Transcribo este artículo que publico hoy en El Plural sobre la situación de los bancos y cajas de ahorro. En mi opinión, si no se toman medidas tajantes no se podrá evitar que se sigan hundiendo y llevando al desastre a la economía.
La reunión que ayer mantuvo el vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía, Pedro Solbes, con los más importante representantes del sector bancario es una muestra más de la patética situación económica en la que vivimos.
Desde hace meses, los bancos centrales y los gobiernos han puesto cientos de miles de millones de dólares (más de dos billones calculan algunas estimaciones) a disposición de la banca mundial tratando de que ésta lleve a cabo la función que en teoría le corresponde: financiar a empresarios y consumidores. Han sido insuficientes para evitar el cierre del crédito y no han podido evitar que, sin la financiación necesaria, la actividad productiva se precipite en una crisis que a medida que se vaya agudizando no va a tener parangón con ninguna otra anterior.
Como antes habían hecho los responsables gubernamentales de otros países, ayer Pedro Solbes instó «a las entidades financieras a trasladar cuanto antes a familias y empresas las medidas de apoyo a la financiación, puestas en marcha por el Gobierno», según el comunicado oficial de su Ministerio.
Pero, por mucho que lo implore, Solbes no va aconseguir que eso ocurra. La banca española (y las cajas de ahorro que en lugar de seguir una lógica de servicio público se han limitado a clonar el modelo de la banca privada) sufre el mismo mal que el resto de la banca mundial: fueron al casino y allí perdieron su capital.
Aunque puede que eso ocurra aquí en menor medida, como consecuencia de la política más conservadora del Banco de España, ese es el mal que también afecta a nuestras entidades financieras.
Buscando la rentabilidad se inmiscuyeron en el juego especulador, desnaturalizaron su función y en lugar de intermediar entre el ahorro y la actividad productiva lo hicieron entre el ahorro y los mercados financieros especulativos a través de operaciones muy arriesgadas que al final salieron mal, como no podía ser de otro modo, y las han descapitalizado.
Ahora, las entidades se enfrentan a un doble problema. Por un lado, disponen de menos liquidez como resultado de sus pérdidas patrimoniales y, por otra, tienen menos acceso al crédito interbancario porque entre todas han creado un clima de tanta desconfianza que nadie presta a nadie. Y así, ahora es imposible que haya disponibilidades para proporcionar a la economía real toda la financiación que necesita.
Las ayudas de los bancos centrales y el rescate de los gobiernos es insuficiente por varias razones. Primero, porque la descapitalización es tan grande que ha convertido a los bancos en una especie de sacos sin fondo. Segundo, porque cuando las rescatan siguen haciendo lo mismo: seguir moviendo la rueda de la titulización (es decir, de la generación de papeles sobre papeles) o limitándose sencillamente a generar dividendos con esas ayudas. Finalmente, porque las exigencias que plantea la crisis en curso crecen más que las disponibilidades que se les ofrecen a los bancos para que éstos las pongan a disposición de empresarios y ahorradores.
La situación, pues, es complicadísima. Los dirigentes gubernamentales y los banqueros no pueden reconocer claramente todo esto y actuar en consecuencia porque podrían provocar un caos colosal y conflictos sociales sin precedentes cuando la gente se diera cuenta de que los bancos no solo han perdido sus inversiones de rentabilidad variables (fondos de inversiones, acciones, etc.) sino incluso sus propios depósitos.
Además, cualquier solución medianamente resolutiva tendría que ser adoptada a nivel internacional y eso tiene dos dificultades principales. Una, que no hay organismos con capacidad y legitimidad suficientes para adoptarlas. Otra, que la situación de los diferentes subsistemas bancarios es muy distinta y no sería fácil adoptar soluciones que fueran, como es necesario que sea, sistémicas y al mismo tiempo apropiadas a cada territorio.
Para colmo, en estos momentos se está tratando por igual a todas las entidades financieras cuando es evidente que no todas ellas están en la misa situación. Sería necesario que se hiciera transparente la realidad pero ¿cómo lograrlo sin producir también por esta vía un descalabro financiero en cadena?
Los bancos han hecho saltar por los aires el sistema financiero mundial. No funciona, y la actividad económica no puede sobrevivir sin financiación. Esta es la cuestión y, como acabo de señalar, tiene un arreglo muy problemático.
Se podrán ir poniendo paños calientes y los gobiernos podrán ir inyectando fondos para paliar los efectos del paro y la recesión, pero el cáncer que ha hecho enfermar a la economía (la morbidez del sistema bancario) sigue sin más tratamiento que el engañabobos que representan las inyecciones de liquidez, los planes de rescate, los avales, la compra de activos tóxicos… que al fin y al cabo dejan intacta la lógica perversa que provocó la crisis.
Lo que se precisa es regenerar el sistema financiero y para que eso pueda lograrse es imprescindible establecer nuevas reglas y mucha mayor disciplina financiera, limitar radicalmente la capacidad de crear dinero de los bancos y estableciendo mecanismos que garanticen que el ahorro fluya a la actividad productiva y eviten su fuga a la especulación financiera. Pero es evidente que no es posible que eso se logre, por mucho que se quisiera, a corto plazo. Hacen falta instituciones, negociación y una voluntad de cambio que seguramente no aparezca hasta que la crisis no se haga mucho más letal de lo que hasta ahora viene siendo.
Los gobiernos pueden limitarse a seguir instando a los bancos a que sean buenos y hagan lo que debieran hacer pero eso no va a resolver nada. Si de verdad quieren evitar la catástrofe deben intervenir inmediatamente nacionalizando entidades financieras y recuperando la lógica de servicio público que debe presidir el funcionamiento del sistema financiero, incluso cuando se lleve a cabo por entidades privadas.
Lo que hace muy poco parecía una utopía de jóvenes radicales hoy día es una exigencia elemental para que la economía mundial (¡e incluso el propio beneficio capitalista!) siga funcionando: acabar con los paraísos fiscales, con la desregulación financiera, con la libertad de movimientos de capital, con la desfiscalización y la renuncia al Estado y, por el contrario, establecer impuestos sobre los capitales especulativos, crear bancos públicos que garanticen la financiación y someter a los privados a una severa política de reservas y coeficientes de inversión es el único punto de partida eficaz para resolver la crisis. No hay otra alternativa al desastre financiero que han creado los bancos. Instarles a que sean buenos es algo peor que una simple ingenuidad.
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