Un tal Pedro Colmenero escribe un comentario en mi web reprochándome que yo diga que me da asco la Europa en la que vivimos por las políticas que aplica. Y me reprocha que critique la economía de mercado que, según él, es lo que permite que gane mi sueldo de catedrático.
Tengo que corregir a este señor porque confunde el culo con las témporas.
Yo gano lo que gana un catedrático en España pero no gracias a la economía de mercado sino al estado de bienestar que la corrige. El mismo señor Colmenero lo reconoce al señalar que me pagan con el dinero de todos los españoles. Eso demuestra que mi sueldo procede de los impuestos que pagamos todos y no de haber vendido mis servicios en el mercado. Si mi sueldo procediera de esto último, de la economía de mercado, quizá yo ganaría muchísimo más y la mayoría de los españoles que no tienen mi formación ni mis conocimientos mucho menos. Y, además, el servicio educativo que proporcionamos los profesores (que aunque pueda parecer inmodesto decirlo creo que es bastante especializado y valioso puesto que para poder ofrecerlo se necesita dedicar miles de horas al estudio y la formación la mayoría de los días en jornadas bastante largas) no estaría al alcance de todos los ciudadanos sino solo de los que pudieran pagar su precio en el mercado.
Eso eso es lo que trataba de comentar en mi texto anterior sobre los móviles y los retretes. Y esa es la razón por la que yo prefiero el estado del bienestar a la economía de mercado (aunque de esta manera me paguen menos): porque yo no busco ganar más sino que haya más igualdad. Lo contrario de lo que parece que él prefiere.
Me temo que el señor Colmenero confunde todo esto porque no sabe distinguir bien lo que es el mercado de lo que no es, quizá, porque no tenga mucha formación y se dedique a criticar por criticar sin saber bien lo que critica y por qué. Vamos, que es como el burgués gentilhombre que hablaba en prosa sin saberlo.
Por último, reconozco que es verdad lo que él dice: si yo viviera en Cuba, en Bolivia o en Venezuela no sentiría el asco que me dan algunas cosas en Europa, porque allí nos las hacen, aunque eso no quiere decir que me gustasen todas las cosas que hacen allí.
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