Me siguen llegando artículos críticos con el documento de los obispos españoles pidiendo que los difunda. Y eso hago. Este es de Juan Masía Clavel, un jesuita destituido recientemente como director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.
¿Con el César, con la Iglesia o con el pueblo?
JUAN MASIÁ CLAVEL
Cuestionaba Emilio J. Soriano (La Verdad 31, enero, 2008) que los obispos «reaviven fantasmas anticlericales» e invitaba a revisar las relaciones Iglesia-Estado dando «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Semejante alusión hacía Antonio Papell al día siguiente. Coincido con ambos en repensar, en vísperas de elecciones, la frase de Jesús sobre Dios y el César.
La citan dictaduras de derechas para hacer callar a las iglesias cuando denuncian violaciones de derechos humanos o predican el no a la guerra. «No se metan en política», dicen. La repiten las democracias ante presuntas ingerencias religiosas en lo civil. Prefieren iglesias que sólo recen, sin hablar de cuestión social. Pero tampoco las iglesias están libres de pecado. Bien lo dijo Mosén Soler, el abad de Monserrat, tras la nota de la Conferencia Episcopal ante las elecciones: «Ningún proyecto contingente, de carácter sociológico o político, puede pretender la exclusividad de representar el Evangelio… En nuestra sociedad plural, los miembros de la Iglesia no podemos pretender ningún monopolio».
Hay malentendidos en la misma comunidad practicante. «Pusimos, decían, la crucecita en la casilla de la iglesia para la declaración la renta y pagamos a Hacienda sin defraudar. Cumplimos con Dios y el César, con la ética civil y con la moral de la iglesia». Incorrecta afirmación, porque no es cuestión de dar un poco a cada uno, al Estado y a la Iglesia. Tan error sería identificar a Dios con la Iglesia como identificar a la ética civil con el Estado. Si un Estado impone tasas injustas; habrá que protestar. Si una Iglesia administra mal las finanzas, tendrá que ser denunciada.
Entendamos bien el dicho sobre Dios y el César: que el Estado no privilegie a una confesionalidad discriminando a otras; que no se entrometa en el régimen interno de ninguna de ellas, salvo circunstancia de perjuicios a terceras partes; que las iglesias respeten la constitucionalidad y aconfesionalidad del Estado. Pero sin que dejen de interesarse, tanto iglesias como gobiernos, por el bien común, la dignidad y derechos de toda la ciudadanía. Si una Iglesia infringe derechos humanos, será denunciada ante los tribunales como cualquier miembro de la sociedad. Y si un Gobierno actúa injustamente, la ciudadanía -incluídas las iglesias- ejercerá su derecho a oponerse. Estos temas deberían aclararse bien al estudiar la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
Dijo monseñor Sebastián que algunos prefieren ver a la Iglesia calladita. Respondió la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, que la Iglesia «debe manifestarse con respeto» sobre aspectos del ámbito de decisión de Gobierno y Parlamento, y que «la democracia no necesita tutelas morales». Por ambas partes un punto razonable y otro exagerado. El problema no es si las iglesias deben hablar o callar, sino cuándo, cómo y acerca de qué hablan. Cuando Juan Pablo II gritó su «no a la guerra», Bush creía que el Papa calladito estaba mejor. Los obispos japoneses siguieron al Papa y levantaron la voz para decir su «no a la guerra», como también ahora están diciendo, de cara al G-8, su no las injusticias de la globalización. No así los obispos norteamericanos, condescendientes con Bush. Buena parte del episcopado en el Estado español también fue timorata ante el desatino del trío de las Azores. Sin embargo, quienes no se manifestaron contra la guerra o el hambre, sí lo hicieron apresuradamente para defender de presuntas amenazas a la familia u oponerse a la Educación para la Ciudadanía. Apelaron entonces al lema: «a Dios y al César lo suyo».
Pero las dos partes de esa frase («a Dios lo suyo» y «al César lo suyo») no son simétricas. Probemos a leer la frase sustituyendo Dios y César por el pueblo: «al pueblo lo que es del pueblo». Tanto el César (o los gobiernos) como las iglesias están obligados a devolver al pueblo lo suyo, su dignidad y sus derechos. Tal fuerza tenía la frase de Jesús. Dios se identifica especialmente con el pueblo desfavorecido, oprimido, empobrecido, manipulado, o injusticiado. Dice el texto original: «devolved», es decir, retornad lo robado. Si roba un Gobierno o una Iglesia (¿ninguno está libre de pecado!), habrá que devolver al pueblo lo que le arrebataron.
Así lo expresó la teología de la liberación coreana, la teología minjung, es decir, del pueblo. En el evangelio según Marcos, la palabra «pueblo» (okjlos, en griego) designa al pueblo oprimido de Galilea. Contrasta con la palabra plethos, que designa a las multitudes en general. Lo entendió bien el poeta coreano Kim Chi Ha. Encarcelado en 1976, bajo la dictadura de Park, como disidente; comparó al pueblo coreano oprimido con el Cristo doliente. En su pieza El Cristo de corona dorada, un leproso se encuentra con Cristo en prisión. Jesús le pide que lo libere para que él, a su vez, pueda liberarlo. Poniéndose de parte de los oprimidos, se le quita al Cristo su pesada corona de oro y se le libra de la mordaza que no le permitía hablar. Al hacerlo así se está devolviendo al pueblo y a Dios lo suyo.
Si los obispos, beligerantes en campaña electoral a favor de un presunto centro derecha meditasen el evangelio con este enfoque, verían que han perdido la ocasión de callarse. Por otro lado, si lo meditasen quienes tienen auténtica preocupación por la justicia social, cuestionarían la autenticidad de un presunto centro izquierda que traicionase su compromiso con el pueblo. ¿Qué alternativa me queda, como ciudadano y como creyente? Optar por aquellas izquierdas que lo sean de verdad y pedir que lo practiquen.
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