Reproduzco dos párrafos de un artículo del profesor Félix Ovejero, lúcido como todo los que escribe:
Las desigualdades han alcanzado magnitudes que hasta asimilarlo cognitivamente resulta difícil. Ayudará una imagen que tomo de David Schweickart. Compara la riqueza con la altura, equiparando los ingresos medios con una estatura media de 1, 80 m., y pone a caminar a los estadounidenses, uno tras otro, durante una hora. Unas cuantas pinceladas del desfile aclaran bastante las cosas. Hasta que no pasan cinco minutos nadie alcanza los 30 cm. A la media hora, los que desfilan tienen una altura de metro y medio. A los cuarenta y ocho minutos, la altura es de 2,50 m. A los cincuenta y cuatro, y durante tres minutos, desfilan tipos de 3, 70 metros. Gigantes que son enanos comparados con otros de 9,90 m, que en apenas treinta y seis segundos han desaparecido. Pero todos, al fin, son liliputienses comparados con los que aparecen en los últimos segundos, unos cuantos que superan los 300 m., otros pocos, que miden cuatro veces la torre Sears, algunos menos con más de 6.000 m y, discretamente, si cabe la discreción, rematando el desfile, Will Gates con unos 13 kilómetros de alturas. Intenten hacerse una idea de lo que supone levantar la cabeza y ver a su lado, desde su modesto 1,80, un individuo dieciséis veces más alto que el monte Everest. No alcanzan a verlo. Y ahora, el esfuerzo último: esos datos se limitan a Estados Unidos.
El problema, con serlo, no es sólo de justicia distributiva. Es también el de un poder no sometido a control democrático alguno. Andamos bien lejos del mito de la sociedad abierta, del mundo idealizado de leyes que enmarcan mercados descentralizados, en competencia, en donde nadie está en condiciones de imponer su voluntad. La realidad es bien otra. Es la de unos procesos económicos, imprecisamente designados como globalización, en donde poderes con capacidad de decisión muy superior a la de muchos estados, no se ven sometidos a controles jurídicos reales, en donde, llanamente, no hay lugar para las decisiones políticas. El camino de vuelta de la ilustración, del gobierno de las leyes, en lugar de los hombres. El camino que la izquierda quiso recorrer hasta el final, cuando aspiró que la política, el control democrático, hiciera imposible que la desigual fortuna económica se convirtiera en desigual influencia política, en poder de unos sobre otros.
(Félix Ovejero Lucas. Las viejas ideas de las nuevas izquierdas. La Insignia. España, febrero del 2008).
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