Publicado en Público.es el 29 de marzo de 2020
En la economía capitalista en la que vivimos (como en cualquier otro sistema complejo en el que hay una gran interacción entre todos sus componentes) se vive siempre en peligro constante de que se produzcan fallos, crisis y rupturas de todo tipo.
La interrelación continua y muy estrecha entre todos los elementos que la componen o que influyen en ella (no sólo económicos sino políticos, sociales, psicológicos, morales, ambientales… y ahora vemos que incluso biológicos) hacen que cualquier fallo en uno de ellos afecte de modo muy problemático a todos los demás y al sistema en su conjunto.
Sin embargo, el estar en constante peligro de fallo sistémico hace que esos sistemas complejos también generen continuamente mecanismos de defensa muy potentes.
Gracias a eso, quienes analicen correctamente la economía (como un sistema complejo y no como una especie de suma de cajones estancos) no tienen que limitarse a advertir de los peligros que se avecinan, sino que también pueden asegurar que se sale siempre de ellos, que es cierto el verso de Shakespeare: «Ocurra lo que ocurra, aún en el día más borrascoso, las horas y el tiempo pasan».
Eso es exactamente lo que está sucediendo en estos momentos.
En cuanto los problemas han comenzado a mostrarse, en cuanto se han manifestado los fallos del sistema, multitud de operadores se han puesto a tratar de resolverlos, bien en el sentido de reproducir las lógicas anteriores, bien intentando descubrir y poner en marcha otras diferentes y transformadoras. Y no crean que me refiero solamente a los operadores convencionales, a los políticos, a las autoridades o a los economistas que toman las grandes decisiones institucionales. Me refiero, sobre todo, a la gente corriente.
Es verdad que debe haber muchos trabajadores, autónomos, empresarios de todo tipo, empleados públicos… que simplemente se estén dejando llevar por la comodidad, por la desolación, por el miedo o por la inercia del tiempo que pasa. Estos son una de las partes del problema, mas junto a ellos, muchas personas, miles y miles, quizá la mayoría, han afrontado la situación desde el primer momentos diseñando nuevas estrategias, tratando de encontrar nuevas fuentes de negocio, nuevas habilidades, desarrollando capacidades que hasta ahora quizá ni sabían que tenían, inventando formas novedosas de generar ingreso, o simplemente tomando conciencia de la forma en que vivían hasta ahora y reflexionando sobre la necesidad de vivir, de convivir y relacionarse de otro modo con los demás seres humanos y con la naturaleza en el futuro.
El ingenio y la innovación frente a la tentación de la parálisis y contra la inercia, la valentía superpuesta al conservadurismo, la osadía que vence a la resignación, el empuje e incluso la indignación y el coraje ante lo viejo y corrupto, la complicidad y la cooperación, la solidaridad y el amor antes que el sálvese quien pueda, la unión y el repudio expreso de la negatividad y del egoísmo, el cuidado, los afectos y la generosidad, esos son los resortes, y no sólo las imprescindibles macropolíticas, que nos permiten salir con éxito de una crisis, de un fallo, de un colapso.
Hace unos días, un amigo empresario, constantemente emprendedor, cultivado y vitalista me pedía que escribiera sobre los trabajadores y las pequeñas y medianas empresas y sobre sus responsables que no se están dejando amilanar ante una dificultad tan extrema como la que han empezado a sufrir. Y me decía, cuando lo escribas ponle de título que somos gatos de ocho vidas.
De eso se trata, de ser conscientes de que esto que nos está sucediendo es la vida que pasa por nosotros, destruyendo a una parte de ella, pero creando al mismo tiempo las condiciones para que emprendamos otra diferente. No hay árbol que el viento no haya sacudido, dice un viejo proverbio hindú, así que no debemos tener miedo a la tormenta sino, en todo caso, a no estar espabilados y bien dispuestos cuando pase.
Esta pandemia nos está hablando. Nos ha dado un golpetazo en la cara para decirnos que estábamos viviendo de forma arriesgada e irracional, que no podemos seguir jugando a convertir las leyes de la vida en monigotes a nuestra disposición, que hay cosas más importantes que ganar dinero porque puede llegar de pronto un virus y paralizarlo todo, que tenemos un «oikos» (una palabra griega de donde viene el término oikonomía-economía que se refiere a todo lo que hay cerca de nosotros para proporcionarnos cobijo y sustento y ), que es más valioso de lo que creíamos porque constituye nuestro auténtico espacio protector y lo que de verdad nos da seguridad, satisfacción y consuelo. Allí donde nos refugiamos en el peligro, como ahora.
Cuando de jovencillo comencé a subir las cuestas de Sierra Nevada alguien que me guiaba me enseñó un refrán inglés que nunca olvidé: cuando el camino se hace duro, los duros se ponen a caminar.
Miles, millones de personas se han puesto a caminar en España para hacer frente a la desgracia que estamos viviendo. Los sanitarios, docenas de miles de trabajadores, comerciantes y empresarios, transportistas, vendedores, personal de limpieza (¡tan modesto, tan esforzado, tan cercano, tan necesario!), fuerzas de seguridad, todos quienes nos proporcionan los bienes y servicios básicos a costa de su propia salud, profesoras y profesores que siguen atendiendo a nuestros hijos, periodistas, las mujeres y hombres sencillos que se cuidan unos a otros y a otras en el interior de sus casas y que reflexionan tomando conciencia de lo que pasa… tantos y tantas… que son, como mi amigo, un gato de ocho vidas que saca fuerza, ánimo, recursos e ingenio hasta de donde no los hay para salir adelante.
Esa es la otra cara, la otra actitud que brota en todas las crisis. La que hay que tener para poder superar una emergencia como la que vivimos.
Convertidos en gatos de ocho vidas, como mi amigo el empresario, cooperantes, solidarios, de la mano, podremos pasar de una a otra, de lo viejo a lo nuevo, superando el dolor y el sufrimiento. Podremos conseguir que sea verdad lo que decía Lao Tsé: lo que la oruga llama el fin, el resto del mundo lo llama mariposa.
Claro que hay entre nosotros demasiados matagatos empeñados en que consumamos las vidas una tras otra cuanto antes. Quienes a toro pasado lo saben todo y no paran de criticar lo que se hizo ayer con los datos de hoy; quienes anteponen sus intereses de partido y en concreto el derribar al gobierno a cualquier otro, aunque ahora todos sin distinción nos juguemos la vida de nuestros seres queridos; quienes no paran de culpar de todo a quien tiene la responsabilidad de tomar decisiones difíciles; quienes se dedican a difundir bulos y a mentir sin descanso y con descaro; quienes creen que España es suya; quienes no hacen sino indisponer a unos españoles contra otros. En fin, quienes no entienden que hay momentos en la vida en que las diferencias se deben aparcar para tratar de salir adelante apoyando a quien tiene el liderazgo por expreso mandato, como en nuestro caso, del voto popular y de las instituciones democráticas.
Es normal que, en los momentos complicados, como el de ahora, estos comportamientos malvados se hagan notar y que nos acosen. Es el mejor caldo de cultivo de la maldad y ésta es seguramente inevitable entre los seres humanos. Pero no nos equivoquemos. Como dijo Albert Einstein, «el mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad». No la permitamos, ni tampoco el desánimo, ni la rendición, ni el individualismo, ni la irreflexión. Convirtámonos, como mi amigo empresario y como tantos otros millones de compatriotas heroicos de estos días, en gatos con ocho vidas.
SUSCRIBETE Y RECIBE AUTOMATICAMENTE TODAS LAS ENTRADAS DE LA WEB
1 comentario
Es complicado. La sociedad funciona como un sistema complejo pero cada uno de los componentes es, a su vez, un sistema complejo que también tiende a protegerse y a buscar su beneficio, que no siempre coincide con el bien común. Estamos programados para ser altruistas pero sólo hasta cierto punto.