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Deslocalización empresarial y empleo: un juego con las cartas marcadas

 En Temas para el Debate publico este artículo sobre la deslocalización empresarial en la globalización, un fenómeno que se da por bueno e inmutable pero que en realidad se basa en un juego de cartas marcadas establecido gracias a la derrota que han sufrido las clases trabajadoras con los sindicatos a la cabeza.  

 

 Deslocalización empresarial y empleo: un juego con las cartas marcadas 

 

 Uno de los fenómenos más impactante que ha traído consigo la globalización es la facilidad con que las empresas pueden deslocalizarse, es decir, abandonar un país para instalarse en otros en donde encuentren mejores condiciones para incrementar sus beneficios.
 La búsqueda de territorios más favorables para la inversión ha sido una constante lógica en la dinámica de expansión del capitalismo y eso es lo que ha producido un incremento prácticamente incesante de la inversión directa en el extranjero en casi todas las épocas históricas recientes. Pero ese proceso se había llevado a cabo tradicionalmente creando réplicas más o menos exactas de la actividad anterior en los nuevos espacios, lo que no siempre ocasionaba, por tanto, el abandono de la actividad que hasta ese momento se llevaba a cabo en los lugares de origen.
 En los últimos años, sin embargo, lo que más bien se viene produciendo es que las empresas cierren parcial o incluso totalmente sus instalaciones y actividades en un lugar para desplazarse  a otros donde encontrarán condiciones de negocio más favorables.
 El análisis empírico de la deslocalización empresarial muestra claramente que hay razones muy claras que la provocan y que se resumen en la posibilidad de encontrar  costes más bajos, principalmente laborales, y también un entorno más favorecedor que propicie economías de aglomeración, es decir, ahorro de recursos como consecuencia de la concentración de actividades en un determinado territorio.
 Sobre sus ventajas e inconvenientes
 La teoría económica suele contemplar la deslocalización como una simple o directa expresión de la libertad de movimientos de factores y capital a la que se tiende, o la que se trata de imponer, en virtud de las ventajas que se supone que lleva consigo a medio y largo plazo.
 Eso es así porque se supone que al perder las actividades más retrasadas y con mayor carga de costes primarios, los territorios de donde salen no tendrán más alternativa que tender obligadamente a especializarse en otras capaces de generar a la larga mayor valor y ventaja competitiva. Y, además,  porque se da por hecho que, con el paso del tiempo, los consumidores del espacio de donde salió la actividad podrán disfrutar de los productos que antes se obtenían allí a menor precio. Ventajas que, añadidas a las que recibe el territorio que recibe las actividades deslocalizadas, implican un incremento neto de bienestar a escala global a medio y largo plazo.
 Esa es la justificación teórica que permite, sobre todo a los grandes líderes empresariales y a sus representantes políticos, afirmar que la deslocalización es un fenómeno positivo que hay que fomentar y estimular en aras de lograr que la producción sea “más barata y competitiva”.
 Es conveniente saberlo porque por esas razones, y en contra de lo que quizá pudiera pensarse, no todos los sujetos económicos se muestran contrarios a la deslocalización. El director de uno de los organismos españoles al servicio de tales intereses, el Instituto de Estudios Económicos, recomendaba hace tres años a las empresas españolas que recurrieran a la deslocalización hacia países con mano de obra más barata, un recurso «inevitable», según este centro, para «garantizar la supervivencia» de la industria a largo plazo (El País, 20/12/2005).
 La realidad y el propio comportamiento de las empresas que se deslocalizan muestran, sin embargo, que esos análisis tienen poco fundamento científico..
 Desde el punto de vista analítico, para que esos presupuestos pudieran darse efectivamente sería necesario aceptar que están generalizados los mercados de competencia perfecta y que hay mecanismos de reequilibrio y retribución que permiten reasignar de modo perfectamente compensado entre todos los territorios las pérdidas y beneficios que en todos ellos se producen de modo muy asimétrico. Por ejemplo, que en el interior de cada territorio los agentes beneficiados compensarán a los perjudicados, que los despedidos de las industrias desplazadas terminarán encontrando trabajo en otras industrias, que los trabajadores cobrarán siempre de acuerdo a sus habilidades y, por tanto, que tendrán el mismo salario sea cual sea el sitio en donde sean contratados, o que no hay costes estructurales de los cambios que lleva consigo la deslocalización.
 No hace falta ser un genio de la economía para entender que condiciones de ese tipo se podrían dar solo en condiciones muy excepcionales. Lo que efectivamente hoy día sabemos con total seguridad, aunque no se quiera aceptar por quienes defienden la asimetría y el privilegio con que actualmente se actúa en los mercados internacionales, es que para evitar pérdidas netas de bienestar es imprescindible regular con mucho acierto todo esos movimientos y evitar que se produzcan con total y desordenada libertad. Si no se regulan bien, como ocurre en la actualidad, cuando las empresas campan libremente a la búsqueda de beneficios más elevados, lo que se producen son situaciones de gran asimetría, un incremento global de la desigualdad y pérdidas muy traumáticas de bienestar en los lugares de sonde salen las empresas, sin que lo beneficios recibidos en los territorios a los que van sean sustanciales ni compensen al daño que produce la deslocalización.
 Así lo demuestra el hecho de que habiendo aumentado considerablemente el volumen de la inversión directa en el extranjero vinculada a deslocalizaciones que ha ido desde los países del norte a los del sur en los últimos veinte años, hoy día siga representando prácticamente la misma proporción (el 25%) respecto al total mundial, lo que significa que no ha modificado la pauta de distribución desigual del capital.
 Algunos dirigentes empresariales reconocen, seguramente sin darse cuenta de ello, las consecuencias negativas que tiene el material incumplimiento de esos presupuestos teóricos liberales cuando meridianamente afirman que las deslocalizaciones son inevitables si no se reducen los estándares netos de bienestar en el mundo. Eso es lo que claramente decía, por ejemplo, el presidente de Daimler España, Carlos Espinosa de los Monteros, quien hace unas semanas demandaba que “los agentes sociales renuncien a ‘sus actuales posiciones de bienestar’ y adopten posiciones acordes con los retos de una industria global” (El Economista 27/04/2008).
 ¿Hay una manera más sincera de reconocer que la deslocalización tiene eun efecto neto sobre el bienestar negativo?
 
 Las cartas marcadas del comercio transnacional
 Lo que en realidad está ocurriendo no es que las deslocalizaciones se lleven a cabo, como se quiere argumentar, para lograr un incremento globalmente positivo en la eficiencia del sistema económico. Y mucho menos en el bienestar. Es otra cosa.
 Lo que sucede es que las grandes empresas han logrado establecer un no-sistema transnacional que les permite liberarse de cualquier traba para aprovechar la existencia de territorios en donde hay recursos en condiciones de proporcionarles mayores beneficios: bien sea porque los mercados laborales están más desregulados, porque hay menos trabas ante los atentados contra el medio ambiente, gobiernos más fuertes o fuerza de trabajo mejor preparada y peor pagada. Y eso les proporciona no solo la ventaja de irse, si finalmente lo necesitan, sino la de amenazar para crear condiciones más favorables en los lugares en los que están.
 No es cierto, por ejemplo, que sobre todo las grandes empresas que se deslocalizan lo hagan para sobrevivir sino para ganar mucho más. Quienes hemos tenido experiencia en procesos concretos de deslocalización (y en España están recientes docenas de ellos) hemos podido comprobar multitud de veces que las mismas empresas que aducen aquí pérdidas para justificar sus desplazamiento obtienen sin embargo beneficios millonarios si en lugar de contemplar su cuenta de resultados “nacional” se ana
liza, como debe ser, la global del grupo al que pertenecen. La ingeniería contable, los paraísos fiscales o los llamados precios de transferencia (que permiten facturar entre los diferentes componentes de un grupo industrial de modo que los resultados positivos o negativos aparezcan allí donde más interese) son algunos de los muchos recursos que hoy día disponen las grandes empresas para ocultar su verdadera rentabilidad y poder justificar las deslocalizaciones.
 Esa libertad hoy día prácticamente total es el factor que resulta determinante del gran poder actual de las grandes empresas. En realidad, la deslocalización empresarial no es peligrosa y dañina desde el punto de vista del bienestar  por el efecto concreto que suponga la pérdida de unos cientos de miles de empleos sino porque se constituye como la amenaza constante y directa, como un instrumento de chantaje que pesa sobre todos los demás trabajadores: si no se está dispuesto a aceptar condiciones de trabajo más exigentes, subidas de sueldo más moderadas, mercado laboral más flexible, moderación impositiva o a liberalizar los horarios comerciales, entre otras condiciones, las empresas podrían decidir irse a otra parte. Y podrán irse si quieren
 Es difícil encontrar un argumento más decisivo para imponer a los trabajadores esas condiciones laborales. Como sorprendente es que haya quien piense que de esta manera se logran efectos globales de incremento en la actividad y el bienestar social.  

 

   

 

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