Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

El medio ambiente

 En el número la semana pasada de ECCUS publico el siguiente comentario con el título El medio ambiente.
               Cuando hablamos de medio ambiente nos referimos generalmente al entorno físico que nos rodea. Es un factor clave para nuestra vida que demasiado a menudo tratamos como un factor exógeno a nosotros mismos y de cuyos cambios muy pocas veces nos sentimos responsables. Actuamos como si todo lo que haya en él  fuese a estar permanentemente a nuestro disposición y como si en su seno hubiera siempre elementos de regeneración suficientes para reponer lo que nosotros le consumimos sin descanso.           
             Pero el dominio físico del medio ambiente, siendo importante e incluso trascendental para el desarrollo de cualquier ser o proceso vivo, no es el único.            
             Nuestro medio ambiente está constituido también por los valores, por las costumbres, por las relaciones de todo tipo que hay a nuestro alrededor, por los afectos y los roces humanos que precisamos para aprender o saber, para dominar u obedecer, para amar u odiar; para vivir.
             El medio ambiente es, efectivamente, nuestra circunstancia, y ésta es nosotros mismos. Y por ello me ha parecido siempre que descuidarlo o no tenerlo constantemente presente como una componente de nuestro propio yo o de cualquiera que sea el horizonte vital que asumimos como nuestro, como tantas veces nos ocurre en las grandes y en las pequeñas ocasiones, es una muestra expresa de la frecuencia con que los seres humanos renunciamos a vivir como tales.
             En la universidad también echo muy a menudo esta falta de conciencia o preocupación. No recuerdo ni una sola vez en que me hayan dado algún tipo de instrucción acerca de cómo mejorar mi comportamiento para lesionar menos al medio que nos rodea en las aulas o en los despachos. Llevo años comprobando cómo se derrocha papel, cómo se gasta energía y agua sin control, cómo se diseñan los edificios, los circuitos de aire, los espacios abiertos y los cerrados sin la más mínima economía de recursos físicos. No estoy muy seguro de que nuestros espacios universitarios soportaran exitosamente una mínima auditoría ambiental, aunque es justo decir que no creo que en el resto de la sociedad haya una mejor situación.
             Pero no solo eso. Desde hace años observo también cómo se degrada el otro medio ambiente. Los alumnos siempre van y vienen deprisa entre infinidad de clases y con demasiados trabajos y exámenes. Y los profesores (al menos, los que merecen ese calificativo, que quizá no seamos todos) andan siempre a destajo dando clases o preparando libros o investigando. Y en medio percibo un creciente y preocupante vacío, un entorno degenerado. Escasean cada vez más los contactos, los seminarios interdisciplinares, los pasillos como aulas donde se practica el encuentro y donde se aprende a convivir, o el aire limpio de las tertulias, de los debates y de las disquisiciones hasta altas horas que siempre había conocido como los propios de la vida intelectual, del estudio y la carrera universitaria. Los alumnos pasan así por la universidad sin que la universidad pase por ellos y los profesores, ensimismados, pasan unos al lado de los otros sin apenas hablarse, casi sin conocerse. También tendríamos que luchar contra esta especie de cambio climático universitario. 

 

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