El pasado año, el Banco Central de Suecia concedió el Premio Nobel de Economía a dos economistas norteamericanos, Merton, de la Universidad de Harvard, y Scholes, de la de Stanford.
Una vez más, la ortodoxia académica que se desarrolla en las grandes universidades norteamericanas resultaba galardonada y sus puntos de vista elevados a las altares en donde se rinde culto a la sabiduría neoliberal más en boga.
En aquella ocasión, el premio les fue concedido en virtud «de su destacada contribución al nacimiento de nuevos y sofisticados productos que han facilitado una gestión eficaz de los riesgos». Ambos economistas, inmediatamente después de recibir la noticia no dudaron en proclamarse investidos del verdadero espíritu del saber económico, a la par que denostaban a otros economistas más críticos y a los que ellos, verdaderamente sabios, sólo consideraban, si acaso, «filósofos sociales».
Si algún lector tiene tiempo sobrado, podrá leer en las hemerotecas las alabanzas que en aquel momento se hicieron a sus trabajos, en los que se quería reconocer la simbiosis más perfecta
entre saber científico y actividad financiera.
Hace unos meses escribía en estas mismas páginas un artículo que titulé «Miseria de la sabiduría económica» y en el que ponía de relieve errores garrafales de nuestro economista español
más laureado y ahora máxima autoridad monetaria a la hora de analizar la economía internacional de su época. Con el tiempo, hemos podido comprobar que esas miserias del conocimiento no sólo son propias de nuestras tierras.
Como los hechos son más tozudos que las ideologías, una sacudida monetaria mil veces anunciada ha puesto en su verdadero sitio a los premios Nobel mencionados. Sus conocimientos de
» la gestión eficaz de los riesgos» o no eran tales, o no resultaron suficientes, o ambas cosas a la vez: la empresa que asesoraban, Long Term Capital Management, ha llegado a perder 20.000 millones de dólares en brevísimo tiempo.
Esos dos adalides del mercado, de la libertad de circulación de capitales y de la libre empresa serían también los que, en su condición de asesores, reclamaron la intervención de la Reserva Federal para hacer frente a las enormes pérdidas generadas, intervención que se produjo de inmediato. ¡Valiente forma de gestionar el riesgo!
Este traspiés monumental del Banco de Suecia ha sido la explicación que algunos han dado al giro copernicano que ha supuesto la concesión del premio de este año al economista hindú
Amartya Sen.
Este es uno de los economistas más brillantes de nuestra época y, al mismo tiempo, quizá el que con más ahínco ha puesto de relieve la necesidad de incorporar una necesaria componente
ética en el análisis económico.
No puede decirse, efectivamente, que Sen sea un economista radical pero sí que su trayectoria académica, que es verdaderamente ejemplar por el rigor de sus análisis y por su explícito
compromiso con la causa de los más empobrecidos del planeta, nada tiene que ver con el neoliberalismo galardonado en los últimos años.
En mi opinión, de todos sus trabajos se desprenden tres enseñanzas principales. La primera, que puso de relieve al comprobar que las hambrunas están directamente relacionadas con la falta de democracia, es la necesidad de incluir a la política, al poder y a la sociedad en general como variables que tiene que ver con los problemas económicos. Para Sen, no tiene sentido realizar un análisis económico descontextualizado, abstracto y ajeno a las realidades sociales.
Puede parecer esto baladí, una obviedad, pero téngase en cuanta que todo el pensamiento económico dominante en los últimos años se ha basado, precisamente, en considerar que «lo
económico» conforma un espacio singular, aislado y aislable, de entidad propia, de manera que el análisis económico no tenía por qué contemplar las demás dimensiones de la vida humana.
En segundo lugar, la obra de Sen es una llamada permanente a vincular la economía con laética y la moral. Él señala expresamente que una ciencia económica al margen de la filosofía y laética sólo termina por ser un conocimiento empobrecido, mientras que la incorporación de elementosnormativos (lo que él sintetiza en una pregunta esencial: ¿Cómo queremos vivir?) es la garantíabásica para procurar que la economía contribuya al bienestar social.
Sus obras sobre la desigualdad son especialmente relevantes, no sólo por haber situadoeste tema en el centro del debate (él reconoce que el pensamiento dominante sólo se lo planteacuando hay amenaza de rebelión social), sino por el rigor y por la profundidad y compromiso de susanálisis.
Por último, un aspecto que me parece especialmente importante es que Sen utiliza un amplísimo y riguroso instrumental matemático y formal, pero siempre al servicio del análisis y de la
política. No en vano, ha sido uno de los creadores de los índices de desarrollo humano que utilizan las Naciones Unidas. También esto puede parecer una simpleza, pero es fundamental. Los economistas con poder académico se han propuesto generalizar un análisis teórico irrelevante y cursi, orientado sólo a encontrar soluciones formales a problemas irreales. Lamentablemente, los economistas más de moda que se autopremian entre ellos y protagonizan la farándula académicanos hacen recordar lo que decía W. Ropke de los economistas encandilados tontamente con la matemática: que parecían niños que esconden el huevo de pascua para saltar luego alborozados cuando lo encuentran, justamente, en el sitio donde ellos mismos lo habían dejado.
Por todas estas razones, la concesión del Premio a Amartya Sen ha sido una gratísima noticia. Me parece que hasta los más reacios a apreciar el papel que desempeñan los bancos centrales de nuestra época estamos dispuestos a reconocer su generosidad y, por esta vez, su acierto.
Desde luego, cabe preguntarse si este premio es sólo la manera elegante de compensar un estrepitoso pinchazo en hueso anterior, o si, por el contrario, significa algo más.
En este sentido, me parece que no podemos dejar de considerar algunos cambios de tendencias que se producen en el pensamiento y en la sociedad, la modificación algo más que sutil en los puntos de partida de nuevos gobiernos, y la percepción cada vez más evidente de que el orden económico que ha conformado el neoliberalismo no sólo es radicalmente injusto sino, además, profundamente inestable e insostenible a medio plazo.
Posiblemente, hayan sido razones de todo tipo las que han permitido que el Premio Nobel de Economía de este año haya reconocido un pensamiento más progresista, o cuanto menos
distinto. Pero lo cierto es que supone un cambio significativo y que puede interpretarse como una crisis efectiva del neoliberalismo a la hora de dar respuesta a los problemas soiales. Una crisis que se debería aprovechar para articular nuevas alternativas de progreso y transformación social.
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