Publicado en La Opinión de Málaga. 11-4-2004
Debe estar ya acostumbrado Salvador Pendón a que se desate sobre él el estrepitoso eco de la crítica furibunda. Demasiadas veces, incluso sencillamente grosera. Parece que la gente de pueblo no cae bien a algunas plumas del parnasillo provincial especialistas en vomitar descalificativos. Ni a algunos políticos cuyo proverbial buen olfato para situarse por encima siempre de idas y venidas está ya bastante desgastado. ¡Vaya por dios! Como es hombre leído, mal que le pese a esos que se parecen a un intelectual lo que el índice a un libro, quizá recuerde y se aplique a sí mismo lo que escribiera Cervantes: «Que Dios te guarde y a mí me dé paciencia para llevar a bien el mal que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados».
Ahora se meten con él porque el día de reflexión tuvo la ocurrencia de enviar un mensaje a través de su móvil, tal y como hicimos aquel día, por cierto, millones de españoles. Tuvo, eso sí, el craso error de creer que lo enviaba sólo a sus correligionarios y amigos. O mejor dicho, debió pensar que todos sus correligionarios eran amigos, lo que no suele ser lo mismo. A partir de ahí parece que se quiere desatar lo que considero una inaceptable operación de linchamiento político.
Yo creo que es evidente que el mensaje que escribiera Pendón era una simple comunicación personal que no hubiera tenido mayor trascendencia de no haber mediado una vengativa delación vestida de verde. Pero, si se la quisiera dar, me parece que hay que tener en cuenta el contexto de los hechos que han venido acaeciendo en nuestro país.
Puesto que yo también escribí aquel día no uno sino un buen montón de mensajes semejantes, y sin creer de ninguna manera que pueda yo interpretar lo que pensara en su caso Salvador Pendón, comentaré los sentimientos que me llevaron a hacerlo.
En aquel día de reflexión el candidato del Partido Popular rompía la tradición democrática de no hacer intervenciones públicas en esa fecha y aparecía en una entrevista en el diario El Mundo, mientras que a lo largo del día los medios de comunicación extranjeros iban ya poniendo de relieve lo que aquí aparecía como algo más que una abrumadora sospecha. El gobierno hacía bueno a Lord Byron, quien decía que después de todo la mentira no es sino la verdad disfrazada, y hacía todo lo posible para enturbiar lo que millones de españoles percibían como la desgraciada consecuencia de que habíamos sido instigadores principales de una guerra ilegal e ilegítima, justificada con mentiras y artimañas de todo tipo. Se había jugado antes con la paz y se estaba dispuesto a jugar ahora con los muertos para ocultar la responsabilidad que antes no se había querido asumir ni ante el pueblo, ni ante sus instituciones representativas.
Nos puede gustar o no decirlo y reconocerlo pero lo cierto es que los sectores más extremistas de la derecha del Partido Popular habían generado un clima de división civil y de enfrentamiento, hasta el punto de que muchos observadores imparciales habían reconocido que el propio Rajoy podía sentirse incómodo y negativamente afectado. Las encuestas mostraban, además, que esa estrategia ni siquiera era buena electoralmente para el PP, pues anunciaban mayoría absoluta del PSOE en Andalucía y, algunas, incluso una situación de empate a nivel nacional.
El presidente Aznar basó su participación en la campaña en la descalificación política y personal de Rodríguez Zapatero a quien se empeñaba en considerar nada más que una especie de mindingui sin preparación alguna. Y sus ministros, desde Trillo hasta García Valdecasas, convertían sus intervenciones públicas en verdaderos insultos.
Lo que estaba ocurriendo en los días anteriores a las elecciones era que muchos cientos de miles de personas, muchos millones que no se habían movilizado decisivamente hasta entonces, empezaron a hacerlo. Los mensajes de móviles llamando a la participación, reclamando la regeneración democrática y denunciando la estrategia de enfrentamiento civil del Partido Popular empezaron mucho antes del día de reflexión, como es bien fácil comprobar. Y lo que sucedió tras el criminal atentando fue que el intento de ocultación del gobierno y la mentira exacerbaron, también de manera espontánea, esa movilización ciudadana.
Quienes nos informábamos a través de internet no podíamos sino sentirnos vejados y engañados y así se traducía en los millones de mensajes, de convocatorias sin nombre, de demandas de verdad y de paz.
En todo el mundo han reconocido estos hechos.
Es comprensible que muchos dirigentes del Partido Popular se hayan sentido heridos e incluso injustamente amenazados en unos días de derrota y de confusión. Y eso no debería ocurrir nunca más. Pero para ello todos debemos ser igualmente sinceros y aprender con honestidad de la experiencia. Se puede pensar de la manera que sea, pero el hecho evidente es que la estrategia de división y de insulto partió de donde partió mientras que Rodríguez Zapatero ha mantenido una posición de respeto y responsabilidad que ha logrado transmitir a su partido. Todavía no ha salido de su boca una descalificación, mientras que Aznar no desaprovecha la ocasión para zaherir y atacar, incluso poniendo en duda, con escandalosa irresponsabilidad, su falta de compromiso antiterrorista o por la unidad de España (que, por cierto, no ha estado nunca tan amenazada como al finalizar su mandato). En los últimos meses cundió la idea de que España solamente era lo que representaba el Partido Popular y que los demás eran sus enemigos o quienes podían ponerla en peligro. Un craso error que no sólo movilizó sorpresivamente a millones de ciudadanos españoles como los que más sino que a la postre se ha visto desgraciadamente como una verdadera falacia.
El gobierno de Aznar trató como súbditos a los ciudadanos, nos llevó a una guerra que no queríamos y trató, para colmo, de ocultar las vergüenzas de su actitud. Eso fue lo que nos llevó a muchísimos españoles a escribir millones de mensajes desde nuestros móviles en los días previos a las elecciones. Llamábamos a la participación cívica, a la responsabilidad democrática y, es verdad, decíamos también que nos daba asco lo que estábamos viendo y escuchando entre tanto dolor.
No es justo, pues, que se quiera linchar ahora a Salvador Pendón por hacer lo que también hicimos millones de españoles.
Pero lo importante es que no debe ser tiempo de linchamientos para nadie. Yo creo que Rodríguez Zapatero ha expresado con claridad su compromiso para que la política se haga con respeto y sin exclusiones y para que las relaciones entre los ciudadanos sean de hermandad y de concordia. Esa es la cuestión: empieza otra época. Hagamos que predominen otros sentimientos y otras actitudes.
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