Publicado en Público.es el 27 de mayo de 2020
En las catástrofes y desgracias los seres humanos nos mostramos tal como somos, sin disimulo. Por eso, en situaciones como las que estamos viviendo surge lo mejor y también lo peor de todos nosotros.
Hemos visto a sanitarios trabajar sin descanso, luchar agotados sin límite de horas para salvar, cuidar y acompañar a las personas enfermas. A madres y padres modestos trabajadores, a veces sin apenas estudios, haciendo de maestros y multiplicando las horas de trabajo para tratar de sacar adelante a sus hijos. A pequeños empresarios seguir batallando con generosidad contra la adversidad para poder sacar a flote negocios en los que habían empeñado su vida y sus patrimonios. A las fuerzas de seguridad multiplicando sus turnos y, como suele pasar siempre que acuden a los rescates, actuando sin pensar que es la suya la que corre peligro cuando se disponen a salvar las de otras personas.
Hemos sido así, porque en estos momentos de dificultad los seres humanos mostramos nuestra auténtica naturaleza. Porque somos seres, como nos describe el biólogo chileno Humberto Maturana, «adictos al amor y dependemos para la armonía biológica de nuestro vivir cotidiano de la cooperación y la sensualidad, de las caricias y de vínculos positivos y sintonía emocional con los demás, no de la competencia y la lucha». El confinamiento y la necesidad de contar con las personas de nuestro alrededor nos ha congraciado con la más auténtica y rica expresión de nuestra humanidad.
Sin embargo, no sólo somos así. En la desgracia también se muestra el lado oscuro, la otra cara de los seres humanos.
Hace un par de días escribía (Tratados indignos en tiempos de pandemia) sobre los despachos de abogados que en medio del dolor se disponen a preparar docenas de demandas para sacarle dinero a los gobiernos, a costa de las medidas que han debido adoptar para intentar salvar vidas humanas. Ahora quisiera mencionar a quienes aprovechan las carencias y urgencias de estos momentos para enriquecerse mediante todo tipo de prácticas corruptas.
El propio origen de la pandemia parece que puede encontrarse en la corrupción que se da en muchas partes del mundo, y en China en particular, con el tráfico de animales salvajes. Algo que existe no sólo porque haya autoridades (como las que debieron vigilar mejor el mercado de Wuhan) o personas corruptas aisladas que violan las leyes, sino porque se puede contar con la ayuda de empresas o de bancos para poder hacer de esa práctica un negocio, en alguna ocasión, de escala mundial.
La organización Transparencia International dice que la Covid-19 se ha convertido en «la incubadora perfecta para la corrupción en nuestros de salud». La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) ha avisado de que en los próximos tiempos habrá mucha más corrupción porque «los delincuentes se adaptan rápidamente a las debilidades sistémicas inducidas por la crisis COVID-19», en gran medida, debido a que está «fortaleciendo instintos muy nacionalistas, iniciativas individuales y enfoques aislacionistas unilaterales» que son las condiciones que más ampliamente abren la puerta a todo tipo de prácticas corruptas. Y Europol ha señalado que los delincuentes están reorganizando las rutas de contrabando de personas y encontrando nuevas formas de atraer a las posibles víctimas, principalmente mujeres para ser explotadas sexualmente. En general, aunque puede que algunas actividades ilegales se frenen, casi todos estos organismos tienden a pensar que la Covid-19 genera nuevas oportunidades de negocio para el crimen económico, el cibercriminal, el tráfico de personas o la pornografía infantil.
La Covid-19 está generando actividades corruptas en muchos campos, unos más sutiles que otros. Ha habido estafas o subidas abusivas de precios, en muchas ocasiones puramente corruptas, en el suministro de mascarillas, guantes, líquidos desinfectante, respiradores y otros instrumentos que de pronto han escaseado en casi todos los países. Los procedimientos de compra se han relajado y eso ha dado oportunidades de oro a empleados públicos corruptos, incluso a nivel de ministros, como en Bolivia. Y todo eso no ha pasado tan sólo en los países más atrasados sino en las primeras potencias mundiales, encabezadas, también en este caso, por Estados Unidos, en donde los tribunales han tenido que atajar un bien número de este tipo de negocios.
El coste de la corrupción es altísimo, en dinero y en vidas humanas. En un estudio significativamente titulado La pandemia ignorada (aquí), la organización de denuncia y lucha contra la corrupción Transparency International ha estimado que sólo en el sector de la salud cuesta unos 500.000 millones de dólares al año y mata a cientos de miles de personas en todo el mundo. Y otra investigación del Journal of the American Medical Association ha calculado que sólo el fraude dentro de los sistemas del dentro de Medicare y Medicaid de Estados Unidos costó en 2011 98.000 millones de dólares.
Como siempre que se habla de corrupción, también en la que se genera alrededor de la Covid-19 hay que señalar que hay una «al minoreo», de menor escala, aunque más perceptible, y otra en la que se concentran los grandes negocios que, a pesar de que implica daños más cuantiosos suele estar mucho mejor disimulada. Tanto que, a veces, ni siquiera se considera corrupción. Algunos ejemplos sobre hechos que están ocurriendo en estos momentos quizá expliquen mucho mejor que mis palabras esa diferencia.
En Estados Unidos, como en otros muchos países, se está produciendo escasez de determinados medicamentos. Sin embargo, la administración ha considerado confidencial la información sobre cuáles son los que exactamente escasean. ¿No es corrupción defender a las empresas ya instaladas en el mercado impidiendo que se encuentren otros proveedores alternativos para esos medicamentos que faltan?
Los gobiernos de casi todos los países están dedicando muchos miles de millones a impulsar la producción de soluciones farmacológicas contra la Covid-19 pero no se están estableciendo sistemas transparente para poder comprobar su efectividad, cuando ya se sabe que en otras epidemias se hicieron negocios multimillonarios con medicamentos que al final no eran más efectivos que una píldora de aspirina. ¿No es corrupción permitir que los informes sobre el desarrollo de los nuevos fármacos en el sector privado no cumplan con las normas de transparencia y rigor más elevadas, con tal de facilitar el negocio farmacéutico, tal y como pasó con el tamiflú en la peste porcina?
Hace poco, Bill Gates decía en una revista de medicina (aquí) que «Es necesario que los gobiernos pongan los fondos porque los productos para la pandemia son inversiones de muy alto riesgo» y que «finalmente, los gobiernos deben financiar la compra y distribución de las vacunas a la población que la necesita». ¿No es corrupción que los gobiernos financien el desarrollo, la distribución y la compra de productos farmacéuticos y que luego los beneficios sean para las empresas privadas»?
Los efectos y los daños de la corrupción ni empiezan ni terminan en lo puramente económico. La Organización Mundial de la Salud denuncia el desarrollo a nivel planetario de lo que llama infodemia, una auténtica pandemia de bulos y mentiras que confunden y debilitan la confianza de las personas y las sociedades y, sobre todo, que abren tremendas grietas en la solidez de las democracias. Lo que no es de extrañar. No se ataca mediante noticias falsas y mentiras políticas a le democracia como un fin en sí mismo, por el gusto de mentir, sino porque esta es el mejor antídoto, la más impenetrable barrera frente a los negocios fraudulentos y la corrupción. A menos democracia, más actividad ilícita y más suciedad en nuestras economías. De ahí que el capitalismo de amiguetes de nuestros días y la corrupción resulten indisociables.
Y, por último, no podemos olvidarnos de la corrupción posiblemente más penosa, de los cuervos malvados que vuelan en este tiempo a nuestro alrededor: los políticos que se aprovechan de los muertos, de la desgracia, del dolor y de las condiciones tan difíciles en las que hay que tomar decisiones para arañar unos cuantos votos. No tengo que mencionar algunas ejemplos de las mentiras tan bárbaras que estamos oyendo últimamente en boca de dirigentes de Vox o del Partido Popular. Son bien conocidas y no vale la pena hacerle más publicidad a este tipo de corrupción, no menos dañina que la puramente económica, aunque también a su servicio porque al dañar a la confianza, a la convivencia y a las instituciones nos dejan sin defensas frente a los grandes corruptos que actúan detrás del telón.
El auténtico reto de esta pandemia es hacer que desde nosotros no broten cuervos sino que florezcan los buenos seres humanos de los que habla Maturana.
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