Texto de la ponencia presentada en la VII Jornada sobre Desigualdades Sociales y Salud organizada en Cádiz los días 4 y 5 de mayo de 2007 por la Asociación para la Defensa de la Salud Pública.
1. Las manifestaciones de la desigualdad en Andalucía: pasado y presente.
Andalucía ha sido siempre un espacio donde no han dejado de proyectarse notables desigualdades, tanto en su interior como en términos comparativos con el entorno en el que geográfica y políticamente se ha venido desenvolviendo.
Aunque las manifestaciones de esa desigualdad han ido variando, en calidad y en cantidad, a lo largo de su historia, podemos decir que presenta tres características básicas. En primer lugar, que están claramente relacionadas con las diferencias existentes en el medio físico. En segundo lugar, el haber venido dándose desde hace siglos, es decir, su persistencia histórica. Finalmente, el aparecer tanto en épocas de esplendor económico como en las de crisis y deterioro.
Veremos cada una de estas características con algún detalle a continuación.
1.1. Un espacio desigual y generador de desigualdades
El medio físico andaluz es intrínsecamente desigual desde muchos puntos de vista, hasta el punto de que se ha considerado necesario distinguir dos auténticas andalucías: la Andalucía Alta correspondiente a las actual provincias de Almería, Granada, Jaén y Málaga y las Andalucía Baja en donde se incluirían a las cuatro restantes.
Aunque ambas tienen prácticamente la misma extensión (48% y 42%, respectivamente) presentan rasgos físicos muy desiguales.
Así, la altitud media de la Andalucía Baja es prácticamente la mitad que la de la Alta. En ésta última más de la mitad del terreno es montañoso, alrededor del 15% llano y el resto de colina. Por el contrario, en la Andalucía Baja u occidental el 60% de la superficie es llana y sólo el 3,4% se puede considerar montañoso.
Lógicamente, la mayor altitud y dificultad del terreno en la Andalucía oriental conlleva también condiciones más difíciles para el desarrollo de los cultivos, de la comunicación y para la utilización de la maquinaria de todo tipo, lo que termina generando actividades económicas más costosas y de menor valor añadido.
1.2. La persistencia de la desigualdad
La segunda característica fácilmente observable en la desigualdad que presenta la sociedad andaluza es que se trata de un fenómeno que se ha labrado a lo largo de su historia, es decir, que tiene sus raíces en las vicisitudes sociales y económicas que nuestra tierra ha sufrido ya desde hace varios siglos.
El periodo de la reconquista, cuando ya sólo el reino de Granada se mantenía bajo dominación árabe, marca quizá el inicio de las desigualdades. Así, mientras que en el reino oriental se conformaban modos de producir vinculados a formas de propiedad más reducida, a cultivos de regadío más productivos e incluso a una variedad sectorial más amplia, en los reinos occidentales se comenzó a extender la gran propiedad señorial que conformaba legiones de auténticos desheredados en la actividad agraria.
La llegada de la Edad Moderna reflejó quizá mejor que ningún otro momento que la desigualdad que mucho más tarde ha venido padeciendo Andalucía es un producto anclado en su propia historia.
A lo largo del XVIII se manifiestan claramente los rasgos de esta desigualdad entre las dos andalucías. Así, la Baja Andalucía (con un 52% de la superficie y el 56,1% de la población) llegaba a suponer el 67,5% de la contribución tributaria total de Andalucía a la Corona y un 63,1% del producto regional, frente al 32,5% y 43,9% de la Andalucía Alta, que tenía un 48% de la superficie y poco más de 53,9% de la población (Lacomba 1999:320, 321 y 325).
Lejos de ir aliviándose, esta situación se fue agudizando y, sobre todo, se fue manifestando también en otro tipo de desigualdades referentes a la propia composición de los diferentes grupos sociales que hicieron que la sociedad andaluza se fuese polarizando de una manera muy aguda y evidente, como señalaré más adelante.
A finales del siglo XVIII se podía percibir claramente un cambio de patrón que muestra la pervivencia de una Andalucía desigual en su conjunto, es decir, con grandes asimetrías en sus diferentes territorios y al concluir el XIX, Andalucía ya presentaba la fisonomía propia de las economías capitalistas (más atrasadas y periféricas, bien es verdad) y, en consecuencia, en ella comenzaban a darse dualidades que tenían que ver no sólo con el tipo de propiedad o las condiciones de vida que le son inherentes (en la Andalucía Occidental tradicionalmente más vinculada a la vida e torno al latifundio y en la Oriental más centrada en la propiedad más repartida e incluso más productiva), sino con la diferente naturaleza de las actividades predominantes.
Las diferencias entre provincias también comenzaban ya a ser notables en aquel momento. Mientras que Almería tenía el 10,7% de la población y sólo el 5,2% de ese tipo de contribución, Ciziz tenía el 13,1% y el 22,5% respectivamente. Y Sevilla que tenía el 15,4% de la población (muy poco más que Málaga con el 15,2%) representaba el 25,6% de la contribución (frente al 16,6% de Málaga).
Sólo dos provincias, Sevilla y Cádiz con el 28,5% de la población, registraban el 48,1% de la contribución industrial y comercial. Una concentración de la actividad que no sólo es significativa en lo económico sino que tiene profundas derivaciones en cuanto al tipo de condiciones de vida que se generaban en cada territorio.
Esto último se manifiesta claramente en los niveles de analfabetismo existentes en Andalucía en los albores de la sociedad contemporánea e incluso de nuestros días.
En 1905 el porcentaje de electores que sabían leer y escribir en Andalucía oriental era del 36,21%, frente al 48,29% en Andalucía Occidental (Cazorla 1965:123). Porcentajes que, además, contrastan notablemente con los del total nacional (59,97%) y mucho más aún con los de Vizcaya (73,96%) o Santander (90,33%). Las diferencias interprovinciales antes mencionadas en cuanto a la contribución tienen un correlato claro en las de instrucción si se tiene en cuenta que el porcentaje de electores que saben leer y escribir en Cádiz (51,03%) y Sevilla (50,83%) es mucho más elevado que el de las provincias con menos avance en este sentido (Málaga, con el 34,90%, y Jaén con el 35,73%).
El siglo XX abundará en este tipo de desigualdades internas y la lentitud y debilidad de los cambios modernizadores se traducirán en el atraso que sólo logrará cambiar de tendencia en su último cuarto.
Baste señalar que en 1955, en la mitad de una década que marca el punto culminante del modelo secular de desarrollo socioeconómico periférico andaluz, la renta per capita de Andalucía Oriental era un 56,9% de la media nacional y la de Andalucía occidental un 88,6% (cuando la de Vizcaya era del 208,1).
Y ello con notabilísimas diferencias interprovinciales, pues la renta per capita de la provincia de Sevilla alcanzaba el 98,5% de la nacional, mientras que la de Granada era del 49% (Cazorla 1965:306).
Ni siquiera las políticas sociales y económicas más avanzadas y la extensión del estado de Bienestar han podido reducir muy sustancialmente la desigualdad en Andalucía como pone de relieve el que a primeros de los noventa el 10% de la población más rica acumulara el 25,26% de los ingresos y el 10% más pobre sólo el 2,54%. Entonces, el 30% más rico acumulaba el 53,46% de los ingresos frente al 12,05% del 30% más pobre (Torres 1995:244).
Y esas desigualdades continuaban manifestándose no sólo en el interior de Andalucía sino en relación a otras comunidades del Estado. Así, es significativo que también a finales de los noventa, el 45,85% de la población nacional residiera en municipios con renta media superior a 1.450.000 ptas. y en Andalucía el 0%. O que sólo un 5,9% de la población nacional residiera en municipios con menos de 1.250.000 pesetas de renta media frente a un 100% de la andaluza (Caixa 1999).
1.3. Desigualdad y empobrecimiento en el esplendor y en la crisis.
En la edad Moderna Andalucía fue “era rica”, como señaló Domínguez Ortiz. Era considerada, como dice Juan Antonio Lacomba (1999:319), “una tierra feliz. Pero en realidad, el microcosmos andaluz era un mosaico de áreas privilegiadas unas y pobres otras”. Andalucía representaba algo más del 22% del territorio nacional pero aportaba el&
nbsp;34,9% del tributo total de 1651, aunque, como señalé anteriormente, la distribución de las dos andalucías era muy distinta, puesto que la Occidental aportaba por sí sola el 67,5% de la tributación andaluza en su conjunto.
A finales del XVIII, Andalucía seguía siendo un territorio relativamente privilegiado en el conjunto nacional: representaba el 22,7 del territorio y el 24,87% de la población pero un porcentaje considerablemente mayor, el 29,7%, del total de la renta castellana.
Sin embargo, es esa época, el 73,4% de la población activa se dedicaba a la actividad agraria y de ella alrededor del 70% eran jornaleros (Solana 2000) con sueldos diarios (3,35 reales) que en el caso de los braceros sevillanos se estimaban en menos del triple de lo que entonces costaba un kilo de pan (1,3 reales).
Eso indica claramente que frente a una exigua minoría muy acomodada (la nobleza, por ejemplo, sólo representaba en el conjunto andaluz el 0,9% de la población y la mitad de este porcentaje en Granada y Córdoba) la inmensa mayor parte de la población vivía en la pobreza, una situación que se mantendría a lo largo del tiempo, prácticamente hasta el final del siglo XX.
La perdurabilidad de la penuria en la que se han mantenido las clases trabajadoras andaluzas y que ha sido la otra cara del fenómeno de la desigualdad en Andalucía fue puesta de manifiesto por Manuel Delgado (1981:64) al señalar la escasez y las diferencias tan grandes que todavía en 1930 se daban en los salarios percibidos por los andaluces.
Así, el jornal medio diario en la agricultura andaluza (2,5 pesetas) era menos de la tercera parte del recibido en la industria (8 pesetas) y casi la mitad que el de los servicios (4,5 pesetas.). Y todos ellas considerablemente más bajos que los existentes en otras regiones como Cataluña (6,5 pesetas, 10,5 pesetas y 7 pesetas respectivamente) o el País Vasco (6 pesetas, 10 pesetas y 6,5 pesetas. respectivamente).
Incluso en los años en que ya se habían comenzado a aplicar políticas directamente encaminadas a combatir la desigualdad y el atraso, en los últimos veinticinco años del siglo XX, la pobreza ha seguido siendo una lacra de la sociedad andaluza. Si bien es verdad que ya no presenta los tintes dramáticos de épocas no deja de ser significativo que un 24,49% de su población estuviera por debajo del umbral de pobreza considerado como la obtención de un ingreso menor a la mitad del ingreso medio nacional (Torres 1995:232). Un porcentaje extraordinariamente más elevado en algunos colectivos sociales como los desempleados (52,59% de pobreza) o los habitantes de núcleos no urbanos (29,46%).
Incluso todavía en 2005 el porcentaje de hogares situados por debajo del umbral de pobreza en Andalucía era del 27,7%, frente a un 19,8% en el conjunto nacional, según la Encuesta de calidad de vida (2005) publicada por el INE .
2. Sobre las causas de la desigualdad en Andalucía
En el apartado anterior acabamos de mencionar algunas de las circunstancias que han hecho que Andalucía haya sido, a lo largo de su historia, una tierra de notables desigualdades.
Pero ni siquiera todas esas circunstancias juntas permiten explicar por sí solas la magnitud de la desigualdad y la pobreza que durante tanto tiempo ha venido sufriendo Andalucía.
Hay que referirse, pues, a causas más cercanas a la estructura profunda de la economía y la sociedad andaluzas de los últimos siglos para poder explicar el fenómeno de la desigualdad vinculada a la pobreza que tanto está perdurando.
Sin ánimo de hacer aquí un estudio exhaustivo, podemos mencionar tres grandes factores desencadenantes de este fenómeno y explicativos de sus persistencia histórica: la gran propiedad de la tierra, la pervivencia del estructuras feudales y precapitalistas y la naturaleza atrasada dependiente y periférica del capitalismo andaluz.
2.1. Gran propiedad feudal, división de clases y desigualdad
La larga etapa de la reconquista (y posteriormente el fracaso de las sucesivas repoblaciones) fue generando, fundamentalmente en la Andalucía Occidental y a través de los repartimientos, una estructura de propiedad latifundista vinculada a la nobleza parasitaria.
En lugar de producirse, como en otros territorios y países, una deriva hacia procesos de transmisión abierta de la propiedad, en el caso de la latifundista andaluza predominaron, también durante siglos, los mecanismos más estáticos y tradicionales de transmisión, la herencia o el matrimonio.
Así, en el siglo XVIII el tamaño medio de las explotaciones andaluzas (principalmente debido a la gran extensión de las occidentales) era cuatro veces mayor que el nacional y esa mayor propiedad iba lógicamente acompañada de una concentración de la riqueza que no podía originar sino una enorme desigualdad estructural.
En esa misma centuria, la nobleza poseía el 60% de las tierras, la Iglesia algo más del 17% y el resto se los distribuían pequeños propietarios o arrendatarios que, en realidad, la utilizaban casi en las mismas condiciones que los trabajadores del campo y jornaleros (Artola y otros 1978).
La correspondencia de clases con esa estructura de propiedad era igualmente desigual, como mostraba el censo de 1797: un 7% de propietarios, un 12% de colonos y entre un 68 y un 81% de jornaleros y sirvientes. Eso muestra, como señala José Sánchez (1994:14) que en ese momento Andalucía continuaba manteniendo “una distribución “mala” de la propiedad, con diferencias significativas en exceso entre los pudientes (los que poseen todo) y los indigentes (los que carecen del mínimo vital imprescindible)”.
Esa estructura de la propiedad y esa división de clases prácticamente se conservan hasta el último cuarto del siglo XX, como demostró en su día el profesor José Cazorla (1965:357) al poner de relieve la estructura de la propiedad de las tierras andaluzas en 1960. En ese año el 0,6% de los propietarios poseía en Andalucía Occidental el 38,6% de las tierras y el 3,5% el 72,6%, mientras que el 72,6 de los propietarios sólo disfrutaba del 5,4% de la superficie. En Andalucía Oriental, la concentración era algo menor: el 2,2% de los propietarios poseía el 5,33% de las tierras, y el 78,8% el 11%.
Los problemas económicos asociados a este tipo latifundista de propiedad no sólo tienen que ver con el efecto de exclusión que provocan sobre las clases no propietarias –que incluyen, como hemos visto a la inmensa mayoría de la población, y que por sí mismo es un evidente factor generador de desigualdad.
El absentismo de los grandes propietarios (o directamente la colocación de su excedente fuera de Andalucía) impedía el desarrollo integral de la economía en su conjunto, y el predominio de una agricultura basada en el uso barato e intensivo de la mano de obra frenaba el desarrollo de un mercado interno capaz de soportar la acumulación no ya en otros sectores sino incluso en el de la propia actividad agraria.
2.2 La pervivencia de estructuras e instituciones precapitalistas.
Una segunda circunstancia a tener en cuenta para explicar el origen y continuidad de las desigualdades en Andalucía es la pervivencia, mucho mayor que en otros territorios, que han tenido otras instituciones feudales o precapitalistas (además de la gran propiedad) y que han actuado como factores retardatarios del progreso e incluso del propio desarrollo del capitalismo.
La progresiva implantación de las relaciones capitalistas en Andalucía implicaron una innegable aunque muy precaria y lenta modernización de las estructuras productivas, de la actividad económica sectorial y de las relaciones sociales en su conjunto.
Pero hay que tener en cuenta que el desarrollo del capitalismo en Andalucía ha venido acompañado de más desigualdad que en otros territorios debido a dos circunstancias importantes que se han reforzado mutuamente.
Por un lado, resulta que el capitalismo se desarrolló en Andalucía bajo una alianza, económicamente hablando muy conservadora, entre la incipiente burguesía y la vieja oligarquía noble y terrateniente más dada al rentismo y a la regalía que al riego y a la innovación.
Esto es muy importante porque, por otro lado, no se puede olvidar que la extensión de los patrones de mercado tienden siempre a reproducir la desigualdad de origen existente en un momento dado y que en Andalucía siempre fue muy elevada, como hemos podido comprobar.
Para frenarla o paliarla es preciso que existan instituciones de naturaleza que compensen la acción del mercado, principalmente, a través de la intervención, de cualquier tipo que sea, del Estado. Es fácil comprobar que allí donde ésta última ha sido menor, dejando a su aire a las fuerzas del mercado, la desigualdad ha sido mayor.
Puede decirse que hasta la proclamación de la II República apenas si hubo en España legislación social, instituciones de protección y normas tendentes, en suma, a garantizar el bienestar social de todos los ciudadanos. Y, en ese caso, se trató de una experiencia pronto frustrada por el levantamiento fascista de 1936 que provocó la guerra civil.
Durante el largo periodo franquista la situación social sólo comenzaría a mejorar muy tardíamente e incluso desde el punto de vista de la desigualdad no puede decirse que haya comenzado a mejorarse sustancialmente sino desde hace muy poco tiempo, como demuestra el que en1960 se estimase que un tercio de las familias andaluzas vivía en la indigencia (Delgado 1993:77).
Ambas circunstancias provocaron que el desarrollo del capitalismo en Andalucía fuese muy parasitario, bastante dependiente y periférico, convirtiéndola en una auténtica tierra de periferias dentro de la periferia.
2.3 El capitalismo periférico andaluz
Las circunstancias que acabamos de mencionar provocaron que el desarrollo del capitalismo andaluz fuera retardado y, sobre todo, que sus factores más dinámicos no respondieran fundamentalmente al empuje del capital acumulado en Andalucía, es decir, que fuese claramente periférico.
En concreto, y desde el punto de vista de las desigualdades que nos interesa destacar, el desarrollo del capitalismo periférico andaluz ha generado cinco procesos complementarios que nos interesa destacar aquí espacialmente.
– Centralización del excedente agrario.
En los últimos tres decenios se ha producido un vertiginoso proceso de modernización de las estructuras agrarias andaluzas que ha convertido a la mayor parte de las antiguas “tierras” en auténticas explotaciones empresariales, muchas de ellas incluso bajo la figura paradigmática de sociedades anónimas, como una expresión definitiva de que, por fin, el capitalismo llegó con todas sus connotaciones al campo andaluz.
Sin embargo, esta modernización no siempre ha llevado consigo un auténtico proceso de innovación y mejora cualitativa de la estructura agraria sino que se ha basado en la consecución de altas tasas de rentabilidad a través de la reducción de gastos (especialmente de mano de obra), del aprovechamiento muy intensivo (y demasiadas veces no sostenible) de los recursos y en la disminución del riesgo asumido en la explotación del negocio agrario.
Este tipo de lógica, que ha venido de la mano de una intensiva presencia de capital extranjero a los canales de distribución y comercialización vinculados a la producción agraria, ha producido una fuerte concentración de excedente que consecuentemente lleva consigo una peor distribución de la renta del sector primario en Andalucía.
Todo ello se traduce, desde el punto de vista de la distribución, y por tanto de la generación de desigualdades, en la conformación en Andalucía de una “agricultura sin agricultores” (Delgado 1993:XIX), a diferencia del modelo de la Unión Europea. En Andalucía, la modernización ha significado sencillamente “racionalización” capitalista, es decir, mayor rentabilidad con un aprovechamiento más intensivo que garantice una menor utilización del factor trabajo, lo que ha provocado las elevadas tasas de paro del sector y, en consecuencia que “la riqueza que produce la agricultura se distribuye cada vez entre un menor número de personas” (Ibidem).
– Terciarización regresiva de la economía.
En los territorios industrializados, el sector terciario se especializa en la oferta de servicios de acompañamiento de la actividad industrial. Pero el sector servicios hiperdesarrollado en Andalucía se haya vinculado preferentemente a actividades de bajo valor añadido y baja productividad, así como a la producción de servicios no comercializables, es decir, generadores de bajo excedente, salvo que salarios muy bajos permitan obtener beneficios elevados, aún a costa de la baja productividad, lo que implica escasa capacidad competitiva.
Lógicamente, esta situación, que sólo ha comenzado a apuntar un cierto cambio de tendencia en los últimos años gracias al desarrollo de nuevas actividades vinculadas en mayor medida a las nuevas tecnologías de la información, ha producido un efecto importante sobre la estructura salarial andaluza y por ende en la distribución de la renta.
Al finalizar 2006, el coste laboral medio en Andalucía era aproximadamente un 10% más bajo que el nacional.
– Utilización intensiva de los recursos naturales.
El modelo de crecimiento de la economía española en general y de la andaluza en particular está centrado no sólo en uso no sostenible de los recursos naturaleza y ambientales (en los llamados “milagros sin mañana”) sino también en una consideración de esa utilización que ni siquiera está tenida en cuenta porque no se contabiliza en el haz convencional de las magnitudes económicas.
El problema radica en que, como ha puesto de manifiesto recientemente Manuel Delgado (2006), buena parte de la modernización economía andaluza ha consistido en especializarla en ese tipo de actividades cuyo coste en términos de sostenibilidad no se hace hoy día visible en las estadísticas macroeconómicas al uso.
Al no registrarse esos costes, resulta que las actividades o espacios especializados en la utilización intensiva de los procesos que los generan resultan subretribuidos, es decir, literalmente empobrecidos.
En palabras de Manuel Delgado (2006:125) predominan unos criterios de valoración de la actividad económica que condenan a las regiones y&nbs
p;espacios periféricos (como es el caso de Andalucía y dentro de ella las zonas así mismo periféricas) a recibir “una remuneración por debajo de sus costes para los productos primarios… vinculados a la explotación del patrimonio natural y situados en los primeros eslabones de la cadena de valor” y en ese contexto “podría hablarse con más propiedad de territorios ‘enriquecidos’ y territorios ‘empobrecidos’, porque la riqueza de unos es a costa del empobrecimiento de otros.
– Extraversión de las cadenas productivas y de la renta andaluza.
Finalmente, la consecuencia de todo estos factores típicos del capitalismo de periferias es que se termina restringiendo radicalmente la generación de rentas endógenas en los espacios periféricos, como ha sido el caso de Andalucía en los últimos decenios.
El seguimiento de la distribución funcional de la renta en Andalucía (Torres 1993 y 1995) ha puesto de manifiesto que en los últimos decenios la efectiva convergencia de Andalucía con el conjunto nacional se ha producido por la vía del incremento de las transferencias y no como consecuencia de un incremento efectivo de su capacidad de generación de rentas internas o endógenas.
Eso es el resultado de un doble proceso: por un lado de la disminución de las fuentes endógenas de generación de renta, como consecuencia de la pérdida de tejido productivo; por otro, directamente de la extraversión de rentas hacia fuera de Andalucía como resultado de la incorporación estratégica de intereses externos a la economía andaluza.
3. Conclusiones: presente y futuro de la desigualdad en Andalucía
Para concluir este trabajo conviene establecer algunas conclusiones principalmente orientadas a poner sobre la mesa la realidad actual andaluza, a partir del proceso histórico en el que inevitablemente se inserta, y los horizontes que pueden vislumbrarse en el futuro.
A la vista de lo que hemos analizado, puede concluirse que la desigualdad es un hecho históricamente recurrente en Andalucía, que se ha dado tanto en épocas de crisis como de esplendor y que no tiene que ver solamente con diferencias geofísicas sino más bien con factores estructurales e institucionales muy relevantes: la gran propiedad, la división muy extrema de clases y la pervivencia de sectores sociales oligárquicos y poco productivos, la dependencia hacia el exterior como consecuencia del caracter periférico del capitalismo dominante, la especialización en actividades intensivas primero en mano de obra barata y más tarde de recursos naturales, la inexistencia de una burguesía andaluza con intereses claramente vinculadas a su tierra, la ausencia de clases proletarias suficientemente potentes, la desvertabración interna, etc.
En los últimos tres decenios se ha producido un proceso de modernización muy intensivo que ha permitido aliviar, en algunos casos completamente, residuos prácticamente feudales en la economía y la sociedad andaluzas y que ha puesto en marcha con vigor inusitado políticas de bienestar y desarrollo social.
Desde muchos puntos de vista, y todos ellos esenciales para el bienestar humano, la sociedad andaluz actual apenas si tiene que ver con la sociedad rural, inculta y sumamente atrasada de hace algo más de 30 años.
Sin embargo, desde el punto de vista de la desigualdad no puede decirse que el avance haya sido paralelo al de la mejora que se ha producido en términos absolutos en los indicadores de bienestar social.
Andalucía ha avanzado considerablemente en estos últimos años pero lo han hecho también otros territorios de nuestro entorno, de modo que las diferencias entre unos y otros apenas si se han reducido significativamente. Y las desigualdades internas no han desaparecido sino que se mantienen.
Se trata, pues, de un proceso paradójico: Andalucía ha mejorado de forma sustancial su estándard de bienestar social pero no han desparecido las secuelas de la desigualdad que se ha padecido durante siglos.
Esto paradoja en la que se mueve Andalucía desde edl punto de vista del bienestar y la desigualdad, es el resultado de un choque de fuerzas que está marcando su desarrollo social. Por un lado, es cierto que se viene realizando un esfuerzo especialmente notable en políticas sociales, de protección social, de educación, salud,. etc. Pero, por otro, resulta que el entorno en el que eso se viene produciendo es el de la globalización neoliberal que impone a Andalucía un espacio dependiente, periférico, especializado en actividades de baja productividad y vinculadas a la fácil explotación de los recursos naturales y la mano de obra. Es decir, con muy baja capacidad de genración de rentas endógenas. Y, además, que impone así mismo políticas presupuestarias, monetarias y de equilibrio macroeconómico general que son radicalmente negativas para los scetores sociales y los espacios más empobrecidos porque resultan insuficientes para generar las rentas exógenas que podrían compensar el fenómeno anterior.
Lo que Andalucía recibe, por una parte, como expresión de una mayor voluntad de realizar políticas sociales, lo pierde por otro cuando se aplican políticas neoliberales que irremediablemente llevan consigo desindustrialización, bajos salarios, especialización perversa y dependencia, empleo precario…
En el cruce de esos dos vectores se resuelve la tensión de la desigualdad en Andalucía en los últimos años, con resultados lógicamente contradictorios, según la correlación entre las fuerzas que los mueven, no siempre favorable al desarrollo social.
El futuro de la igualdad, y por tanto del bienestar entendido como un recurso al alcance de todos los ciudadanos sin distinción, depende también de esa misma correlación.
El caso del Estatuto recién aprobado es una buena prueba de esto último: los avances que proyecta en materia de derechos sociales y que podrían considerarse como una expresión paradigmática de voluntad política de avance hacia el bienestar colectivo, serían no más que papel mojado si al mismo tiempo avanza la lógica hasta hoy imperante en la Unión Europea que tiende a la privatización de los servicios públicos (y por tanto a no garantizar su disfrute efectivo como derechos sociales). Son dos lógicas a la larga incompatibles y la resultante, de la que va a depender en suma la mayor o menor desigualdad que se padezca en Andalucía, dependerá de la fuerza de los diferentes intereses sociales en juego.
Nada está, pues, escrito, si bien es verdad que de momento no todos los grupos sociales pueden sentirse igual de seguros puesto que la fuerza que se traduce de la eficacia con la que cada uno logra imponer a los demás sus respectivas propuestas es evidentemente desigual. Y no hay que olvidar que, en realidad, es de esa expresión primaria de la desiguald (de la diferente capacidad para decidir) es de la que nacen todas sus demás manifestaciones.
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– Delgado, Manuel (1993). “Andalucía en el camino de la integración desigual”. Estudio preliminar a Cazorla (1965, edición de 1993).
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– Solana, José Luis. “Las clases sociales en Andalucía.. Un recorrido sociohistórico”. Gazeta de Antropología, nº 16, pp.
– Torres, Juan (1993). “La distribución de la renta”. En Martín (1993).
– Torres, Juan (1995). “Crecimiento económico y distribución de la renta en Andalucía”. En volumen colectivo «Ocho reflexiones sobre economía andaluza». Instituto de Desarrollo Regional. Sevilla.
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