Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

La ideología del libre comercio

 Un profesor neoliberal con fama de estar entre los economistas más sabios del lugar, Andreu Mas-Colell, escribe en el diario El País un artículo en el que ataca al proteccionismo comercial y defiende al libre cambio como una alternativa más provechosa para las naciones y los individuos.
 Recurre a la ciencia económica para argumentar del modo más solemne sus planteamientos y dice: «La teoría económica al uso ha demostrado que un mundo informado por el libre comercio ofrece garantías de un resultado económico superior al de un mundo dominado por barreras al comercio».
 Cualquier lector no estudioso de la economía concluirá entonces que no hay nada más que hablar. Si toda una ciencia establece tal principio, no hay sino que aceptarlo como una verdad profunda e indiscutible.
 Lo que ocurre es que lo que dice el análisis económico al respecto no es exactamente lo que Mas-Colell predica.
 La teoría económica demuestra eso pero si y solo si se dan una serie de condiciones. A saber:
 a) Los mercados son de competencia perfecta, lo que significa que en ellos ningún productor ni ningún consumidor tiene poder sobre los precios; que el producto que se intercambia es homogéneo y que los productores no pueden diferenciarlo de otros; que la información de productores y consumidores es perfecta y gratuita sobre todas las condiciones que afectan al intercambio; y que no hay barreras de entrada y salida al mercado. Además, debe ocurrir que todos los costes generados por los intercambios puedan ser tenidos en cuenta en el cómputo de los precios.
 b) Los efectos negativos sobre la renta de algunos agentes que pueda producir el libre comercio se verán siempre compensados, de manera que las pérdidas globales siempre serán menores que las ganancias obtenidas.
 c) Los despedidos de las industrias afectadas como consecuencia de que una nación permita que los productos de fuera entren libremente en su interior encontrarán trabajo en las industrias con ventaja respecto al exterior, de modo que no se reducirán globalmente los ingresos.
 d) No deberán existir costes derivados del cambio estructural necesario para ajustarse a las condiciones que imponga la competencia exterior (desmantelamiento de fábricas, desplazamiento de personal…).
 e) Los individuos han de cobrar en función de sus habilidades personales en cualquiera que sea la industria en la que estén colocados. De esa manera, se supone que si son trasladados a otro puesto de trabajo seguirán cobrando los mismos salarios.
 Y ahora díganme los lectores: ¿creen ustedes que es posible que esas exigencias se den en la realidad? Y entonces, ¿creen ustedes que de verdad puede decirse que la teoría económica demuestra que el libre cambio «ofrece garantías de un resultado económico superior al de un mundo dominado por barreras al comercio»?.
 Es verdad que lo demuestra pero como un mero ejercicio intelectual a partir de presupuestos teóricos que es imposible que se den en la realidad.
 Se trata, pues, de una ficción teórica, de pura ideología. Aunque gracias a ella se pueden establecer imposiciones políticas favorables a los más ricos como si en realidad fueran verdades científicas.
 La prueba de esto último es que los países que tienen poder suficiente para hacer lo que quieren y lo que más les conviene (Estados Unidos, Unión Europea y Japón casi exclusivamente) son proteccionistas y lo han sido siempre. Es más, no hay ni un solo país en la historia del mundo que haya logrado convertirse en una potencia económica sin haber utilizado medidas proteccionistas.
 ¿Por qué predican entonces el librecambio?
 Sencillamente, porque lo que les conviene a los poderosos es protegerse ellos y obligar a que los demás renuncien a cualquier forma de protección.
 Estados Unidos, la Unión Europea y Japón obligan a que los demás países eliminen cualquier tipo de barrera proteccionista pero luego establecen aranceles sobre los productos que no le interesa que lleguen a su territorio a precios más competitivos.
 Lo que quieren es que los demás sean librecambistas mientras ellos se protegen al máximo.
 De esa forma es como se han podido quedar con los mercados a donde antes no llegaban. Y ahora, cuando ya los controlan todos, dicen que por fin van a abrirse y que renunciarán al proteccionismo. Ahora que ya no tienen competencia ninguna porque han arruinado a los productores a los que han venido cerrando las puertas durante decenios.
 Lo que necesita el mundo no es, por tanto, reclamar la ideología librecambista, que no practican los ricos ni están dispuestos de veras a practicarla, salvo cuando hayan acabado con todo tipo de competencia.
 Lo que se necesita es restituir y garantizar el bienestar efectivo de todos los seres humanos y eso requiere una regulación global orientada por nuevos principios morales colectivos y no por el libre albedrío de solo los más ricos del planeta.
 Lo que hace falta es una nueva regulación internacional orientada a proteger, sí, a proteger explícita y expresamente a los países e industrias que han sido criminalmente empobrecidos, a proteger el medio ambiente y a proteger a los seres humanos. 
 La defensa del librecambio es un simple discurso ideológico. Con él se pueden llenar docenas de pizarras con brillantes ecuaciones teóricas pero que nunca podrán reflejar ninguna realidad social y que, precisamente por eso, lo único que hacen es distraer la atención y evitar que se adopten las soluciones políticas de restitución y de regeneración que hacen falta. 
 Ahora estamos viviendo las consecuencias del fundamentalismo que llevó a considerar que los mercados financieros funcionaban mejor sin regulación, dejando que cada uno hiciera lo que quisiera.
 Pero a pesar de su fracaso tan inmenso, los teóricos que lo urdieron no aprenden y se aprestan a rediseñar el mismo fundamentalismo en el campo del comercio, y especialmente en el de los productos alimentarios o de recursos como el agua. Sin darse tiempo ni para respirar, mucho menos para rectificar, ya se han puesto a alimentar la próxima bomba de relojería. 
 Es necesario detenerla.  

 

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