Hablar de la crisis económica «actual» se está convirtiendo en un ejercicio que se realiza cada vez más periódicamente. Hace treinta, cincuenta o sesenta años el fenómeno de la crisis
económica era por definición episódico y sólo podía esperarse que llegara a producirse con gravedad después de largos periodos de crecimiento y expansión económica. La expansión era la
norma y la crisis su excepción momentánea. Hoy día ocurre al revés. La fase expansiva de los ciclos económicos es muy corta y se ve interrumpida casi de manera constante por coyunturas de crisis, aunque, como señalaré después, la tónica de crecimiento muy débil durante la expansión permita ocultar su impacto verdadero.
Además, la crisis económica de nuestro tiempo se caracteriza por producir un «efecto latigazo» muy disperso en el tiempo y en el espacio, de manera que sus efectos finales tardan en
manifestarse en todas las economías. De hecho, a veces, algunas comienzan a sufrirla cuando el peor momento ha pasado ya en las que primero la habían sufrido. Esto permite también difuminar su verdadero efecto, disimular su caracter general y reducir su magnitud auténtica.
Algo de esto ocurre ahora mismo, cuando se quiere presentar como signo de fortaleza europea lo que en realidad no es sino su retraso a la hora de sufrir el embate de la crisis, en este caso, respecto a los países asiáticos. ¿Quién se atreve a asegurar que ya ha pasado?
Lo que sucede, en realidad, es que lo que antaño fué un proceso de crecimiento económico generalizado inevitablemente sometido, sin embargo, a una dinámica cíclica, se ha convertido hoy día en un proceso de oscilación permanente y de continua inestabilidad.
Trataré a continuación de señalar los rasgos que me parecen principales para entender lo que sucede en nuestras economías y para vaticinar con cierto fundamento lo que puede ocurrir en el
futuro.
Lo que no son hoy día las crisis económicas
La crisis económica de nuestra época actual no es del tipo episódico característico de fases anteriores de las economía capitalistas. Como puede comprobar cualquier lector de prensa que no
sea tan desmemoriado como los políticos y economistas neoliberales, más dinámica de mercado en los últimos decenios ha traído consigo situaciones de crisis cada vez más recurrentes. Y eso es así, porque las que ahora se producen no son de la misma naturaleza de las que habían sido simples fases pasajeras de ciclos económicos más o menos incómodos.
No se trata tan sólo de desajustes entre la oferta y la demanda global. Es decir, no están causadas por desequilibrios en las expectativas de los agentes económicos que puedan ser resueltos en la medida en que los diversos mecanismos de regulación disponibles (precios, salarios, gasto, ahorro, crédito, gobierno…) permitan recobrar el equilibrio. De hecho, estas crisis se están
produciendo cuando las economías tienen más flexibilidad y discrecionalidad que nunca.
No son tampoco crisis producidas por la confrontación que implica la búsqueda permanente de nuevos mercados o por el incremento de la competencia en los mercados libres. En todo caso, serían fruto de que los mercados tienden a estar cada vez más segmentados y concentrados, generando una espuria competencia oligopolista. Además, no se desencadenan en los países o sectores con mayor pulsión productiva, sino más bien lo contrario.
No están producidas, ahora cuando se dan con caracter tan recurrente, por problemas sectoriales o que tengan que ver con desajustes generales de la base productiva y, en particular, por la inadecuación de la técnica existente. De hecho, las nuevas tecnologías de la información ha generado un espacio tecnológico suficientemente apropiado a cualquier plazo, lo que no permite
pensar que estén provocando inadecuación coyuntural.
La crisis actuales, por otro lado, no suelen manifestarse en caídas muy bruscas en la magnitudes económicas, aunque sus efectos, por el contrario, son de gran contundencia. Podría decirse que no es preciso una disminución muy rotunda del ritmo de crecimiento para que se produzca la crisis, como tampoco se sale de ellas con gran dinamismo. Eso indica precisamente que
la economía tiene poca consistencia, una alta volatilidad, lo que lleva necesariamente a pensar que las crisis que padecemos constituyen un nuevo fenómeno que no tiene su origen en problemas de «ajuste» del sistema, sino en la propia conformación estructural de éste último.
Los nuevos rasgos de la crisis
A estas características hay que añadir una serie de circunstancias que se vienen dando de manera concomitante con las crisis.
a) Las economías capitalistas se encuentran sometidas a una estricta disciplinadeflacionista, única forma de lograr el control salarial, la regulación monetaria y el debilitamiento del gasto social que ha permitido aumentar el beneficio del capital privado industrial y financiero. Las políticas deflacionistas actúan como un verdadera freno de la actividad, lo que provoca que las tasas de crecimiento sean tan limitadas, que las economías se encuentren por debajo de sus posibilidades productivas (realmente, el beneficio no depende de la intensidad o magnitud del crecimiento). En ese contexto, las crisis son más agudas y más dañinas pues esas políticas las inducen en lugar de paliarlas y no proporcionan el dinamismo suficiente para salir de ellas. Antes, las crisis tenían efectos casi catárticos, como si fueran el momento a partir del cual ya se pudiera pensar en mejores tiempos. Hoy día, las economías no salen reforzadas de las crisis sino que su propia salida viene prácticamente acompañada de nuevos brotes de depresión. Así se comprueba si se analiza la secuencia de las crisis en todo el planeta. Una secuencia que advierte que la crisis es el auténtico estado natural de las economías capitalistas de nuestra época.
b) De manera prácticamente generalizada, las crisis actuales tienen como denominador común su vinculación con problemas originados en los flujos monetarios y las finanzas. Pero no como en algún caso hubiera sucedido en otras épocas por desajustes temporales entre el crédito y la producción sino, justamente por el contrario, porque la lógica financiera ya no tiene que ver con la que gobierna la actividad productiva. Aunque, eso sí, termina por afectarle y llega incluso a desmantelarla pues succiona recursos y desincentiva la creación de riqueza.
c) Las crisis actuales se caracterizan igualmente porque están relacionadas con procesos cuya verdadera dimensión es planetaria, aunque afecte de manera desigual a las naciones o a las
zonas geográficas. Sin embargo, no se les puede afrontar con caracter global porque no existen instancias apropiadas de regulación internacional. Están globalizadas sus causas (movimientos de capital, inversiones, prácticas especulativas…), pero no pueden globalizarse sus remedios, pues a nivel internacional no existe la posibilidad de afectar a los derechos de propiedad establecidos, condición básica para anfrentarse a las causas que las provocan.
d) Un rasgo específico de las crisis que estamos viviendo es que tienden a desfogar con particular virulencia en la periferia del sistema, lo que provoca que lleven consigo un verdadero
efecto de devastación en los territorios y economías ya de por sí en peores condiciones para hacerle frente. La prueba palpable de esto último es el empobrecimiento absoluto y relativo que provocan y que aumenta sin cesar.
e) Es importante señalar que, a diferencia de lo que ocurriera en otras épocas, cuando la crisis provocaba perceptibles efectos destructores sobre el conjunto de la economía, la inestabilidad
asociada a las crisis actuales es una fuente privilegiada de ganancia para el capital financiero y para las grandes empresas multinacionales. No puede olvidarse que, a pesar de lo que señala la retórica convencional, la inestabilidad es precisamente la precondición para la ganancia financiera y especulativa que hoy día predomina en las economías capitalistas. De hecho, después de cada crisis, los ricos son más ricos que antes y los pobres mucho más pobres.
Esa es muy posiblemente la explicación de que las respuestas políticas a las crisis actuales sean tan poco operativas, tan pobres analíticamente y, las más de las veces, elementalmente
retóricas. La economía convencional apenas si se pregunta con convicción por la naturaleza de este fenómeno tan recurrente y se limita a declamar cansinamente la necesidad de dejar más libertad a los mercados, a pesar de que es ya una evidencia descomunal que la lógica intrínseca de los mercados capitalistas tan imperfectos y su deformación monetaria es la causa de la inestabilidad y de la atonía de nuestras economías.
Lo que está verdaderamente en crisis
Con independencia de lo que se proclama en los discursos oficiales y en la retórica que domina el pensamiento neoliberal, las crisis económicas de nuestra era muestran claramente una
cuestión esencial: que el capitalismo es un régimen económico que fracasa cuando lo que se trata de alcanzar es estabilidad y bienestar. De hecho, un rasgo final de las crisis que estamos viviendo en que están siempre acompañadas de profundas y definitivas fracturas sociales. El desempleo, por ejemplo, no es sólo un simple desajuste (que además consideran voluntario) en los mercados de trabajo, sino que provoca exclusión, pobreza creciente y fragmentación social. La desigualdad no sólo termina en la diferencia, sino que produce una vulnerabilidad progresiva, descapitalización e ineficiencia. El uso irracional de los recursos atenta contra su lógica natural y quiebra los equilibrios sistémicos imprescindibles para la vida humana, como ocurre en el caso del propio espacio físico, del medio ambiente o de la población.
Todo ello me lleva a considerar que la crisis actual es mucho más que una mera fase de un ciclo que se reputa como algo cuasi natural e inevitable. En realidad, es la expresión de una crisis de mucha mayor trascendencia, y así creo que hay que analizarla y tratarla: como la crisis de la civilización capitalista basada en el afán de lucro, en la insolidaridad y en el egoísmo.
Es cierto que en nuestros días no está de moda ni bien visto poner en cuestión el capitalismo, pero no es menos cierto que quienes no lo están haciendo, o consolidan un orden social
injusto y muy perjudicial para la inmensa mayoría de los seres humanos,o, en el mejor de los casos, no hacen sino dar simples palos de ciego.
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