En contra de los augurios de que el euro nacía como una moneda muy fuerte que competiría con el dólar en los mercados internacionales, la divisa norteamericana se cotiza cada vez más al alza.
Las razones de esta circunstancia tienen que ver tanto con lo que ocurre en Estados Unidos como con la situación particular de la Unión Europea.
La economía norteamericana está creciendo casi el doble que las economías europeas que menos crecen. Además, ese crecimiento está muy ligado a la inversión en títulos relacionados con la nueva economía, lo que atrae fondos y recursos financieros de todo el mundo. Las familias y las empresas norteamericanas se están endeudando en grandes proporciones y, al mismo tiempo, el déficit comercial de Estados Unidos con el resto del mundo es gigantesco. Todo ello significa que la economía de Estados Unidos actúa como una especie de bomba que absorbe todos sus recursos propios y una gran cantidad de fondos procedentes del exterior. Es como una locomotora insaciable pidiendo cada vez más madera.
Por otro lado, y precisamente para hacer posible lo anterior, los tipos de interés en Estados Unidos son bastante más elevados que en la zona euro, lo que hace más atractivo que los capitales se coloquen allí. En definitiva, todo eso hace que haya una gran demanda de dólares y por eso sube su precio en los mercados internacionales.
Pero, como he dicho, también en Europa se dan circunstancias que influyen en la caída del euro.
Alemania y Francia, que son las dos economías que verdaderamente influyen en las directrices de la política económica, han pasado un bache largo en cuanto a crecimiento económico. De hecho, han ido a la zaga de otras como la española que han crecido más en los últimos dos o tres años.
En estas condiciones les convenía que los tipos de interés estuviesen bajos. De esta forma, se abarata la inversión y el endeudamiento, lo que favorece el consumo y la demanda, es decir, que los tipos más bajos han sido una ayuda para el crecimiento.
Y han sido estos tipos más bajos y el menor crecimiento de la actividad económica en la zona euro lo que implicaba necesariamente que la moneda europea tuviese menos demanda, que se depreciara frente al dólar.
Francia y Alemania han podido así pasar esta mala época de bajo crecimiento aprovechando el euro bajo, lo que quizá explica la pasividad que algunos analistas han achacado al Banco Central Europeo ante la caída del euro.
Además de estas razones coyunturales, hay un problema añadido a la hora de explicar la debilidad del euro: es muy difícil que esta moneda sea tan fuerte como se desea mientras persista la desigual condición de las economías que componen la unión monetaria. Para fortalecerlo es necesario que las más fuertes impongan su ritmo a las demás, lo que hasta ahora no ha ocurrido porque Francia y Alemania caminaban incluso más lentas que España. Si se me permite la expresión es como dejar que el soldado más torpe marque el paso a todo el batallón.
¿Qué puede ocurrir? Las noticias más recientes apuntan a que el crecimiento económico despega por fin en Francia y Alemania, de manera que, sobre todo ésta última, van a poder permitirse tipos de interés más altos que hagan subir la cotización del euro. A estos dos países les interesa un euro fuerte porque tienen más o menos aseguradas sus ventas al exterior gracias a su mayor competitividad, así que, en mi opinión, es muy posible que la tendencia cambie dentro de poco tiempo y que los fuertes de la unión impongan a los demás el paso ligero. Lo malo es que su trote más rápido no conviene mucho a los que, como nosotros, tenemos mucha menos potencia económica.
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