Publico hoy en El Plural un comentario sobre las declaraciones de un líder empresarial que solicita ayuda para despedir trabajadores. Puede leerse a continuación o directamente en El Plural.
Empresarios que pierden el norte
El vicepresidente de Foment del Treball, presidente de la patronal Fepime y empresario textil, Eusebi Cima, ha criticado los incentivos a la contratación anunciados por el Gobierno y advirtió de que lo que realmente necesitan ahora las empresas son «ayudas para despedir a la gente».
Han leído bien: lo que este empresario quiere es ayuda para despedir a los trabajadores. No solo despedirlos, como están haciendo por cientos de miles, sino además ayuda para hacerlo.
También calificó de «discriminatoria» la medida para subvencionar a las empresas que inviertan en desarrollo y energías renovables. «¿Y los otros? ¿Que no somos hijos de Dios?», se preguntó.
Claro. Un tipo que solo pide ayuda para despedir a los trabajadores, ¿qué puede pensar de que se den a quienes no hagan eso, o a los empresarios que tratan de ser competitivos innovando o respetando el medio ambiente? Es fácil: que ayudar a los que estén dispuestos a nadar contra corriente en tiempos de crisis es una discriminación respecto a los que solo se plantean explotar a la fuerza de trabajo y deshacerse de ella cuando su incapacidad para ser modernamente competitivos los deja fuera del mercado.
El empresario Cima lo tiene claro: ¡explotación laboral, cada vez más explotación laboral y nada más que explotación laboral! Eso es lo que parece que entiende como la suma estrategia para salir de la crisis.
El vicepresidente de la patronal catalana también criticó al gobierno porque dice que la bonificación de 1.500 euros que recibirán las empresas que contraten a desempleados con cargas familiares no aporta «ventajas» al empresariado.
¿Me pregunto si eso es lo que en las escuelas de formación que financian las patronales se llama responsabilidad social de la empresa?
¿Qué debería entonces hacer el gobierno? Según este dirigente patronal parece que, además de dar un par de miles de euros a cada empresario que despida un trabajador y de eliminar los incentivos a la innovación y a la sostenibilidad, pues eso, renunciar a incentivar el empleo y dejar que todo se vaya al garete.
No obstante, lo que me parece más terrible de estas declaraciones es que los empresarios carpetovetónicos como este no se hayan dado cuenta de que lo más conviene a las empresas es precisamente que los trabajadores dispongan de buenos niveles de renta salarial y que los gobiernos creen condiciones para que las empresas puedan innovar y ser competitivas. Es decir, para que ganen mercados mejorando la calidad y sus prestaciones comerciales, y no solo explotando más a la fuerza de trabajo, entre otras cosas, porque siempre habrá al otro lado alguna empresa dispuesta a explotar más (que es lo fácil), de modo que por esta vía las ventajas competitivas son siempre efímeras, además de empobrecedoras.
Lo penoso y lamentable es que la patronal sea incapaz de entender que lo que quizá sea bueno para un empresario (pagar poco y explotar mucho a sus trabajadores, despedirlos a las primeras de cambio) es letal para el conjunto de la economía y, por tanto, a la postre también para la clase empresarial y para cualquier empresario en particular.
Si entendieran esa cuestión elemental, en lugar de pedir lo que pide este dirigente empresarial ahora estarían reclamando a voces del gobierno más gasto, más apoyo a las rentas familiares, mejores servicios sociales e incluso más impuestos justos para que entre todos saliera adelante la empresa y el trabajo de este país.
¿Cómo no se dan cuenta de que lo que ha pasado es que los bancos han volatilizado los recursos de financiación en el casino de las finanzas internacionales y han dejado secos los mercados y a la demanda sin medios de pago?
¿Y como no se dan cuenta que puesto que es eso lo que ha pasado, la única solución, lo que hoy día permitiría que los empresarios ganaran más y que salieran pronto de la crisis sería que hubiera más demanda, un mercado más potente, mayor gasto, y medios de pago puestos a su disposición por el propio gobierno.
Pero ¿cómo va a haberlos si reclaman y consiguen que el Estado gaste cada vez menos, si se congelan los salarios y disminuye año tras otro la capacidad de compra de los trabajadores, si los empresarios prefieren repartir altos dividendos antes que reinvertir e innovar, si prefieren una legión de trabajadores con bajo salario antes que empresas dinámicas y de vanguardia? Y, sobre todo, si son tan ingenuos que se creen a pies juntillas esas quimeras de los mercados libres y de la desregulación financiera que, como estamos viendo, son completamente falsas y se vuelven contra los intereses de los propios empresarios productivos a las primeras de cambio?
A estos empresarios les falta un poco de formación en cuestión de paradojas para aprender una lección fundamental: a ellos particularmente les iría mejor si lograran crear condiciones generales más favorables. Pero se empeñan en lo contrario, en salvar solo su piel, su beneficio, a costa del bienestar general y ahora quieren salir del hoyo tirándose de sus propios pelos. Es imposible, porque, ¿si despiden a millones de trabajadores como quiere el Señor Cima, a quién venderán los empresarios, cómo ganarán entonces dinero?
Pero nada. ¡Que no se enteran!
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