Publicado en Le Monde Diplomatique, edición española, nº 193, noviembre de 2011
El periodo de perturbaciones financieras y sociales que estamos viviendo muestra muchas carencias y frustraciones. Creo que puede decirse con razón, como los propios dirigentes más conservadores reconocen, que el sistema capitalista está registrando una falla de extraordinaria intensidad. Podría hablarse incluso de su fracaso histórico. 35.000 muertes diarias por hambre y un sistema financiero internacional que está al borde de la quiebra generalizada serían suficientes para mantener con fundamento esa afirmación. Pero, al mismo tiempo, es imposible dejar de reconocer que se ha producido un fracaso paralelo de las organizaciones de la izquierda tradicional y de los movimientos alternativos a la hora de impedir que la crisis del sistema se haya resuelto con un avance sustancial hacia la superación del capitalismo y hacia el mayor empoderamiento de las clases trabajadoras y, en general, de la población que viene sufriendo su incapacidad para satisfacer las necesidades básicas de los seres humanos.
Es cierto que este segundo fracaso tiene su origen en una contundente ofensiva previa de las fuerzas del capital que no dudó en acabar con la vida de miles de personas con tal de soslayar cualquier atisbo de cambio social que perjudicara a los grandes poderes financieros, económico y mediáticos. Y que la derrota de las fuerzas de izquierda fue debida en gran parte a las formas muy antidemocráticas o incluso fascistas que ha venido utilizando el capitalismo neoliberal de nuestra época.
Y es verdad también que el fracaso no ha sido total si se tiene en cuenta que la forma en que se resuelve la crisis está levantado una oleada planetaria de indignación, una rebeldía que se hace notar cada vez con más fuerza que quizá sea el origen no solo de protestas más o menos puntuales y localizadas sino de un nuevo espacio de lucha social y de sujetos políticos de nuevo tipo y con mucha más capacidad de impulsar cambios que los tradicionales, como está siendo en España el 15-M.
Pero, en todo caso, es evidente que estos últimos se encuentran todavía en fase muy embrionaria y que de momento no son capaces de generar la fuerza necesaria ni para frenar la ofensiva del capitalismo neoliberal ni para constituir una alternativa deseada, creíble y a la que se le tenga temor por los poderes dominantes.
Por eso creo que está completamente injustificado continuar actuando desde las filas de las izquierdas como si nada hubiera pasado, ajenos a la impotencia efectiva que padece a la hora de proponer alternativas, de hacerlas atractivas para las mayorías sociales y de frenar los continuos a ataques al bienestar, a la democracia y a la libertad que se vienen produciendo.
En mi opinión este fracaso de las izquierdas no tiene que ver solo con circunstancias coyunturales sino que es la culminación de una serie de deficiencias y limitaciones históricas muy graves en el discurso y en la práctica que venimos realizando en las diferentes sensibilidades de la izquierda.
Creo que estas limitaciones podrían resumirse en un efecto principal: la incapacidad para influir en las condiciones que generan hegemonía y consenso social debido a diversas circunstancias que podrían resumirse en las siguientes.
Los discursos de la izquierdas siguen basándose en categorías intelectuales y formales que ya no entroncan con los códigos con los que la mayoría de la sociedad percibe los fenómenos sociales. Puede ser cierto que eso responde a un empobrecimiento de los modos de analizar el mundo y a una banalización de los códigos de percepción y socialización pero la realidad es que la terminología, los tonos, las formas y los iconos de las izquierdas más o menos convencionales no encajan hoy día con el lenguaje dominante en nuestras sociedades. La prueba de ello es que al mismo tiempo que las organizaciones más tradicionales apegadas a este tipo de discurso se hacen cada vez más ajenas a la población otras de carácter más abierto, de expresión más plural y lenguaje menos nominalizado, como pueden ser ATTAC u otras asociaciones y movimientos de este tipo, como la reciente Democracia Real Ya en el seno del 15-M, son capaces de desplegar mucha más influencia y capacidad de convencimiento e incluso movilización social.
Aunque pudiera ser cierto que este fenómeno sea el resultado de los ataques injustos, de la demonización por parte de los grandes poderes mediáticos o que provenga de otros mucho menos plurales y democráticos, lo cierto es que la vieja iconografía de la banderas, de las hoces y martillos o de los discursos de las grandes categorías de la mecánicas social del XIX no permiten que haya entendimiento, empatía, entre las izquierdas que se amparan en ellos y las gentes normales y corrientes a las que se apela.
En particular, las izquierdas tradicionales parecen seguir empeñadas en entender que los cambios sociales se producen a través de la acción de sujetos colectivos impersonales (la clase obrera, el proletariado), sin percatarse de que si bien las clases siguen siendo cada vez más nítidas y reales, lo más cierto es que los cambios no los realizan las categorías sociológicas sino las personas.
A las izquierdas les falta humanidad, en el sentido más lato del término, hablarle a los ojos a las seres humanos, rozarse con ellos (como, por cierto, pasaba en los primeros hitos de los movimientos obreros organizados), gozar y sufrir con ellos, en lugar de hablarles para llamarles a la acción desde la (falsa) seguridad de que conocen sus destinos y la forma en que pueden conquistarse. Es decir, haciéndose cómplices y no dándoles órdenes.
La mayoría de las izquierdas están ancladas además en discursos maximalistas que la inmensa mayoría de la gente considera hoy día completamente extemporáneos, como consecuencia de esa especie de disociación cognitiva entre sus respectivas formas de ver la naturaleza de los asuntos sociales e incluso en las de expresarlos verbalmente.
Por otro lado, las izquierdas vienen mostrándose completamente incapaces de gobernar la diversidad, incluso su propia diversidad interna. Sigue estando asociada a depuraciones, batallas cainitas, divisiones, secesiones y a todo tipo de rupturas. No por casualidad sino como fruto de lo que acabo de señalar. Cada sensibilidad de izquierdas se presume dueña de las claves que permiten interpretar lo que ocurre en el mundo y solucionarlo. La socialdemocracia es traidora para quienes están a su izquierda, pero la izquierda comunista tradicional es reformista para la que se cree más anticapitalista y ésta última perfectamente asociable a la anterior para las anarquistas o autonomistas, y así sucesivamente. Una patología que a su vez se reproduce en el seno de cada una como se puede percibir para cualquier observador incluso lejano de lo que ocurre en la izquierda.
Eso se traduce no solo en una falta de afecto de la sociedad a quien así se comporta sino también en una desunión me atrevería a decir que visceral que impide que las respuestas frente a las agresiones del capital sean eficaces.
Se trata, a mi juicio, de una herencia pesada que sigue haciendo que la izquierda se deje llevar por el mecanicismo que se transmuta en totalitarismo cuando se desenvuelve entre algo que tenga que ver con el reparto del poder por muy insignificante que este sea. No solo en el nivel operativo o de la acción sino en el de acuerdo sobre cuestiones básicas que es increíble que aún no estén resueltas de común acuerdo: el papel de la presencia en las instituciones, del trabajo sindical, etc.
Finalmente, creo que la izquierda paga muy caro también su incapacidad para «adelantar» a la sociedad lo que le ofrece, para anticiparle de alguna forma el tipo de mundo que desea alcanzar. Salvo casos muy excepcionales, y precisamente por ello muy valiosos, y sobre todo en procesos dirigidos por experiencias de participación popular más que por la izquierda tradicional, apenas tenemos entre nosotros experiencias de nuevas formas de organización económica, financiera, social, urbana… salvo casos, como digo, muy singulares y excepcionales. Algo muy diferente a lo que ocurría en los primeros pasos de los movimientos obreros organizados cuando se creaban cooperativas, vínculos de solidaridad personal y social muy visibles y experiencias de vida en común que permitían que los trabajadores comprobasen que valía la pena optar por otro modo de vivir y de actuar.
Todo lo anterior no puede ser ajeno al desprecio de las actividades formativas, a la escasa relevancia que se da a la consistencia intelectual de la militancia de izquierdas. Es tan significativo como lamentable que no existan experiencias de escuelas, de seminarios conjuntos, de medios de comunicación compartidos, de revistas…. de izquierdas.
La cuestión estriba, pues, en reflexionar sobre si se pueden superar estas deficiencias.
A mi juicio no va a ser una tarea fácil porque se implican muchas dimensiones del problema y a muchos sujetos y organizaciones pero se trata de un reto al que están abocadas las diferentes corrientes y sensibilidades de la izquierda si no quieren ir desapareciendo y quedar definitivamente convertidas en resquicios de épocas pasadas.
El primer requisito que yo creo que hay que satisfacer es asumir que esta tarea requiere un esfuerzo gigantesco y muy sincero de convergencia. Es imprescindible unir fuerzas y llevar a cabo un acercamiento de análisis de la situación y de propuestas. Hay que superar la fragmentación, el ensimismamiento y el conformismo con ocupar una trinchera propia inexpugnable en torno a principios abstractos y cada vez más vacíos de contenido.
El segundo es el de asumir también que hay que poner en primer plano la movilización socia en su más amplio sentido. El dominio del capitalismo neoliberal tiene el inconveniente de que es extraordinariamente agresivo y criminal pero la ventaja, desde el punto de vista de hacerle frente, que afecta a clases y capas sociales muy amplias, muchas de ellas ajenas a los espacios a los que tradicionalmente se ha asociado la izquierda.
Llamar hoy día solamente a las personas de izquierdas, apelar exclusivamente a la unión de la izquierda, puede ser un prerrequisito pero no un objetivo final porque esto sería limitarse a querer movilizar a un porcentaje ya casi ínfimo de la sociedad. Se trata, por el contrario, de actuar como catalizadores de la respuesta social más amplia posible, de todos y todas «los de abajo», teniendo en cuenta que las agresiones del neoliberalismo se producen no solo a las clases trabajadoras sino a pequeños y medianos empresarios, a autónomos o profesionales, a las clases pasivas, o a los jóvenes, a las mujeres, sin distinción de ideologías e incluso de posición social.
Para ello es preciso que las izquierdas recuperen su capacidad de interlocución con la sociedad y que no se dediquen a hablar con ellas mismas, que recuperen el sentido humano de la vida política, como decía antes, que humanicen sus discursos vaciándolos de categorías nominalistas para llenarlos de fraternidad, de sentimientos y de cercanía a la gente que no necesariamente comparte ni va a compartir jamás con ella los códigos de pensamiento y lenguaje.
La izquierda, además, debe ser consciente de que es imposible llevar a cabo los cambios sociales solo con sus propios partidarios o fieles, o jugando el partido «en casa», sino que hay que hacerlos con los mimbres que hay en cada momento, con la oposición de buena parte de la sociedad a la que no se puede hacer desparecer y caminando constantemente contra la corriente. Percibir que se actúa en un mundo complejo y en medio de una constante, inevitable y gran diversidad y aprender a actuar en estas condiciones es la gran tarea pendiente de las izquierdas y sin lo cual es imposible que puedan salir adelante sus propuestas de cambio.
Yo creo que si avanzamos en esas líneas de convergencia y empatía con la sociedad será posible abordar otros pasos de los que depende la quiebra del sistema de dominio en el que estamos: rompiendo su legitimación, haciendo saltar los consensos básicos del neoliberalismo, mostrando que sus instituciones no funcionan y presentando a la sociedad nuevas alternativas.
Los movimientos de indignados, el 15M, demuestran que son muchas las personas que están dispuestas a afrontar el reto de pensar y hablar de otro modo a la sociedad para desvelar y combatir las injusticias y la explotación. Lo harán con o sin las izquierdas tradicionales así que a éstas más les vale ponerse al día, quitarse los ropajes viejos y meterse en estos nuevos espacios de la política con inteligencia y humildad.
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