puede ser más evidente: cada vez que un niño o un adulto inocente salta destrozado por los aires como consecuencia de una de estas bombas hay responsables directos detrás: los que las usan pero además quienes las fabrican y quienes dan el dinero para que puedan fabricarse. Los bancos también matan. 

 

   

 

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