Publico hoy un artículo en Sistema Digital sobre la posibilidad o conveniencia de llevar a cabo nacionalizaciones bancarias. Me parece que serán imprescindibles pero que no son lo suficiente. Lo transcribo a continuación.
«La nacionalización es la única respuesta. Estos bancos están, efectivamente, en bancarrota”. Son palabras del Premio Nobel Joseph Stiglitz. El periodista le pregunta «Los economistas Nouriel Roubini y Nassim Taleb, quienes predijeron el descenso de la economía global, han hecho un llamado para la nacionalización de los bancos a fin de detener la debacle económica, ¿Está usted de acuerdo?» y la contestación de Stiglitz no deja lugar a dudas: «Lo cierto es que los bancos están en muy mala situación. El gobierno de EE.UU. ha vertido cientos de miles de millones de dólares con muy pocos resultados. Los ciudadanos norteamericanos se han convertido en propietarios mayoritarios de un gran número de bancos importantes. Pero no tienen el control. Cualquier sistema que tenga una separación de la propiedad y el control es una receta para el desastre. La única respuesta es la nacionalización. Esos bancos ciertamente están en bancarrota».
Las autoridades no lo quieren decir pero lo que ocurre es eso: los bancos están en bancarrota y tratan de salir a hurtadillas de la situación con el dinero de los ciudadanos. Primero se fueron al casino con sus ahorros y ahora acuden a ellos para que le financien la fiesta.
Vivimos no solo la mayor debacle financiera de la historia sino también la desvergüenza económica más increíble: nunca en la historia tan pocos pretendieron quedarse, como ahora, con el dinero de tantos.
Los gobiernos y los bancos centrales no paran de ayudar a los bancos con la excusa de que el sistema bancario es imprescindible para que la economía funciones pero los bancos que las reciben no las usan para ejercer como financiadores de la actividad económica porque su agujero es mucho más que inmenso.
¿Siguen siendo, pues, imprescindibles estos bancos?
Por supuesto que no. Lo es el sistema financiero para cualquier economía pero los bancos dedicados a la especulación y a financiar el casino global son perfecta y deseablemente prescindibles.
Lo sí hay que hacer es salvar la financiación de la economía pero no al sistema financiero corrupto y a la banca irresponsable que ha hundido a la economía mundial que lo que hace es justamente lo contrario, que se paralice la actividad económica.
¿Pero cómo hacerlo?
Stiglitz viene a decir con razón que los bancos están ya nacionalizados de facto pero que el control sigue estando en manos de los irresponsables: un doble escándalo al que se debe poner fin y que no puede confundirse con lo que debiera ser la intervención adecuada de los estados.
La cuestión es compleja porque, por un lado, la nacionalización seguramente va a ser inevitable a medida que al agujero se vaya abriendo, como es de esperar que suceda. Pero, por otro, la mera nacionalización tampoco es una alternativa que resuelva todo por sí misma mientras no se modifiquen algunas cuestiones esenciales.
La primera de ellas, el modo de funcionamiento de la inversión financiera que se ha instituido en los últimos años contando, no lo olvidemos, con el visto bueno de gobiernos, bancos centrales y organismos internacionales.
Si se quiere acabar con el cáncer que corroe a la economía mundial hay que terminar para siempre con la especulación financiera que detrae recursos de la actividad económica que crea riqueza y puestos de trabajo. Hay que poner fin a los paraísos fiscales, controlar los movimientos de capital y establecer impuestos sobre las operaciones que no estén vinculadas con la economía real.
La segunda, el régimen en que se viene dando la actividad bancaria basada en una capacidad prácticamente ilimitada para crear dinero a través de procedimientos que son peligrosísimos para la estabilidad macroeconómica y para la propia solvencia del sistema financiero, tal y como estamos viendo.
Hay que ir restringiéndola hasta llegar a un sistema de plenas reservas. Le guste o no a los banqueros, esta crisis será el principio del fin de la banca que hemos conocido hasta ahora. No hay más remedio y el tiempo lo dirá.
La tercera cuestión a la que hay que hacer frente es al desgobierno mundial, o mejor dicho, al gobierno ejercido solamente por los poderes financieros. Es preciso crear instituciones mundiales representativas y democráticas para que los mecanismos nacionales se coordinen y la financiación fluya de modo eficiente. Las actuaciones que hoy día se lleven a cabo a nivel nacional, salvo en el caso de Estados Unidos y en menor medida la Unión Europea que pueden externalizar sus costes, están condenadas al fracaso si no se dispone de esa coordinación global.
Y, por supuesto, hay que cambiar la orientación de las políticas económicas que han traído consigo una desigualdad creciente que está en la raíz de los problemas financieros de nuestros días.
Se está ocultando obcecadamente que la causa última de la crisis es la acumulación extraordinaria de beneficios en manos de los grupos sociales más ricos que se produce lógicamente a costa de las rentas más bajas.
El ex Secretario de Trabajo de Clinton, Robert Reich, lo recordaba hace unos días en un artículo: la fracción del crecimiento de las rentas que se apropia el 1% más rico pasó de ser el 45% en la etapa de Clinton al 73% en la de Bush. Y al mismo tiempo señalaba que no podía ser una simple casualidad que esta concentración haya llegado a ser tan grande como la que había en 1928.
Para combatir de raíz la crisis es necesario incrementar la capacidad potencial de crecimiento sostenible, lo que no debe entenderse como el aumento de la producción de «males» que hoy día predomina sino en el sentido de ampliar la gama de fuentes de satisfacción humana, una idea, por tanto, que no solo no es incompatible con las tesis del decrecimiento sino que las refuerza aunque se exprese de otro modo. Para lo cual resulta imprescindible que se asuma un cambio radical en la pauta de distribución y que se acepten principios de equidad que hoy día rechazan los poderosos y que son radicalmente incompatibles con las rebajas fiscales o la eliminación de impuestos que se vienen realizando.
En consecuencia, nacionalizar los bancos manteniendo la misma lógica financiera hasta ahora existente no resolverá muchas cosas porque ni siquiera así se garantiza que los bancos nacionalizados puedan actuar a medio plazo en un sentido diferente a como lo hacen ahora. Ya lo hemos visto claramente en el caso de las cajas de ahorros españolas. Se trata, ciertamente, de una medida de urgencia, que evitará nuevos desmanes a corto plazo y que al menos garantiza que los ciudadanos sean dueños de aquello que efectivamente se capitaliza con sus recursos. Pero no mucho más, aunque no sea poco.
Lo que se necesita no es solo pasar la porquería bancaria a manos del estado, ni crear el «banco malo» del que se habla (una idea sencillamente utópica cuando se está estimando que solo en la Unión Europea se pueden haber acumulado 18 billones de euros en productos financieros tóxicos). Lo que se necesita es un espacio financiero de nuevo tipo, con una banca, que puede ser incluso pública o privada pero comprometida realmente con la inversión real y con la puesta en marcha de otro tipo de políticas económicas y, sobre todo, con un control social mucho más democrático y efectivo que el que hasta ahora se ha realizado incluso en el propio sector público.
Respecto a España, es pronto para saber si a corto plazo habrá algunos bancos en la misma situación que los de los demás países con bancarrota bancaria. La situación de alguna caja de ahorros ya ha obligado a iniciar un proceso de fusión acelerado y acabamos de asistir al primer «corralito» protagonizado por la banca privada del Banco de Santander.
Dada la morosidad que se va incrementando, la deuda inmobiliaria que pesa sobre muchos de ellos y los efectos de la crisis global que aún no se han manifestado en toda su extensión no se p
uede descartar nada.
Pero en el caso de las cajas de ahorro se estaría a tiempo de modificar la deriva en la que han ido en los últimos años. Deberían pasar a ser la base de ese nuevo espacio o polo financiero de nuevo tipo y cuanto más se tarde en cambiar de rumbo más difícil será llegar a buen puerto.
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