Publicado en La Opinión de Málaga el 4 de septiembre de 2005
La semana pasada escribía en estas páginas que quienes desmantelan el Estado y reducen el gasto público que puede hacer frente a los desastres y calamidades son tan pirómanos como los que queman a propósito los bosques. Me refería más concretamente a las consecuencias tan nefastas de la estrategia liberal orientada a disminuir los recursos públicos para instaurar por doquier la filosofía del «sálvese quien pueda». Una estrategia cuyos efectos desastrosos sufre ahora Estados Unidos en grado superlativo.
El año pasado, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército advirtió que había que fortalecer los muros de contención en la zona de Nueva Orleans ahora devastada. Se precisaban alrededor de 11 millones de dólares para ello, es decir, unas cien veces menos de lo que Estados Unidos gasta en Irak solamente en una semana. No puede decirse que sea una cantidad ingente para un país como ese, tratándose, además, de un peligro tan cierto como el que los técnicos habían detectado. Sin embargo, el Presidente Bush sólo concedió 3 millones y, más tarde, el Congreso autorizó definitivamente 5,5. Los muros no se fortalecieron convenientemente y muchos periódicos advirtieron del peligro de inundaciones que se cernía sobre la zona. Además de las vidas humanas, estaban en peligro importantes recursos petroleros, pues allí se encuentran el 20% de la capacidad de refinamiento del país. Ahora, Bush demanda austeridad energética y dice que el país se encuentra en situación crítica ¿Se puede ser de verdad así de torpe o es solo cuestión de cinismo?
Días antes de las inundaciones, los expertos las autoridades locales sabían que había que desalojar las zonas en peligro. Pero no se organizó la evacuación, no se aportaron medios para facilitarla y se limitaron a recomendar a la gente que cada uno se fuera por su cuenta. Una recomendación insensata sabiendo que la mayoría de la población afectada no disponía de medios de transporte para irse ni de recursos para obtenerlos.
Ahora, el Presidente Bush balbucea de nuevo como un tonto («el peor discurso de su vida», escribió el New York Times) para decir algo así como que la zona parece haber sido destruida por la peor arma del mundo, sin sospechar que, en gran parte, ese arma es el resultado evidente de su torpeza, de su incompetencia y de la insensata y aberrante filosofía con la que impulsa su acción de gobierno. ¿O es que se puede denominar de otra forma su negativa a financiar los muros o a destinar recursos para aliviar la situación de sus compatriotas más pobres? ¿no fue el propio Bush el que apretó el gatillo de esa terrible arma?
El desastre de Nueva Orleans no es el efecto de una fuerza sobrenatural, no es una desgracia inevitable sino la consecuencia de la imprevisión y del continuo recorte de los gastos públicos con que pueden evitarse este tipo de daños.
En los últimos años, Bush ha venido aplicando políticas que han producido un continuo enriquecimiento de los grupos de rentas más altas y un mayor empobrecimiento de los de más bajas.
Precisamente, unos pocos días antes de las inundaciones se habían hecho públicos los datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos sobre la pobreza en aquel país. Por cuarto año consecutivo, en 2004 aumentó el número de pobres que ya es de 37 millones de personas, 1,1 millones más que en 2003.
Según estos datos oficiales, sólo el 5% más rico de la población aumentó sus rentas el año pasado, mientras que el 95% restante o las redujo o las mantuvo constantes. No hay manera más expresiva de mostrar para quién trabaja George Bush y su gobierno.
También aumentó en 2004 el número de personas que no tienen cobertura sanitaria que ya son 45,8 millones, casi cuatro millones más que el año anterior.
Según estos datos del Censo, el 12,7% de la población norteamericana es pobre aunque hay que tener en cuenta que en ese porcentaje no se incluyen los inmigrantes ilegales. De considerarlos, se alcanzarían un porcentaje bastante más elevado.
La zona que ahora ha sufrido las inundaciones es bastante más pobre que la media nacional. Se calcula que la tasa de pobreza se sitúa entre el 20 y el 30%, aunque hay barrios en donde es incluso mucho más elevada.
Algunos observadores llaman la atención sobre los efectos tan diferentes de los huracanes y ciclones en Cuba, un país mucho más pobre y con menos medios materiales pero mucho más igualitario en estos sentidos, y Estados Unidos, mucho más rico pero que renuncia a la protección colectiva y al fortalecimiento de lo público. Es una paradoja que demuestra que evitar los daños que producen no es cuestión solo de dinero. Es necesario también que haya otros recursos públicos intangibles pero mucho más valiosos y eficaces que los financieros: solidaridad, sentimiento de ciudadanía, organización colectiva, decisión y liderazgo político efectivo, participación popular…
Mucha gente se sorprende estos días de ver en Estados Unidos imágenes que más bien parecen ser propias de los un «país tercermundista» pero eso sólo les ocurre a quienes no saben de la extraordinaria desigualdad de la sociedad norteamericana. La primera potencia económica mundial está muy atrasada en bienestar social, en igualdad y en protección social. Para impulsar los negocios se impone una filosofía individualista que, justo en estros momentos, es cuando se muestra como más ineficaz e inhumana: se salvan los ricos y los pobres son los que sufren los desastres. No se puede olvidar que, como señaló hace unos años el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, un recién nacido en Harlem tiene menos esperanza de vida que otro en Bangladesh.
Es realmente paradójico y vergonzoso que el Gobierno de Bush sea capaz de movilizar cientos de miles de soldados a miles de kilómetros para garantizar negocios a sus socios, a sus benefactores y beneficiarios y que, sin embargo, sea tan incapaz de defender y salvar a sus propios compatriotas. ¿Quién puede creerse que el suyo sea un verdadero patriotismo?, ¿de qué le han servido a los que están muriendo desprotegidos el liberalismo fundamentalista de Bush? ¿qué consuelo les habrá podido proporcionar el dios con el que justifica sus guerras y sus crímenes en medio mundo?
Detrás de las proclamas neoliberales de Bush están simplemente los buenos negocios de las gente a las que sirve. Se rechaza adoptar políticas medioambientales adecuadas para ahorrar costes, se bajan los impuestos a los ricos y se subsidia a las grandes empresas mientras se deja de financiar recursos públicos, se dedica el gasto público a financiar guerras imperiales que proporcionen buenos rendimientos financieros. ¿Quién puede extrañarse de que pase lo que está pasando?
Los gobernantes norteamericanos se jactan de ser los más poderosos y actúan como imbatibles e invulnerables. No lo harán, pero en circunstancias como las de Nueva Orleans deberían empezar a ser conscientes de que su poder militar y financiero es tan destructivo como autodestructor.
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