He escrito en alguno de mis libros que las sociedades modernas tienden a ser, en una gran medida, inmensos espacios virtuales, en donde las realidades se difuminan y se nos antoja como lo real aquello que es tan slo una pura expresin de las preferencias, de los deseos o de las imágenes diseñadas por aquellos colectivos con poder suficiente para transformar su singular comprensin del mundo en referencia aparente pero inequívoca para el resto de los ciudadanos. Lo que ha sucedido en estas elecciones creo que viene a darme la razón.
Las carísimas encuestas señalaban unas tendencias de voto que a todos llegaron a parecernos inapelables. Los bien pagados tertulianos aventuraban no sólo un cambio político, sino incluso de régimen. Políticos socialistas de larga experiencia renunciaban a puestos en las listas porque hace sólo unos días nadie pensaba que permitieran alcanzar escaños. Militantes de la derecha, por cierto con menos talante democrático que sus líderes, saltaban de alegría ante la seguridad de que «ahora vienen los nuestros». Y los dirigentes de Izquierda Unida se permitían el lujo de vetar en el futuro gobierno, que pensaban iban a presidir, al candidato que, a la postre, casi alcanza la mayoría absoluta en las elecciones andaluzas.
Mientras todo ello sucedía, el ciudadano corriente (aquel de quien me permití decir hace unas semanas en este mismo peridico que no estaba representado en las listas electorales y en la clase política) hacía sus cálculos, echaba sus cuentas y finalmente terminaba depositando su voto de forma completamente inesperada para quienes tan sesudamente lo sustituyen a la hora de determinar por donde van los tiros de las cosas sociales y políticas.
¿Qué es lo que ha sucedido?.
En mi modesta opinión, son varias las circunstancias que pueden explicar este cambio tan notable entre lo que parecía previsto y lo que finalmente ha terminado ser la expresión real de las
preferencias ciudadanas.
En primer lugar, que nuestra sociedad es cada vez más compleja, heterogénea y plural. Desde este punto de vista, hasta el propio lema del Partido Popular, una nueva mayoría, resulta una expresión forzada, o más bien que da a entender un encasillamiento que no es, en la realidad, una expresión acertada de la autopercepción que tienen de sí los ciudadanos.
En segundo lugar, que, sin perjuicio de lo anterior, esta sociedad heterogénea se resuelve fundamentalmente en torno a esquemas esencialmente progresistas. A pesar de barniz centrista del Partido Popular, sin duda logrado con gran honestidad por sus principales dirigentes, lo cierto es que la mayoría de la ciudadanía percibía demasiado nítidamente tras de él, sobre todo en la calle, mucho más que en los discursos y refriegas políticas, el proyecto político de la derecha más cavernarias. La llamada a parar esta «amenaza» debía conseguir, y así ha sido, un resultado que no debería parecer tan espectacular si se contempla la mayoría social de progreso nítidamente presente en todas las elecciones pasadas.
En tercer lugar, parece también evidente que el electorado, en lugar de modificar radicalmente sus preferencias, otorga una especie de créditos móviles con su voto, siendo así posible que lo que puede parecer una desafección definitiva o una expansión permanente del voto de los partidos resulte, tan sólo, un préstamo a plazo fijo.
El problema de todo ello es que la actual situación electoral lleva inevitablemente a la inestabilidad. Esa va a ser la ténica de los próximos meses. Empezará cuando, presumiblemente, el próximo Presidente de las Cortes sea, de nuevo, socialista; lo que provocará una reacción que está por ver en el Partido Popular; y continuará cuando éste se enfrente a una situación de casi imposibilidad técnica de gobierno. Que seguramente no podrá resolver ni tan siquiera olvidando las promesas que hizo su líder de no presidir un gobierno débil y condicionado desde fuera.
Los partidos también vivirán horas complejas que, con seguridad, se manifestarán particularmente en nuestra ciudad y provincia. Los dirigentes andaluces de Izquierda Unida deberían tener la valentía moral de hacer frente a sus responsabilidades, principalmente aquellas que son el inevitable resultado de su sectarismo, de su falta de preparacin y del rechazo a aglutinar en torno a sí, con coherencia y sinceridad, a las corrientes más críticas y mejor preparadas para proporcionar propuestas políticas que vayan más allá de la simples peroratas de jóvenes burcratas.
El Partido Socialista tiene por delante, no se olvide, un serio resquebrajamiento interno. Es posible que la euforia de las primeras horas tienda a rebajar las tensiones, pero es más fácil apostar a que la actual mayoría renovadora aprovechará los resultados para tirarse de nuevo y sin piedad al cuello de quien ose recobrar un discurso más nítidamente transformador y de izquierdas. La propia estabilidad y futuro personal de Felipe González no podrán permitir veleidades de esa naturaleza en el partido. Las espadas, pues, seguirán haciendo ruido.
Como también es previsible que empiecen a sonar con más fuerza en el propio partido que ha ganado las elecciones generales. La falta de apoyo suficiente a la hora de gobernar, como muestra la experiencia histórica, es la causa principal de quiebras internas y de ruptura del consenso partidario. No será improbable que su cohesin menge a medida que se haga difícil sostener la estabilidad en el gobierno. Y, sobre todo, que los desgajes se produzcan por su posiciones más volcadas a la derecha.
Paradjicamente, el reforzamiento del voto progresista en Andalucía y Málaga en particular va a conjugarse seguramente con el mantenimiento del gobierno popular en nuestro Ayuntamiento. Todo parecía indicar que después de las elecciones se iban a dar las mejores condiciones para censurar a la alcaldesa popular, pero, sin embargo, esa es una posibilidad que ahora se nos antoja más lejana. Los resultados electorales han sido dramáticos para Izquierda Unida no sólo por la pérdida de votos, sino porque puede pasar a ser un auténtico convidado de piedra en la política andaluza. Verdaderamente, slo si el Partido Socialista decidiera asumir con fuerza un planteamiento de izquierdas, como parece demandar el electorado, y actuar en consecuencia con una grandísima dosis de generosidad política -tal y como no ha sido hasta ahora el caso de Izquierda Unida- podría plantearse un cambio de gobierno en nuestro Ayuntamiento. Si esto es difícil de augurar, no lo es menos la posibilidad de que Izquierda Unida cediera su protagonismo prefrente en aras de un gobierno municipal que respondiera más al actual panorama político que a la simple correlación de fuerzas existente en el Consistorio.
Mientras tanto, me parece que sigue sigue sin resolverse el mayor problema. En toda la campaña no he oído propuestas rigurosas y coherentes para frenar el desempleo y la destrucción de capacidad productiva real, para mantener con fortaleza el bienestar colectivo y para hacer frente con realismo a las nefastas consecuencias que tiene para nuestra economía el proyecto neoliberal de integración europea que con la fé del carbonero asumen quienes nos gobiernan. Mucho me temo que los ciudadanos tendrán que seguir esperando.
SUSCRIBETE Y RECIBE AUTOMATICAMENTE TODAS LAS ENTRADAS DE LA WEB