Ultimamente se produjo un gran escándalo por la interpretación exagerada que se ha hecho de una normativa aprobada hace unos meses en mi universidad sobre lo que se debe hacer cuando se pilla copiando a alguien en los exámenes. En la revista ECCUS escribí el artículo que trabscribo más abajo (leer más) con mi opinión al respecto.
De manera sorprendente, meses después de que fuese aprobada sale en los medios de comuncación la normativa sobre exámenes de mi universidad como si reconociera el derecho a copiar en ellos. El diario La Gaceta, por ejemplo, afirma en titulares que “Los universitarios sevillanos podrán usar chuletas”.
Es sorprendente porque lo que dice la norma es que “sin perjuicio de las actuaciones o resoluciones posteriores que procedan, los estudiantes involucrados en las incidencias podrán completar el examen en su totalidad salvo en el caso de conductas que interfieran con el normal desarrollo del examen por parte de los demás estudiantes,en cuyo caso se procederá a la expulsión”. Y también que “Los profesores encargados de la vigilancia del examen podrán retener, sin destruirlo, cualquier objeto material involucrado en una incidencia”. Yo no creo que eso signifique que hay derecho a copiar o que, como se dice en 20 Minutos, “los profesores en Sevilla ya no pueden suspender a un alumno sólo por copiar”. Lo que en realidad significa la norma es que, en lugar de entenderse como hasta ahora que los profesores podían actuar discrecionalmente en los exámenes estableciendo ellos mismos las normas y los criterios que considerasen oportuno, unilateral o negociadamente, para mantener el orden en el aula o para garantizar la igualdad de trato a todos los estudiantes, ahora se externaliza ese procedimiento. Se quieren dar así más garantías pero me temo que de esa forma, además de la confusión y el escándalo, lo que se provoca son situaciones de mayor indefensión y deterioro docente.
La evaluación de los alumnos forma parte del proceso de aprendizaje, no es algo aparte, y la enseñanza no es un mero procedimiento administrativo que simplemente se regule por normas jurídicas. Tiene una parte viva y personal y por eso muchas veces improvisada que no puede regularse con unos cuantos artículos pactados entre vicerrectores y representantes estudiantiles. La auténtica enseñanza se basa en la confianza, en la lealtad, en la empatía y simpatia entre maestros y discípulos, incluso en el afecto. No en los reglamentos.
Sé que hay casos desgraciados y arbitrariedades de profesores que hay que prever en las normas para poder evitarlos. Pero no me gusta este reglamento. No porque permita copiar, que no lo permite; no porque me impida suspender a un alumno al que pille copiando, porque no me lo impide. No me gusta porque deshumaniza la enseñanza, porque, como tantas otras normas (y por supuesto no solo de mi universidad) me trata como un vulgar funcionario y no como a un maestro, que es lo que yo quería ser cuando empecé a trabajar como profesor universitario.
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