Este es el último artículo que he publicado en la revista TEMAS PARA EL DEBATE. ¿El inicio de una inevitable polémica entre los gobiernos europeos y el Banco Central?, ¿la renuncia definitiva a gobernar la economía europea?, ¿hay tiempo o posibilidad para nuevas alternativas? De eso trata.
La llegada a la presidencia francesa del líder conservador Nicolas Sarkozy no ha tardado en producir un sonoro aldabonazo en las instituciones económicas europeas que puede que sea algo más que una mera expresión de su agudo perfil político.
De entrada, ha decidido de manera unilateral que Francia retrasará dos años el cumplimiento del compromiso común sobre estabilidad presupuestaria establecido en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC).
Sarkozy entiende que su país necesita impulsos adicionales al crecimiento que no puede encontrar en los márgenes estrechos que hoy día contempla la política económica impuesta en Europa, lo que le llevará a poner en marcha una importante rebaja de impuestos que supondrán una merma de ingresos públicos muy considerable.
Se trata, una vez más, de una forma paladina de manifestar que la política económica dominante sólo resulta satisfactoria sobre el papel, pues en cuanto que las naciones, al menos las que disfrutan de mayor capacidad de maniobra, se enfrentan a algún problema específico dejan de someterse a sus postulados sobre la marcha.
Pero lo interesante es que una formulación como la que hace Sarkozy tratando de favorecer el crecimiento económico de sus país le lleva inevitablemente a tirar de la manta que hoy día oculta y silencia el papel que viene cumpliendo el Banco Central Europeo.
Como es sabido, éste modula la política monetaria (influyendo en consecuencia de forma muy decisiva sobre el conjunto de la política económica) teniendo en cuenta solamente el objetivo de la estabilidad de los precios. Eso significa que, sea cual sea el camino que esté recorriendo, la economía europea circula permanentemente con el freno pisado, lo que, naturalmente supone una rémora constante al crecimiento, que es lo que ahora quiere evitar Sarkozy.
Aunque sea de forma sutil, la posición francesa supone una toma de posición bastante significativa.
Algunos medios incluso la han calificado como “embestida de Sarkozy” contra el Eurogrupo (la reunión de los ministros de economía de la zona euro) pero en realidad no es especialmente importante por lo que a corto plazo pueda significar ni en el plano fiscal, si se tiene en cuenta que no es la primera vez que se incumplen los compromisos presupuestarios, ni en el estrictamente monetario, pues el Banco Central está todavía poderosamente salvaguardado.
Lo que me parece más trascendente de las propuestas y declaraciones de Sarkozy es que inevitablemente abren en Europa el debate sobre su gobierno económico.
Se quiera o no reconocer, lo cierto es que los intentos que hasta el momento se han venido realizando para forjar la Europa del crecimiento y la cohesión, la del conocimiento y el bienestar, la del empleo y la competitividad vienen cayendo en saco roto como desgraciadamente muestran la inmensa mayoría de los indicadores económicos y sociales. Los planes que uno tras otro se han aprobado en los últimos años no han logrado que Europa despegue con la fuerza necesaria para convertirse en un referente decisivo y necesario de la economía mundial.
Los factores que en mi opinión están impidiendo ese despegue son principalmente cinco.
En primer lugar, la orientación de la política monetaria del Banco Central Europeo hacia el único objetivo de la estabilidad, dejando de lado el empleo de calidad y el crecimiento y la sostenibilidad. Lo cual es adicionalmente negativo porque Europa prácticamente carece de cualquier otro instrumento alternativo de política económica con un alcance semejante a los que utiliza el BCE.
En segundo lugar, porque en aras de homogeneizar y disciplinar las políticas nacionales, Europa viene avanzando en materia económica aplicando una misma política para todos los países y en todas las circunstancias. Lógicamente, son las grandes potencias, y especialmente Alemania, quien fija la dirección pero como no todas las naciones están en su misma situación, ha sido inevitable que se produzcan asimetrías y desajustes que, antes o después, porovocarán que alguna economía periférica se salga en alguna curva.
En tercer lugar, la muy escasa armonización y coordinación fiscal existente, si es que se puede decir que exista, lo que sigue creando incentivos para la movilidad perversa del capital y las inversiones y, en consecuencia, aumentando las desigualdades. Es verdaderamente expresivo de ello y preocupante que después de tantísimos recursos destinados a polítca regional no se haya producido una reducción efectiva de las asimetrías, divergencias y desigualdades en el interior de la Unión Europea.
En cuarto lugar, la mucha mayor descoordinación existente entre las agendas nacionales en materia social y económica, como resultado, al mismo tiempo, de la persistencia todavía muy poderosa de estrategias nacionales y de la falta de directrices comunes firmes y realmente capaces de generar sinergias y horizontes efectivamente comunes.
Finalmente, y como resultado de todo lo anterior, la falta de credibilidad de la propia política económica europea, ante la cual es completamente ineficaz e incluso contraproducente que el Banco Central Europeo se empeñe en aumentar la suya endureciendo la política monetaria.
En definitiva, estos cinco factores se resumen en un mal europeo fundamental: la falta de gobierno económico.
Durante muchos años se ha renunciado a él seguramente porque era lo que mejor convenía a quienes siempre dispusieron del poder suficiente para hacer que Europa fuese un simple mercado, que es lo que necesitaban, y no había fuerza social suficiente para conseguir otra cosa.
Pero el problema es que la renuncia a gobernar la economía europea de modo integral, con transparencia y democracia, ha llegado hoy día a paralizar cualquier tipo de proyecto político, no sólo a escala europea sino incluso nacional, salvo quizá en el caso alemán.
Va a ser inevitable, pues, que en los próximos tiempos se ponga sobre la mesa la necesidad de gobernar de verdad la economía europea y ahí es donde también va a ser significativa la posición que ha comenzado a manifestar Sarkozy.
Aunque aparentemente abandera la demanda de mayor coordinación y de nuevos contrapoderes frente al Banco Central, algo que convencionalmente podríamos situar en el lado de las reivindicaciones progresistas y de izquierdas, Sarkozy está apuntando en realidad hacia la derecha, a desmantelar aún más los presupuestos del bienestar social.
Sus propuestas fiscales son una típica expresión del liberalismo intervencionista más reaccionario que ya predomina en alguna de nuestras comunidades autónomas, como Madrid: el que impone mercado libre a los de abajo mientras que utiliza el boletín oficial para proteger a los ricos.
Lo que muestra la posición del presidente francés es que la derecha no va a dejar pasar la oportunidad para imponer condiciones más favorables aún para quienes se mueven cómodamente en las aguas del mercado. Y por eso sería fundamental que los partidos y los gobiernos más a la izquierda comenzaran a reflexionar sobre otros presupuestos de gobierno económico que fueran más favorables para la igualdad y el bienestar social. En materia económica, la izquierda europea ha sido la izquierda de las renuncias. Ahora, sin embargo, su voz va a ser más decisiva que nunca porque después de esta quizá ya no haya más oportunidades.
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