Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Algo más que una falacia. La fraudulenta independencia de los bancos centrales

 Acabamos de publicar el último número de altereconomía, aunque con un cierto retraso, y nos ocupamos en la editorial de la independencia de los bancos centrales. A continuación el texto. 

 

 Uno de los fraudes teóricos intelectuales más grandes de los últimos decenios es la idea de que los bancos centrales no hacen política, sino que se limitan a adoptar medidas técnicas sobre el conjunto de los mercados.
 
 Se trata de algo completamente absurdo, además de cínico y perverso: ¡Con qué fundamento se puede hacer creer que no son políticas las decisiones que afectan al bolsillo de la gente, a sus ingresos o patrimonio!
 
 Puede considerarse que gobernar el precio del dinero de una manera u otra sea más o menos oportuno o conveniente en cada caso, pero ¿cómo poner en duda que al hacerlo se está afectando de modo desigual a los diferentes sujetos económicos y, en consecuencia, que de esa manera se está haciendo política?
 
 ¿No hay que ser muy simple para pensar que la POLÍTICA monetaria no es POLÍTICA? O quizá mejor, ¿no hay que tener muy poca vergüenza para hacérselo creer a la gente?
 
 Lo grave es que a partir de ese fraude se establece que los bancos centrales sean independientes del… ¡poder político! ¡Como si el poder inmenso que tienen no fuera también político, como si la política que realizan no fuese también expresión de su poder!
 
 Gracias a ello se secuestra una de los grandes instrumentos de la política económica del control social, de la voluntad ciudadana. Y eso es algo que tiene, al menos, tres grandes inconvenientes.
 
 Por un lado impide que se pueda hacer política económica de modo coherente. O mejor dicho, empuja a que sólo se pueda hacer la que responde a la restricción que impone lo establecido por el banco central.
 
 Hace años lo dijo con toda claridad el Premio Nobel de Economía James Tobin: «La idea de que el dinero y los precios pueden separarse y delegarse al banco central mientras que el Congreso y el Ejecutivo se ocupan por su cuenta del presupuesto, los impuestos, el empleo y la producción, es el tipo de falacia que se pone en las preguntas de los exámenes de introducción a la Economía, una falacia elevada hoy a doctrina presidencial».
 
 El segundo inconveniente es de otra naturaleza: la economía (en este caso la política monetaria) es la negación de la democracia. Y lo que precisamente ha ocurrido al nacer el poder monetario independiente es que se prostituye la división de poderes y el principio de representatividad en que se supone que debe basarse una democracia.
 
 Finalmente, resulta que, de esta forma y gracias a su independencia, los bancos centrales no son prácticamente  responsables de nada de lo que hagan.
 
 ¿Cómo pedirles ahora cuentas, por ejemplo, de su responsabilidad en la crisis financiera actual al haber permitido la opacidad y el riesgo extremo? ¿Cómo pedirle explicaciones por las inmensas cantidades de dinero (dinero de todos al fin) que están inyectando en los mercados sin que nadie sepa con certeza dónde están yendo? ¿Cómo censurarles por su complicidad en la generación de las burbujas? ¿Cómo enfrentarlos en la plaza pública para que quedase de evidencia su fundamentalismo sin base científica, su falta de argumentos sólidos, sus incoherencias, contradicciones y, sobre todo, su arbitrariedad y apoyo a los poderosos? ¿Cómo pedirle cuentas, por ejemplo, a los dirigentes del Banco de España que en los últimos meses han vendido la mayor parte de nuestras reservas de oro a cambio de activos muchos más volátiles e inseguros y, por tanto, menos valiosos?
 
 La independencia de los bancos centrales es un cáncer de la economía y de las democracias modernas. Y el cáncer hay que tratarlo de raíz. Mientras perdure el poder independiente de los banqueros centrales estaremos condenados a vivir una y otra vez los hitos de inestabilidad, de despilfarro y de crisis en los que estamos, y las economías no podrán nunca seguir el camino de la prosperidad.
 
 Y todo ello sin perjuicio de un planteamiento básico: ¿acaso es que alguien puede creerse que los gobernadores y demás dirigentes de los bancos centrales son acaso «independientes», que no se dejan influir por los bancos y los grandes poderes económicos? ¿que no dan y reciben favores? ¿Alguien puede creer de verdad que fue su «independencia» lo que llevó, por ejemplo, al anterior gobernador del Banco de España (Luis Angel Rojo) al Consejo de Administración del Banco de Santander o al subgobernador (Miguel Martín) a la presidencia de la Asociación Española de Banca Privada (AEB)?
 

 
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