Esta vez las encuentas tiraron a la baja y la sorpresa fue mayúscula, tan grande como inmensa será la posibilidad de la derecha política de consolidar un proyecto de gobierno sin el acoso permanente de los nacionalistas catalanes.
Aznar podrá colocarse efectivamente de árbitro centrista y de esa manera frenar el influjo de personajes como los alcaldes de El Ejido o podrá caer en el ejercicio del rodillo ahora con tintas derechistas, aunque esto último no es lo más probable si se tiene en cuenta el relevante papel que puede tener en Europa, quizá por intermedio de Rodrigo Rato como super Ministro de Exteriores, donde no están bien vistos las posturas escoradas demasiado hacia los lados.
Lo cierto es que la derecha española podrá hacer España a su aire con una legitimidad desconocida en nuestra historia. Se abre un periodo de gran interés y será útil seguir no sólo las declaraciones y las apariencias sino los procesos profundos.
Por otro lado, la izquierda ha protagonizado un batacazo tan monumental como apresurado fue el diseño de su táctica de acuerdo preelectoral.
Una de las grandes transformaciones del gobierno del PSOE fue lograr que la ciudadanía estuviera mejor formada y que fuese, por lo tanto, mucho más lista a la hora de leer lo que ocurre en la política y en la sociedad. Y parece que eso le ha pasado factura al propio partido socialista.
Almunia se ha desgañitado criticando al Partido Popular, pero mucha gente (parece que demasiada) se daba cuenta que muchas de las cosas que criticaba, como las privatizaciones o la precariedad en el empleo, habían comenzado ya bajo los gobiernos de los que él formaba parte. Su campaña ha sido esforzada, sin duda, pero carente de cualquier propuesta positiva que pudiera encandilar a la ciudadanía. Esta aprecia la crítica en lo que vale, pero no reconoce en la simple crítica los mimbres necesarios para construir de forma positiva un proyecto de sociedad que le sea atractivo.
Además, Almunia ha pagado bien caro el gravísimo error del aparato socialista cuando se desmarcó de José Borrell después de que éste ganara las primarias. Nunca serán suficientemente conscientes del gravísimo coste que en términos de credibilidad tuvo aquel proceso de acoso, por lo que tuvo de deslealtad hacia las bases y de renuncia a un candidato con carismas, con ideas y con gancho electoral.
Por lo demás, las elecciones han sido prolijas en resultados bien significativos. Es realmente relevante la permeabilidad de los votos de Herri Batasuna hacia el Partido Nacionalista Vasco, el ascenso de los partidos periféricos, aunque con la mayoría absoluta del PP no podrán jugar el papel de visagras que Pujol bordaba como nadie, y el desastre sin paliativos de Izquierda Unida, liderada por políticos como Romero que están condenados a defender lo indefendible con tal de no emprender una camino de vuelta hacia la nada, de donde vinieron.
Las elecciones acaban de demostrar que la sociedad quiere que se le hable en positivo, en términos de propuestas concretas y visualizables y eso es lo que no ha sido capaz de ofrecer la izquierda. Ese es el reto del propio Partido Popular, porque ahora tendrá que demostrar que cumple lo que dice; y ese es el reto también de la izquierda, porque si se deja llevar por el discurso reflectante que ha desarrollado hasta ahora puede esperar para el futuro tiempos electorales aún mucho peores.
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