El diario español El País publica el domingo 13 de mayo un reportaje de Clodovaldo Hernández con un título verdaderamente significativo: “Las paradojas del socialismo a la venezolana. El Estado gana fuerza en la economía del país, en medio de una ola de consumismo claramente capitalista”.
En el texto se explica que el gobierno del Presidente Chávez ha nacionalizado algunas empresas de servicios básicos como la telefonía o partes de sectores estratégicos como el petrolero.
Todos esos pasos, dice el autor del reportaje, “son síntomas de que el socialismo del siglo XXI ha dejado de ser una simple consigna del presidente Hugo Chávez”.
Lo curioso del reportaje es que esas manifestaciones de avance hacia el socialismo se contraponen a un fenómeno que el autor del reportaje interpreta como la buena salud de la que goza el capitalismo en Venezuela: el que hecho de que ese país «vive uno de los momentos más intensos del consumo de todo tipo de bienes».
En el propio reportaje se presentan los datos del Instituto de Estadística venezolano que son bien significativos: “según este Instituto, el ingreso familiar promedio se elevó un 34,7% en 2006. Este organismo, que emite las cifras oficiales de Venezuela, asegura que el ingreso promedio por hogar era de 831.540 bolívares (unos 287 euros) mensuales en 2005, y pasó a 1.120.659 bolívares (387 euros) para el segundo semestre de 2006”.
Yo creo que la interpretación de todo esto debería parecer obvia a cualquier observador objetivo: el gobierno venezolano está siendo capaz de aumentar el poder adquisitivo de la población, logrando que todos sus ciudadanos disfruten de más posibilidades para satisfacer sus necesidades.
Según todos los datos disponible, eso es un hecho indiscutible que ha de unirse a los avances impresionantes en el bienestar social conseguidos a través de las diversas Misiones que están enseñando, dando salud, formación profesional o capacidad emprendedora a millones de ciudadanos que antes no tenían la más mínima posibilidad de disfrutar de nada de eso.
Pero en lugar de reconocer que el gobierno lo hace bien, como es indiscutible a tenor de los datos que proporciona el propio reportaje, se hace en éste un cínico juego malabar para hacer creer que las nacionalizaciones (lo malo) son el socialismo y el consumo (lo bueno) es el capitalismo.
Es verdad que el ansia consumista que a veces lleva a desear más de lo necesario es un residuo de los valores materialistas que impulsan a las sociedades capitalistas, pero el deseo de tener bienes para satisfacer las necesidades y, sobre todo, la posibilidad de tenerlos no es, ni mucho menos, algo exclusivo del capitalismo. ¡Todo lo contrario! No hay un régimen que disponiendo de más recursos haya generado y esté generando (debido a la desigualdad que provoca) más carencia, insatisfacción y frustración social que el capitalismo.
Por el contrario, el proceso que se está viviendo en Venezuela está demostrando que es posible mantener equilibrios económicos y generar más actividad y, al mismo tiempo, repartir mucho más justamente de modo que aumente la capacidad adquisitiva de todos los seres humanos y no sólo de los más favorecidos de siempre.
Lo que está ocurriendo en Venezuela es que los avances democráticos hacia el socialismo traen más riqueza y más bienestar para todos y no más miseria, como quisieran sus críticos que ocurriera para poder entrar a saco contra el gobierno venezolano. No pueden hacerlo y recurren entonces a estos análisis verdaderamente manipuladores.
Pero no debemos confundirnos ni dejarnos engañar.
Si hoy día en Venezuela ha aumentado tanto el consumo como consecuencia del incremento de la capacidad adquisitiva de la población (algo que a los asalariados españoles no les pasa desde 1997), como se dice en el reportaje, no es gracias a la buena salud del capitalismo sino a la del proceso de cambio que se está llevando a cabo, y gracias al avance positivo y bien hecho hacia un socialismo de nuevo tipo como el que los venezolanos quieren construir allí.
Gracias a que el Estado venezolano dispone de una buena parte de los recursos estratégicos de la nación y a que su voluntad es la de lograr que sus frutos se repartan con justicia e igualitarismo y no sólo entre las minorías dominantes, es por lo que ahora se puede conseguir que sean mucho más ciudadanos los que pueden adquirir bienes para satisfacer sus necesidades.
Otra cosa es que detrás de este fenómeno de consumo tan elevado sigan existiendo desigualdades (en todo caso infinitamente menores que las que existían antes del periodo de Chávez, cuando Venezuela era el paradigma del derroche neoliberal) y que pueda estar dándose un cierto afán consumista que responde más bien a la frustración acumulada durante tantos años de dominio oligárquico y a la pervivencia de valores materialistas. Pero como los propios venezolanos advierten y desean, son valores que poco a poco irán transformándose en otros que respondan a la ética mucho más humana de la sostenibilidad. Se irán corrigiendo democráticamente en el propio proceso de cambio porque, a diferencia de lo que ocurre en el capitalismo, en Venezuela no se quiere que el consumo sea un proceso solamente orientado a que las empresas ganen dinero sino que se entiende como un inevitable medio de satisfacción material que ha de estar al servicio del enriquecimiento integral y equitativo de los seres humanos como tales.
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