El suplemento dominical del diario de mayor tirada en España presentaba recientemente toda una línea de productos alimenticios para perros. Los canes podrán disfrutar de yogours, patés, platos combinados y un sin fin de comidas preparadas en donde se armoniza el contenido calórico adecuado con una presentación atractiva de los alimentos. Días más tarde, las cabinas telefónicas de toda España se ocuparon con unos sugerentes carteles anunciando con todo lujo y color nuevas preparaciones de comidas para el mejor amigo del hombre.
Como es natural, no todos los perros podrán disfrutar de tan suculentos manjares, pero laeclosión de esta oferta alimenticia da pie para reflexionar acerca de uno de los grandes mitos de la»sabiduría» económica convencional, la que, con más pena que gloria, domina en nuestras aulasuniversitarias.Los libros de texto y manuales al uso coinciden en afirmar que el gran problema económicoderiva de la escasez. Es un lugar común en todos ellos el afirmar que la falta de recursos abundantes es la causa de que no puedan satisfacerse las necesidades humanas en el grado deseado.
Sin embargo, la economía convencional no suele hacer mención del uso y la distribución que se realiza de los recursos existentes. Incluso un Premio Nobel como G. Stigler llegó a afirmar que ésos son asuntos de moralistas y predicadores.
Lo cierto es que, según un reciente informe del Fondo Monetario Internacional, existen en todo el Planeta mil doscientos millones de pobres, es decir de personas con ingresos inferiores a treinta y cinco mil pesetas anuales. Cáritas Española demostró que a mitad de los años ochenta había en España ocho millones de ciudadanos (el veinticinco por cien de la población) con ingresos inferiores a la mitad de salario mínimo. En la C.E.E. se calcula que hay un once por cien de la población en éstas circunstancias y un diez por cien en los Estados Unidos. La aún más grave situación que sufre el Tercer o Cuarto Mundo proporciona cifras escalofriantes sobre la realidad social de nuestro Planeta: el cuarenta y dos por cien de la Humanidad está desnutrida, el cuarenta por cien no tiene atención médica y el sesenta y tres por cien carece de agua potable. Sólo siete de cada cien seres humanos tienen algo que en nuestra cultura nos parece ya tan a nuestro alcance como el aire: un televisor.
Cuando en las clases de la Universidad o en conferencias se muestran estos datos o se indica que, según estadísticas internacionales, cien mil personas mueren de hambre todos los días, la reacción suele ser de incredulidad o perplejidad. Incluso no faltan sabios doctores que tachen a quien lo dice de radical, de demagogo o catastrofista.
Y es que el enorme potencial de los medios de comunicación o las tribunas de opinión de las que gozan los políticos y los conformadores de la opinión pública, no se utilizan para trasladarnos estas situaciones que requieren de nuestra comprensión y nuestra solidaridad. Más bien, todo lo contrario; se usan para mostrarnos un mundo idílico de satisfacción y consumismo, en donde los problemas más graves son los desamores de cualquier culebrón venezolano. O para hacer publicidad de suculentas comidas para perros.
De esta forma, se oculta que la insatisfacción tan generalizada, el malestar y la pobreza tienen mucho que ver con una opción por la desigualdad y el despilfarro que han realizado quienes
tienen poder para hacerlo en nuestras sociedades.
Los economistas convencionales tienen muchas dificultades para explicar las causas del hambre afirmando tan sólo que hay escasez. La F.A.O. (organismo de las Naciones Unidas para problemas de la alimentación en el mundo) ha demostrado que con los recursos actuales de nuestro planeta se podrían obtener tres mil ciento cuarenta calorías y sesenta y cinco gramos de proteínas diarias, suficientes para que no hubiese hambre en ningún lugar del mundo. Incluso el continente africano, el más pobre, tiene recursos potenciales para alimentar 1,6 veces su población prevista para el año dos mil, según el mismo organismo.
Es decir, que más que escasez de recursos lo que hay es una distribución muy desigual de todos ellos, y, sobre todo, un destino despilfarrador de los mismos.
Las Naciones Unidas han denunciado en multitud de ocasiones que la Humanidad está aplicando su esfuerzo creador y sus recursos económicos a una desenfrenada carrera hacia el absurdo y la destrucción: un informe de la O.N.U. señalaba hace pocos años que con el coste de un sólo misil móvil MX (Estados Unidos anunció que desplegaría doscientos de ellos) se podría alimentar a ciencuenta millones de niños, construir sesenta y cinco mil centros de salud o crear trescientas cuarenta mil escuelas. Por el precio de un superbombardero (sólo uno) la U.N.E.S.C.O. podría acabar con el analfabetismo mundial en diez diez años.
Durante los diez minutos que pudiera tardarse en leer este artículo, habrán muerto en el mundo diez niños de tosferina, treinta de sarampión, ciento cincuenta de tétanos, ochenta de diarrea, cuarenta de neumonía; trescientos, en total, a causa de éstas y otras enfermedades que podrían evitarse mediante inmunización o proporcionándole agua potable suficiente. Al mismo tiempo, se estarán llenando estantes de comidas para perros en el supermercado de la esquina.
Frente a una sociedad que alimenta mejor a los perros que a los seres humanos es necesario estimular la reflexión y tomar conciencia de la desigualdad y el despilfarro, fomentar la solidaridad y encontrar fórmulas colectivas para hacer frente al malestar y la injusticia. La solución sólo podrá venir cuando las respuestas del corazón humano, como decía Erich Fromm, se impongan sobre las palabras vacías, el afán de notoriedad y los intereses de los políticos profesionales y los poderosos de todo tipo.
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