La concesión del Premio Nobel de la Paz a Muhammad Yunus y a su “banco de los pobres” (el Banco Graneen) me alegra sobremanera en la medida en que es el reconocimiento al esfuerzo constante y ejemplar de una persona que ha logrado sacar de la pobreza a cientos de miles de personas en su país.
Muhammad Yunus fundó en 1976 el Banco Grameen (BG) para proporcionar pequeños créditos (microcréditos, al principio de unos 40 o 45 dólares) sin garantía material a los más pobres de los pobres en las zonas rurales de Bangladesh. De esta manera, eliminando la necesidad de garantía, ha conseguido dar la vuelta a la práctica convencional bancaria que la exige siempre a la hora de conceder los créditos, y ha creado un sistema basado en la confianza mutua, la solidaridad, la responsabilidad, la participación y la creatividad.
En la actualidad, el banco fundado por Yunus es el mayor establecimiento financiero rural de Bangladesh. Posee más de 2,3 millones de prestatarios, y el 66 % de sus clientes ya superaron holgadamente la línea de pobreza. El 94% de los prestatarios son mujeres. El reembolso de los préstamos, con un valor promedio actual de unos 160 dólares, supera el 95%.
Pero el premio tan merecido obliga a llevar la reflexión más allá de la alegría que supone un nuevo e importante reconocimiento internacional a un hombre inteligente y estrechamente comprometido contra la pobreza.
En primer lugar hay que señalar que el Premio Nobel concedido a Yunus está equivocado. Si se le reconoce que su estrategia de conceder miles de pequeños créditos sin garantía, en condiciones ventajosas y sin ánimo de lucro ha logrado erradicar la pobreza, lo que deberían haberle dado a Yunus no es el Premio Nobel de la Paz, sino el de Economía.
No hago ninguna broma. La cuestión es bien importante: ¿por qué el Banco Central de Suecia que concede los premios Nobel de Economía no considera que acabar con la pobreza, y haberlo conseguido en la práctica aunque sea en escala reducida, es mucho más importante y digno de reconocimiento que realizar elucubraciones teóricas las más de las veces sin apenas consecuencias prácticas positivas sobre el bienestar humano, por muy brillantes que estas sean para las mentes cultivadas de los académicos?
Es muy fácil comprobar que las noticias relativas a la pobreza, a la exclusión de millones de personas, al hambre o al sufrimiento que provocan las relaciones económicas de nuestro tiempo no aparecen prácticamente nunca en las páginas “de economía” de los periódicos. Cuando se hace mención de ellas se llevan a las de sociedad, como si no tuvieran nada que ver con las empresas, con el dinero, con los bancos,… que son de lo que se ocupan los economistas o los periodistas económicos más reputados.
Frente a esa manipulación grosera, hay que insistir en que la Economía que se cultiva en los círculos académicos ortodoxos, en los ministerios neoliberales y en las escuelas de negocios es una construcción ideologizada que no se orienta a resolver los problemas reales de la Humanidad. Por el contrario, cuando surgen propuestas o prácticas, como las de Yunus, capaces de transformar la realidad desde otros postulados (en el caso del ahora Premio Nobel de la Paz, desde la solidaridad, la generosidad y la cooperación, en lugar de la competencia y el lucro) lo que se hace es marginarla fuera de las fronteras “de la economía”.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que, como el propio Yunus no se cansa de señalar, que si los microcréditos ofrecidos al margen del sistema financiero convencional son tan útiles e incluso imprescindibles para combatir la pobreza, es porque no los proporcionan quienes tienen la función económica de hacerlo: los bancos y demás entidades financieras.
Yunus denuncia constantemente que la banca convencional es una fuente constante de exclusión financiera y social porque no proporciona financiación a los pobres, es decir, a quienes no pueden ofrecer más garantía que su propia persona, su trabajo, sus ideas o su capacidad emprendedora.
Por tanto, al mismo tiempo que se concede el premio a Yunus y a su Banco Grameen debería señalarse y denunciarse que hay que dar ese premio justamente porque los bancos convencionales provocan la exclusión financiera que obliga a poner en práctica, solamente a partir de la buena voluntad y con medios inconmensurablemente más limitados, experiencias financieras como las de Yunus.
En tercer lugar, reconocer el éxito de la experiencia de Yunus para combatir la pobreza a través de este tipo de pequeña financiación que no se concede con ánimo de ganancia significa reconocer también que las inmensas ganancias de la banca, su inmoral práctica financiera, no es, como se dice, la función que permite crear riqueza, empleo y bienestar en la economía. Al revés: en tanto que el uso que realiza de los recursos financieros se guía exclusivamente por el ánimo de lucro lo que se provoca es una escasez artificial, una provisión ineficiente de fuentes de financiación, porque se deja sin este tipo de recursos, precisamente, a quienes más los necesitan porque viven en situación de mayor carencia.
Por eso resulta que el lucro inmenso de los banqueros no solo es inmoral, por desproporcionado y por ajeno a las necesidades humanas más esenciales, sino que, además, es económicamente ineficiente y dilapidador.
El éxito de la experiencia financiera de Yunus, proporcionando financiación barata y generosa pero cuidadosa y exigente a los pobres, es, paralelamente, la demostración palmaria de que la economía puede funcionar sin que su incentivo esencial sea el ánimo de lucro, basándose, por el contrario, en la solidaridad y dando prioridad a la satisfacción de las necesidades humanas en lugar de a los privilegios de los ricos.
Todo lo que acabo de señalar es lo que lleva una pregunta crucial: ¿si una sola persona puede haber sacado de la pobreza a millones de personas simplemente concediendo a través de su “banco de pobres” créditos de unas pocas docenas de dólares ¿cómo puede justificarse entonces que sigan existiendo cientos de millones de pobres en el mundo mientras que los bancos disponen de miles y miles de millones de dólares?
La respuesta es clara: reconocer el éxito o el mérito de Muhammad Yunus equivale a manifestar bien a las claras el fracaso histórico de la banca capitalista.
Es un fracaso radical porque, como he dicho más arriba, se muestra incapaz de dirigir sus recursos millonarios allí donde son más necesarios. Pero no es un simple fracaso, sino que se trata de un verdadero fracaso criminal porque mientras que hay cientos de millones necesitados de unos pocos dólares para salir de la miseria los bancos se dedican a especular, a acumular beneficios millonarios que se reparten entra la minoría satisfecha, como la llamó Galbraith, y, en definitiva, a mantener un tipo de relaciones económicas que, literalmente hablando, matan y condenan al sufrimiento más innecesario e injusto a millones de seres humanos.
Por eso hay que tener cuidado ser muy críticos con las experiencias que se están dando en muchos países (muchos, precisamente, porque muchos son en los que la exclusión financiera y social se extiende de modo creciente). Me refiero a la práctica que se va generalizando consistente en que las propias instituciones financieras que provocan exclusión y que dedican la inmensa mayoría de sus recursos a la especulación o a la financiación de actividades improductivas o generadoras de empleo precario (cuando no, a puros delitos de evasión o blanqueado de dinero) se laven luego la cara concediendo un puñado de microcréditos a los “necesitados”.
Mi convicción y mi experiencia me dicen que esa pequeña financiación es necesaria (como bien ha demostrado la experiencia de Muhammad Yunus) y que hay que lograr que se extienda y multiplique, pero exigiendo a las entidades financieras que las concedan sin garantías (lo normal es que para un crédito de unos pocos cientos de euros a veces soliciten garantías incluso hipotecarias) que impliquen un sobrecoste personal o financiero insoportable y, además, que no los concedan con cargo a sus cuentas de “acción social”, sino que debería establecerse la obligatoriedad de dedicar una parte de sus recursos a proporcionar estas líneas de financiación..
El problema es, sin embargo, que lo que ha demostrado también la experiencia personal de Yunus que ahora acaba de ser premiada es que esto último no es posible conseguirlo por las buenas, al menos en la cuantía necesaria, de los bancos convencionales. Y precisamente por eso, la última enseñanza de su experiencia es que para acabar con la pobreza es necesario disponer de fuentes de financiación singularmente creadas y administradas para lograr ese fin. Es necesario que haya bancos públicos y privados que actúen sin ánimo de lucro y pongan sus recursos a la disposición de los verdaderamente necesitados. Dejar, como ha conseguido el neoliberalismo en la mayoría de los países, que todos los recursos financieros estén en manos del capital privado que sólo busca lucrarse significa lisa y llanamente renunciar a erradicar la pobreza.
Como ha demostrado Yunus, se puede salir de la pobreza pero para eso hacen falta los recursos financieros que ahora despilfarra la banca. Por eso ahora, cuando la desigualdad es mayor que nunca, es más pertinente que en ningún otro momento el plantear que se “nacionalize” la banca, en el sentido de garantizar que los recursos financieros se destinen en la cuantía necesaria a satisfacer las necesidades nacionales que pasan, sobre todo, por erradicar la miseria y la pobreza.
Quien sinceramente quiera combatir la pobreza debe hacerse primero con los recursos financieros necesarios y esos, hoy día, los tiene un capital privado egoísta e incompatible con el ejercicio más elemental de la justicia. Frente a los bancos de los ricos hacen falta “bancos de los pobres”.
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