Publicado en ctxt.es el 20 de julio de 2016
Como se estaba esperando, la Unión Europea anuncia no sólo una sanción a España sino la exigencia de un recorte de gasto de 10.000 millones de euros por haber incumplido su compromiso de déficit, o quizá esto último a cambio de lo primero. Sea cual sea su final, el anuncio pone una vez más sobre la mesa la impresionante insensatez de las autoridades europeas.
No voy a entrar en el hecho de que Europa se ponga dura cuando incumplen los débiles y que no lo hiciera cuando se trató de Francia o Alemania. La transigencia de ayer no excusa la de ahora pero eso es una cosa y otra no ser conscientes de que ese doble rasero no puede sino minar aún más la de por sí frágil confianza de la ciudadanía en las instituciones europeas. Y más aún, en un momento tan delicado como el actual, tras el Brexit, los atentados terroristas y la crisis que no acaba de los refugiados, el extraño golpe de Turquía, la vergonzosa puerta giratoria de Durao Barroso…. En los últimos sondeos, el porcentaje de la población española que cree que la Unión Europea va en la dirección incorrecta para salir de la crisis y hacer frente a los desafíos mundiales ha pasado del 30% al 46% y cabe preguntarse a cuánto subirá en los próximos eurobarómetros, a medida que la gente comience a tomar nota de todas estas cosas.
Con independencia de ello, creo que los dirigentes europeos se equivocan también por otra serie de circunstancias.
–Está siendo cada vez más claro que juegan con la amenaza de sanción y de recortes para influir y tratar de corregir la dirección que pueda tomar la política española. Si hay un hecho objetivo por delante, Europa debe decidir y actuar y no estar mareando la perdiz de una forma tan indisimulada. Es tan evidente que la medida que tome será diferente si finalmente gobierna el PP o cualquier otro partido o coalición, que la estrategia comunitaria comienza a producir algo peor que desagradable rechazo. Los dirigentes europeos no pueden jugar a premiar o castigar en función de la mayor o menor connivencia o simpatía que tengan con los gobiernos porque no puede hablarse de democracia cuando se resuelve de un modo u otro según sean los resultados electorales. Ni siquiera puede parecerlo. La buena gestión e incluso la confianza y la estabilidad social dependen de que haya reglas y certidumbre sobre las consecuencias de nuestros comportamientos y la arbitrariedad de las autoridades europeas solo contribuye a debilitarlas.
–Una vez más, Europa renuncia a poner sobre la mesa criterios de fondo, con rigor y fundamento. No analiza causas ni evalúa comportamientos para presentar opciones sino que se limita a rebanar el gasto a lo bruto.
El incumplimiento de un compromiso previo sobre el déficit tiene causas y la actuación reparadora, por tanto, no puede limitarse a dar un tajo en una de las dos fuentes que puede producirlo (los gastos y los ingresos) sin analizar los factores desencadenantes (entre los cuales puede estar, por cierto, que el objetivo fuese materialmente irrealizable). Los déficits son como una tijera, algo que no se puede entender sin sus dos hojas, sin analizar lo que pueda estar ocurriendo en los gastos y en los ingresos y sin tomar medidas que afecten a ambas partes.
Incluso si se concluyese que hay gasto excesivo, lo sensato no es obligar a que se recorte de cualquier manera sino analizar cuál es el que genera problemas y más concretamente cuál es el que ayuda o no a crear más o menos ingresos. Si no se hace así, lo que puede ocurrir es que para evitar un déficit se haga caer tanto el ingreso que a la postre surja otro de mayor volumen y que aumente mucho más la deuda. Justo lo que viene sucediendo en Europa.
Los dirigentes europeos se equivocan centrando su atención exclusiva en el gasto público de España (que en términos de PIB está casi cinco puntos por debajo de la medida de la Eurozona) sin considerar lo que está ocurriendo con los ingresos públicos.
–Europa también actúa a la ligera y sin razón, se equivoca igualmente, cuando abre este expediente contra España sin tener en cuenta lo que España ha hecho en estos últimos años. Es cierto que se ha incumplido un compromiso pero ¿no sería mucho más sensato tener en cuenta la dinámica seguida por el déficit en estos últimos años? La realidad es que el déficit total se ha ido reduciendo muy significativamente en España, pues ha bajado del 9,4% de 2010 (cuando empezaron en serio las medidas contra la crisis, aunque desgraciadamente con retraso y con nefasta orientación) al 5,1% en 2015. Y si se computa el déficit excluyendo los intereses, lo que en realidad refleja mejor todavía la gestión fiscal del gobierno, resulta que se ha pasado del 7,5% al 2,1% entre esos mismos años. Es un ajuste muy importante y ni siquiera los más acérrimos defensores de la estabilidad presupuestaria creo que puedan negar que la tendencia es positiva desde este punto de vista.
–Se equivoca también Europa cuando se sigue empeñando en aplicar medidas de política fiscal sin tener en cuenta la coyuntura económica, la fase del ciclo en la que se encuentra la economía.
El profesor Francesco Saraceno acaba de mostrar de un modo bastante simple que las políticas fiscales que vienen imponiendo las autoridades europeas han sido procíclicas en casi todos los años, tanto en el conjunto de la Unión como en España en concreto (Perseverare Diabolicum). Es decir, que en lugar de corregir la tendencia del ciclo, en estos años recesiva, lo que han hecho ha sido reforzarla.
Comparando la variación del déficit con la brecha entre la producción real y la potencial, Saraceno demuestra que la política fiscal española ha sido procíclica los años 2009, 2011, 2012, 2013 y 2014. Y en el conjunto de Europa en 2012, 2013 y 2015. Y si se compara el impulso fiscal con la brecha entre tasa real de crecimiento y el nivel de 3% que se fijaba en el Tratado de Maastricht, resulta que la política fiscal fue procíclica para Europa en su conjunto de 2009 a 2015 y en España los años 2010, 2011, 2013 y 2014.
La conclusión es clara. Las políticas que viene imponiendo Europa son las responsables de que nuestra economía recaiga una y otra vez. Solo cuando se han generado impulsos fiscales más potentes, como en España en 2015, las economías se han reactivado. Puede parecer una barbaridad pero es que lo es: Europa castiga por tomar las medidas que relanzan la economía e impone las que la paralizan una y otra vez.
–Europa se ha equivocado al quitar fuerza al único motor que puede impulsar la economía cuando la actividad privada no lo hace porque la única consecuencia posible de esa política es que bajen el ingreso y la actividad y que aumente la deuda. Por eso las políticas europeas «contra» la deuda han dado lugar a que a finales de 2015 hubiera en la UE (28) 3,3 billones de euros más de deuda pública que en 2007, y 2,2 billones más que en 2010.
Insistir en una estrategia que tan claramente está produciendo resultados contrarios a los anunciados solo puede explicarse por dos razones. Una, que las autoridades que la dirigen sean completamente insensatas e ignorantes. Y otra, que lo que se busque en realidad sean otros objetivos distintos a los que se afirman.
A mi juicio, y sin olvidar que el fundamentalismo ideológico produce siempre insensatez e ignorancia, lo que ocurre en la Unión Europea es que sus dirigentes están en manos de los grandes grupos financieros que son los que casualmente resultan beneficiarios de estas políticas.
Las autoridades europeas se empeñan en presentar la deuda como el resultado de un comportamiento derrochador de los pueblos y de los gobiernos pero no es verdad que sea así. La deuda es un negocio: el negocio de los bancos. Para la gente corriente es una esclavitud. Y lo que hace Europa desde que se obliga a que sea la banca quien deba financiar a los gobiernos es permitir que se esclavice a los pueblos para que los bancos hagan negocio. Quien se beneficia cuando una administración corrupta se endeuda para financiar construcciones que nadie usa, como los aeropuertos, los puertos o las autopistas del PP, no es la gente común sino los grandes constructores y los bancos.
Y los datos no dejan lugar a dudas: el 93% del incremento de la deuda pública de la UE (28) de 1995 a 2015 corresponde a intereses pagados a los bancos privados, según Eurostat. Un porcentaje que incluso es más elevado todavía en la Eurozona (106,3%) pues en ese periodo la deuda aumentó en 5,37 billones de euros y se pagaron 5,7 billones en intereses. Y en España, del incremento de deuda en esos 20 años el 61,4% corresponde a intereses.
Para acabar, hay que destacar que si Europa en su conjunto se está equivocando en tan gran medida, Alemania lo hace en una mucha mayor, y no solo porque sea la fuente principal de la que manan este tipo de políticas. También, porque actúa sin darse cuenta de que los desequilibrios europeos no pueden ser solo responsabilidad de una de las partes puesto que todas las piezas forman parte de un mismo balance. Y porque no tiene en cuenta que las ventajas que obtiene imponiendo una constante estrategia deflacionaria en la periferia le pasarán factura antes o después. Porque los incentivos perversos que dio a su sistema financiero a base de concederle privilegios pueden convertirse en una bomba de efecto retardado y porque actuando ahora con sus socios con la intransigencia y ceguera que los aliados tuvieron contra Alemania tras la Primera Guerra Mundial, cava una tumba en donde caerán todos sin distinción.
Europa se equivoca y Alemania más pero es un gran error creer que los problemas de España vienen de ahí porque lo cierto es que también aquí hacemos mal nuestras tareas desde hace tiempo.
–En España nos equivocamos porque seguimos sin hacer frente a un problema fiscal que puede llegar a ser de una gravedad extraordinaria si no se toman medidas urgentes. Pero medidas que lógicamente tendrán que ser diferentes a las que hasta ahora se vienen tomando, pues está claro que éstas no han conseguido sino que aumente sin cesar la deuda pública. Tengo la seguridad de que el principal problema de España no está en el gasto y que hay que actuar principalmente por la vía de los ingresos, pero tampoco me cabe la menor duda de que en materia de gasto público hay los suficientes «puntos negros» como para impedir que cualquier otra medida sea creíble y viable mientras persistan. Para aplicar las políticas de reforma impositiva y de lucha contra la economía sumergida que se necesitan es imprescindible llevar a cabo una revisión previa de las políticas de gasto, una reforma de nuestra Administración pública y la lucha integral contra la corrupción que ni siquiera se ha empezado.
–En España nos hemos equivocado y nos seguimos equivocando al debilitar los únicos motores que pueden garantizar las prosperidad y la salvación de nuestra economía, y de nuestra sociedad. Hay que conseguir como sea un incremento del gasto público y privado en I+D+i, en educación, en promoción de la igualdad, en estrategias de sostenibilidad medioambiental y reforma energética y, en general, en el que sabemos que incrementa nuestro capital social.
–En España nos equivocamos al aceptar como nuestra o al permitir que se nos imponga una estrategia de competitividad basada en bajar salarios porque de esa forma solo se consigue acabar con las empresas que viven del mercado interior, la gran mayoría, y empobrecer continuamente a la población.
–En España nos equivocamos sintiéndonos a mi juicio excesivamente confiados en las políticas redistributivas, sin duda indispensables pero nunca suficientes porque deterioran el sistema de incentivos y a la larga son insostenibles si no van acompañadas de una regeneración constante del tejido productivo y de la apropiación del valor añadido que se genera.
–Y creo que España hace mal manteniendo en Europa una actitud sumisa y casi silente, como la de los últimos años. Sin entrar ahora en el balance de su gestión europea, lo cierto es que desde la época de Felipe González España apenas pinta nada en Europa y esta es una, por no decir que la más pesada, de nuestras grandes hipotecas.
España debe hacerse oír y si hace falta debe dar un manotazo en la mesa. No podemos seguir aceptando como guía de actuación que los problemas de Europa son la consecuencia de los desequilibrios de la periferia porque la realidad es que nuestros problemas son la expresión de un pecado original cometido al diseñar mal una unión monetaria porque está al servicio de un único vector de fuerza.
Pero nada de eso es posible mientras la política española siga enfangada en el medio ambiente de unos contra otros en el que estamos. No sé cómo van a sacarnos de ahí los partidos políticos pero lo seguro es que si no hay grandes acuerdos, de interés nacional y orientados a corregir el reparto que se viene haciendo de los beneficios y las cargas, vamos a tener pronto algo peor que un gran problema.
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