Cuando el Banco Central de Suecia concede desde hace ahora justamente treinta años el Premio Nobel de Economía viene a reconocer, como sucede en los demás campos científicos, la
importancia o relevancia de los trabajos realizados por el laureado.
Precisamente por eso, era significativo que en los últimos años el premio hubiese recaído siempre en economistas de indudable valía profesional pero de clarísima orientación ortodoxa. La investigación de los premiados, y sus ideas más prácticas, respondían a la concepción económica más abstracta y ajena al mundo real, estaba vinculada con posiciones teóricas muy conservadoras y explícitamente ajenas a cualquier tipo de compromiso con la realidad o con otra dimensión del pensamiento social que no fuese el propio del agente económico egoísta y maximizador de riqueza.
Se ha estado premiando de manera bien explícita a economistas cuyos trabajos navegaban sobre la ola del pensamiento neoliberal imperante en los últimos años.
Eso ha sido uno de los factores que ha permitido que las ideas económicas neoliberales hayan tenido tanta influencia en la sociedad y, particularmente, en nuestras universidades y
facultades de económicas.
La concesión este año del premio a Amartya Sen es un signo evidente de que las cosas están cambiado.
La obra ingente de este economista nacido en la India y al que muchos han denominado «la conciencia ética» de los economistas es un magnífico exponente de que por el camino del neoliberalismo y de la abstracción aislada de los verdaderos problemas sociales la economía no llega a ninguna parte.
Los trabajos de Sen tienen tres características fundamentales. En primer lugar, se puede decir que es el mejor estudioso de las «hambrunas» que padecen hoy día tantos países pobres. En segundo lugar, es el economista que ha planteado de la manera más rigurosa la inevitable relación entre la economía y la ética. Y, en tercer lugar, toda la obra de Sen muestra que el análisis económico y, en particular, las técnicas cuantitativas en economía no son un fin en sí mismo, sino que deben estar al servicio de la resolución de los problemas reales de las personas.
Al estudiar las hambrunas Amartya Sen demostró de manera definitiva que éstas se producían justo en aquellas naciones donde no existe democracia, o donde ésta es más débil.
Se trata de una conclusión muy importante y significativa. Quiere decir, por un lado, que sabemos entonces cuál es un prerequisito esencial para que no se produzcan, la ampliación de la democracia. Y, en segundo lugar, nos pone de relieve algo que hace levantar de su asiento a los economistas ortodoxos: que no se pueden estudiar los problemas económicos sin tomar en consideración la política, el poder, las relaciones sociales en su conjunto, es decir, el contexto en el que se desenvuelven las relaciones económicas. Es, justamente, la conclusión contraria a la que llegan los economistas neoliberales y ortodoxos cuando plantean que la economía es un dominio singular y perfectamente aislable de los demás.
Un segundo valor de la obra de Sen es que ha mostrado igualmente que el desarrollo del pensamiento económico dominante ha sido muy empobrecedor en tanto que ha separado las ideas económicas de la ética, de los juicios morales. En su magnífico libro Sobre ética y economía dice textualmente que «no hay ninguna justificación para disociar el estudio de la economía del de la ética y del de la filosofía…la economía puede hacerse más productiva prestando una atención mayor y más explícita a las condiciones éticas que conforman el comportamiento y el juicio humano».
En particular, Amartya Sen ha demostrado que el principio del comportamiento egoísta como base de todo el análisis económico ortodoxo es sencillamente insostenible.
Los economistas convencionales suelen aceptar la opinión de Stigler, otro Premio Nobel, según la cual «la teoría del egoísmo vencerá», pero Sen ha justificado bien claramente y con el mayor rigor que asumir ese principio sólo es el resultado de un juicio, mejor, de un prejuicio ideológico y que incluso lleva al análisis a situaciones absurdas. Como igual ocurre con las hipótesis utilitaristas ortodoxas que Sen ha sabido criticar y colocar justamente en su estricta condición de discursos ideológicos y acientíficos.
En tercer lugar, Sen es un magnífico conocedor de las técnicas y los métodos analíticos más sofisticados, pero siempre los ha usado instrumentalmente. A diferencia, por lo tanto, de lo que también hoy es la moda en nuestras universidades: manejar complicadísimos procedimientos para no explicar nada, para descubrir lo evidente de forma mucho más dificultosa o, sencillamente, para echar un velo matemático sobre la realidad que no se quiere descubrir. En cualquier caso, sin capacidad alguna para proporcionar propuestas que terminen por traer más bienestar y satisfacción a la sociedad.
En definitiva, Amartya Sen no es solamente un gran profesional de la economía, sino también un estudioso comprometido con su sociedad y que no ha dudado en mancharse las manos para abordar los temas de la marginación y la desigualdad social, justamente en los tiempos en los que no estaba de moda. Téngase en cuenta que el Nobel de economía de 1994 decía de otro economista del mismo estilo que Sen, J.K. Galbraith, que éste nunca recibiría el Premio porque era más bien un filósofo social, no un economista «como ellos». En ese ambiente de desprecio ha realizado su obra el actual laureado.
Por último, permítame el lector que exprese una satisfacción personal con motivo de la concesión de este premio a Amartya Sen. Los economistas que en los últimos años hemos tratado de estudiar los problemas de la pobreza y la desigualdad y de defender la necesidad de involucrar el análisis económico con una ética del bienestar y del bienser, precisamente porque lo hemos aprendido de Amartya Sen, sentimos, o al menos ese es mi caso, una doble e inmensa alegría.
Primero, porque se reconoce como propio de nuestra profesión lo que los sabios del lugar despreciaban como casi una especie de metafísica. Y, segundo, porque el Premio es una muestra inequívoca de que nos encontramos en el final de un camino absurdo.
La economía de orientación neoliberal, ajena a cualquier compromiso social con los más desfavorecidos, no ha traído consigo sino más desigualdad, más pobreza, más paro y, para colmo, crisis económicas recurrentes, es decir menos eficiencia económica. Aunque, eso sí, ha multiplicado la riqueza de los más poderosos, los beneficios de las multinacionales y de los ricos y grandes poderes financieros.
Reconocer la obra de Amartya Sen con este premio es hacer evidente que hay otros caminos. Que el egoísmo y el mercado no lo resuelven todo. Que el camino de estos últimos años no nos llevaba más que a la barbarie y a la desigualdad más pavorosa e injusta.
Puede que sea sólo un símbolo, una minúscula señal. Pero suficiente para que entienda quien quiera entender. La economía no es otra cosa, dice Sen, que responder a una pregunta esencial: ¿cómo queremos vivir? Y la respuesta no la pueden dar sólo los poderosos, sino el conjunto de la sociedad. En el peor de los casos, este premio tendrá un efecto inevitable: no podrán seguir
descalificando tan fácilmente a los que nos situamos expresamente fuera de la economía neoliberal.
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