Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

¿Acabarán los robots con el empleo?

Publicado en eldiario.es el 12 de junio de 2017

Una idea que se difunde como la pólvora en los últimos tiempos es que los robots acabarán dentro de muy pocos años con una gran parte del empleo existente y que millones de personas se quedarán entonces sin ingreso alguno procedente del trabajo. Como prueba de ello se utilizan estudios como el de los profesores de la Universidad de Oxford Carl Frey y Michael Osborne sobre el futuro del empleo. En él se afirma que nada más ni nada menos que el 47% de los empleos existentes hoy día en Estados Unidos están en riesgo de desaparecer por esa causa. Pero ¿qué hay realmente de cierto o al menos de probable en esta amenaza?

Una primera cuestión que conviene saber para responder a esa pregunta es que los malos augurios y los temores actuales no son ni mucho menos nuevos.

Muchas trabajadores ya destrozaban máquinas a finales del siglo XVIII porque creían que iban a destruir sus puestos de trabajo, sin ser conscientes de que su efecto era la desaparición de tareas pero no del trabajo en general. Lo que hacían esas máquinas era permitir que se pudiera obtener más producto por hora trabajada en muchas actividades (es decir, más productividad, en términos económicos). Pero gracias a ello se generaban, por un lado, más ingresos (porque el ingreso es la otra cara del producto) y, por otro, nuevas actividades productivas necesarias para crear o mantener las máquinas y también para satisfacer las nuevas demandas que generaban los mayores ingresos de consumidores y empresas. Y ambas cosas permitían crear más empleos, casi siempre en otras actividades, como he dicho, o incluso en lugares distintos a donde comenzaban a funcionar las máquinas, pero más empleos, al fin y al cabo. Aunque también es cierto, como comentaré enseguida, que ese efecto de creación de nuevos empleos no era necesariamente automático sino que solo se producía si se daban al mismo tiempo otras condiciones.

Pero que nadie crea que fueron solo trabajadores inconscientes e ignorantes de los procesos económicos quienes a lo largo de la historia han augurado equivocadamente el fin del empleo por culpa de las máquinas.

Cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado se comenzó a generalizar el uso de la informática y las telecomunicaciones muchos economistas famosos anunciaron que con ellas vendría un incremento vertiginoso de la productividad y a continuación la desaparición de millones de empleos, sobre todo, en el sector servicios.

Los hechos han demostrado sin lugar a duda alguna que los equivocados no eran solamente los trabajadores temerosos de perder sus empleos sino también esos profetas del fin del empleo. Como dijo el Premio Nobel de Economía Robert Solow, los ordenadores se ven por todos lados pero sus efectos no aparecen en las estadísticas de productividad.

Hoy día sabemos con bastante certeza lo que de verdad ha ocurrido a lo largo de la historia, sobre todo desde finales del siglo XIX cuando ya se disponía de datos mínimamente rigurosos.

Sabemos que la productividad ha crecido mucho desde entonces como consecuencia de la innovación tecnológica: ahora se produce entre 15 y 20 veces más por hora trabajada que a finales del siglo XIX (como media y con diferencias que pueden ser notables según el sector o la actividad económica considerada). Y también se puede comprobar fácilmente que ni la productividad ni la innovación aumentan siempre por igual a lo largo del tiempo. La innovación se suele dar por oleadas y hay etapas de gran crecimiento de la productividad y otras en las que baja.

Si se considera una fase larga, por ejemplo desde finales del siglo XIX a la actualidad, también está claro que el empleo ha aumentado bastante, a pesar de las grandes oleadas de innovación y del crecimiento de la productividad. Aunque hay diferencias notables en cada país, se puede afirmar que el volumen total de empleo ha aumentado en el último siglo entre un 30% y un 50% respecto al existente a finales del XIX en las economías avanzadas.

Finalmente, hay dos hechos históricos decisivo a los que no parece que se les de mucha relevancia. El primero, que el desempleo no aumenta, ni baja el empleo, siempre que crece la productividad, y viceversa. Por el contrario, es fácil comprobar que hay etapas de incremento muy grande de la productividad (por ejemplo, desde el final de la segunda guerra mundial hasta casi mediados de los años setenta del siglo pasado) que van acompañadas de bajo paro y crecimiento del empleo; y etapas de baja productividad (como la que estamos viviendo en los últimos años) en donde el paro es elevado y se destruyen empleos. El segundo hecho destacable es que todos estos procesos se dan con diferencias a veces notables en el tiempo y entre las distintas economías.

¿Por qué ocurre eso y cuál es la causa de que haya tales diferencias? ¿Cómo es posible que habiendo aumentando la productividad incluso más que el producto haya ahora más empleo, cuando nos dicen constantemente que la nueva tecnología destruye puestos de trabajo?

La respuesta también es bastante sencilla, aunque se quiera disimular.

La productividad es el incremento del producto por hora trabajada. En términos algebraicos, es el producto dividido por las horas de trabajo. En principio, podría creerse que es, por tanto, inevitable que disminuya el empleo (denominador) si aumenta la productividad, puesto que la nueva tecnología aumenta el producto. Pero eso no necesariamente ocurre así porque pueden darse dos circunstancias añadidas que son, en realidad, de las que depende el efecto final de la tecnología sobre el empleo.

La primera es que el empleo total (el número de puestos de trabajo existentes) no depende solamente del número total de horas trabajadas o necesarias para obtener el producto total (que suelen bajar con la innovación tecnológica) sino de las horas de duración de la jornada de trabajo.

¿Y qué es lo que se puede observar a lo largo de la historia? Pues, justamente, que los incrementos de la productividad generan pérdida de empleo total y aumento del paro solo en función de cómo evolucione la jornada de trabajo (o la segunda circunstancia que comento más abajo). El gran incremento de productividad generado desde finales del siglo pasado no ha producido un desempleo gigantesco sencillamente porque la jornada de trabajo se ha reducido prácticamente a la mitad en este último siglo. En España, por ejemplo, el 74% de los trabajadores tenía en 1914 una jornada de 60 horas semanales, algo más de 3.000 anuales frente a las 1.600 actuales.

Cuando una oleada de innovación no se acompaña de menos tiempo de trabajo, el paro aumenta. Por el contrario, si baja la jornada de trabajo, si se trabajan menos horas en cada puesto de trabajo cuando aumenta la productividad, no solo no tiene por qué aumentar el paro sino que se pueden crear más empleos.

La segunda circunstancia que puede hacer que un aumento de la productividad produzca desempleo tiene que ver con las políticas que afectan a la actividad productiva. Si la innovación va acompañada de políticas restrictivas (deflacionistas, las llamamos los economistas) el producto y, por tanto, el ingreso, van a bajar. En consecuencia, serán necesarias muchas menos horas de trabajo, pero no solo por la mayor productividad sino ahora por la caída del producto y el ingreso. Pero si, por el contrario, la innovación se acompaña de políticas adecuadas será posible que aumente el producto y, por tanto, el ingreso y el empleo. En concreto, por políticas que eviten que caiga la demanda y que formen y reciclen adecuadamente a la población.

¿Qué está pasando hoy día y qué podemos esperar de la llegada de la automatización muy extendida y de los robots?

a) Sabemos que ambas llegarán y de forma muy generalizada, aunque no con el efecto tan exagerado de estudios como los de Frei y Osborne. La OCDE, por ejemplo, cree que solo afectarán al 9% de los empleos de Estados Unidos y no al 47%.

b) Los datos indican claramente que la productividad está declinando. Es decir, que no es cierto que nos encontremos en las puertas de una nueva y potente oleada de innovación generalizada.

c) Es seguro que la automatización y los robots eliminarán muchas tareas y puestos de trabajo (casi siempre, afortunadamente). Pero solo provocarán caída en el empleo total si y solo sí no baja la jornada de trabajo y si se mantienen las políticas económicas actuales, orientadas a producir artificialmente la escasez porque así bajan los salarios y aumenta la tasa de beneficio de las grandes empresas y de la banca. Y la paradoja es que las políticas actuales (que disminuyen la capacidad de compra de cada vez más grupos sociales) son uno de los grandes frenos que tiene la automatización y la robótica generalizada pues lo económicamente decisivo no es que haya posibilidad técnica de utilizar muchos robots sino gente con ingreso suficiente para adquirir lo que produzcan. El futuro está en peligro no por los robots sino más bien porque el 24,2% de los jóvenes españoles de 20 a 34 años ni estudiaba ni trabajaba en 2015.

d) Por el contrario, si disminuyen las horas de la jornada de trabajo y cambia la orientación de la política económica la automatización y los robots podrían abrir una época de esplendor para el planeta, con mayor bienestar, respeto al medio ambiente y satisfacción humana generalizada.

Que ocurra una cosa u otra no es inexorable ni depende de una ley natural, como nos quieren hacer creer, sino de la capacidad de negociación y del poder de cada grupo social porque lo que está en juego es quién se apropia en mayor medida de las ganancias que proporciona el aumento de la productividad.

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6 comentarios

Juan A. Segura 14 de junio de 2017 at 12:28

Hola, tu análisis es muy interesante, pero se basa exclusivamente en términos de horas de trabajo y productividad, y no tienes en cuenta la naturaleza del cambio.. Actualmente, los robots no se limitan a operaciones rutinarias, sino que entra en juego la inteligencia artificial. Con ello se logra simple y llanamente la sustitución de un ser humano por una máquina sin considerar el tipo de tarea, y sin implicar necesariamente un aumento de la productividad. Pensemos desde un coche sin conductor hasta un compositor de musica. Las nuevas máquinas están aquí simplemente para hacer innecesaria nuestra presencia, sea cual sea el tipo de trabajo. Este cambio no es más de lo mismo, hay un componente nuevo como es la inteligencia artificial.

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José Antonio 14 de junio de 2017 at 23:54

Es un placer leer sus artículos, muy didácticos e interesantes. Muchas gracias por sus aportaciones. Un cordial saludo

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alekine 15 de junio de 2017 at 06:32

Pienso que ese rumor sobre los robot es un puro cuento que están propagado intencionadamente para descargar la responsabilidad que tienen los gobiernos, el banco centra europeo y la genocida austeridad de ambos en el desempleo.
Siempre es la misma historia … el mundo es así, nadie es responsable, te aguantas y te callas…
(¿Que piensa del referéndum?)

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Andrés 15 de junio de 2017 at 12:02

Acertado articulo

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JANO 15 de junio de 2017 at 13:16

Buenos días a todos y como siempre, muchas gracias profesor, por quitarnos las «anteojeras» que solamente nos dejan ver en una dirección, que ni siquiera es la correcta.
Como siempre: el drama, no es que se invente un cuchillo, si no qué uso se le da. Magnífica herramienta o arma peligrosa.
En efecto: la primera reacción ante la robotización, siempre es de «defensa» y la defensa suele ser agresiva. Así pues, destryamos las máquinas.
Pero AHORA VIENE LA CUESTIÓN: ¿Cómo se vana utilizar?…mejor: ¿contra quién se van a utilizar?. El «contra quién» que yo digo debe ser entendido de la forma siguiente: es posible que la máquina libere a un trabajador de un proceso repetitivo y penoso, PERO ES LA UNICA FORMA que tiene de ganarse la vida. ¿Se le atenderá mientras busca otra forma de vida? o (mejor aún) caso de que haya un grupo de trabajadores «irrecuperables» para las nuevas formas de producción, ¿se destinará una parte de la productividad aumentada para evitar dejarlos tirados como juguetes rotos?. El drama de perder el trabajo, no es dejar de trabajar: es dejar de cobrar; porque eso supone dejar de vivir.
Habrá que tener en cuenta esto, precisamente para evitar la rebelión contra los robots.
Sus dueños deberán tener esto en cuenta….o álguien deberá hacérselo tener en cuenta.

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cayetano 15 de junio de 2017 at 20:40

Es acertado el planteamiento, pero el sistema de producción e intercambio tiene una base material en sus infraestructuras, medios y modos de producción. El capitalismo continua funcionando en base a la valorización del trabajo -versus capital-, con cuantas matizaciones queramos, pero ese es el núcleo o nudo del valor que reproduce los sistemas económicos, sociales y políticos. El capitalismo hoy como bien plantea al final de la reflexión, se está convirtiendo en freno de dichas innovaciones (tal como decía el viejo Marx en el XIX). Pero al igual que antes, la dinámica capitalista esta provocando espacios económicos fundados en la digitalización, la conectividad entre cosas…, que pueden alumbrar nuevos sistemas de producción -tb. socio-políticos- hoy incipientes pero emergentes.
Como dice en su artículo en el capitalismo avanzado, asistimos al freno de la innovación vía freno del ingreso, pero la innovación no funciona vía oleadas sólo por movimientos simpáticos como bosquejara Shumpeter, o por saltos en procesos internos de la Ciencia como avanzara Robert Khun, sino también por madurez institucional y en medios-modos de producción e intercambio o quizas por insurgencia o emergencia de nuevas instituciones y medios-modos de producción. Si éstos acompañan a las instituciones de poder y su reproducción sistémica-orden-dinámica, las innovaciones serán por usar un lenguaje de Khun crecimientos convencionales, y más rápidos.
El problema se plantea, si éstas innovaciones cuestionan las dinámicas de valorización del sistema, sobre las que se funda el propio orden social y político. Así ocurrió con la emergencia del capitalismo, que daría lugar al Estado Moderno (teorizado por Maquiavelo), transformándose radicalmente las bases del orden y los valores sociales, al transformarse las bases o medios y modos de producción e intercambio. En estos casos, las resistencias suelen ser parejas a la profundidad de la revolución que porta, como ocurrió entre el Antiguo Régimen y el capitalismo generalmente.
Los cambios que se están provocando podrían asemejarse a aquellos, aunque su bondad o maldad sea incierta, pero alumbran un mundo aceleradamente distinto al conocido, ya bastante cambiado al de hace 30 años.
En cualquier caso, la organización social se legitima en función a la distribución del trabajo y su producto, podemos pensar en más o menos trabajo y producto, en cambios en su distribución. Pero dichos cambios deben estar fundados en las infraestructuras, en los medios y modo de producción, pues las infraestructuras pueden albergar inercias inherentes a la horizontalidad o al verticalismo. Hoy día la Ciencia está abriendo las puertas a infraestructuras, medios y modos de producción horizontales, a recuperar control del producto por el productor, a producción directa y no abstracta … . Todas estas posibilidades técnicas consolidan y dan un sentido objetivo, a la buena voluntad de los viejos revolucionarios, permitiendo un escenerio distinto al de viejos socialismos voluntaristas, pero que debían recurrir al verticalismo en los medios y modos de producción. Ese cambio, permite balbucear hablar de un Mundo Nuevo en que Democracia sea un significante que inunde todas las esferas de la vida pública o social. Estamos asisitiendo para bien o mal a los inicios de un cambio radical, no sabemos hacía dónde, como dices bien dependen de las correlaciones …, pero si diferente hasta los aquí conocidos.

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