Publicado en La Opinión de Málaga. 26-01-2004
El presidente del Círculo de Empresarios ha dirigido una carta a los futuros legisladores y gobernantes que no tiene ni un solo desperdicio. Dice en su misiva que es necesario incorporar la gestión privada en la educación, la sanidad y el transporte público urbano y que, dado su enorme coste, sería conveniente que no se suministre gratuitamente, salvo a las personas que tengan una gran necesidad económica.
Al cobrarse estos servicios, dice, se obtendrán recursos que irían a otros que llama “puramente públicos y no privatizables” como la Seguridad, la Defensa y la Justicia.
La propuesta es tan simplista que merece algunos comentarios.
En primer lugar, no hay fundamento alguno para decir que la seguridad es un servicio “no privatizable” y la educación sí. Si la seguridad, la educación o la sanidad se mantienen como servicios públicos no es porque no se puedan privatizar sino porque no se quiere. El problema no es si se puede o no privatizar un servicio, sino las consecuencias que eso puede traer consigo.
En segundo lugar, resulta que la sanidad o la educación públicas no son gratuitas, sino que se financiacian colectivamente a través de impuestos, lo que es muy distinto. Por lo tanto, cuando se propone que se privaticen no es que se quiera que dejen de ser gratuitas. Lo que se pretende es que que no se paguen entre todos. ¿Por qué? Muy sencillo, los ricos egoístas sencillamente piensan que si ellos tienen suficiente dinero para pagar su educación o su sanidad, ¿para qué van a contribuir a que la disfruten otros? Que cada uno, dicen, se pague las que consuma.
Por lo tanto, si se decide privatizar un servicio no es porque salga más caro o más barato, sino porque nos da igual que haya una parte de la población que ya no pueda acceder a él, si no tiene dinero para pagarlo. Y, por el contrario, si lo mantenemos como público es porque no queremos que nadie se quede sin disponer de él, tenga o no tenga dinero.
Se quejan los empresarios de que la sanidad y la educación públicas las reciben sin pagar tanto los ricos como los pobres. Y es verdad. Ocurre así con todos los servicios que se consideran derechos fundamentales de las personas y que, por esa razón, los Estados tienen la obligación de proporcionar a todos los ciudadanos sin distinción. En algo tan simple radica la grandiosidad de los Estados democráticos modernos avanzados.
Si el Círculo de Empresarios fuese coherente, ¿por qué no razona igual respecto a la Justicia, por ejemplo? También tendría decir que es injusto que la paguemos todos, cuando no todos ganamos igual y cuando no todos hacemos el mismo uso de los jueces y fiscales?
En realidad, la propuesta del Círculo de Empresarios tiene un único trasfondo: evitar que las clases más adineradas financiancien solidariamente el gasto de las más pobres.
Las naciones más avanzadas del planeta son las que han optado por considerar a la educación y la sanidad como derechos fundamentales, haciendo de su generalización la base del bienestar social y del progreso económico. Lo contrario, es empeñarse en avanzar yendo hacia atrás.
Es verdad que al privatizar estos servicios se abren suculentas oportunidades de negocio y que la educación o la sanidad privadas permiten ganar mucho dinero. Pero el error que cometen estos empresarios es pensar solamente en términos de ganancia.
Ninguna sociedad puede sostenerse permanentemente y en paz sin que prevalezcan otros valores, otros impulsos morales. El lucro ha sido la base de la acumulación de capitales durante cientos de años pero nunca ha garantizado por sí mismo la imprescindible vertebración social.
Hoy día nadie puede dudar del papel esencial que tienen los empresarios para la creación de riqueza. Todos sabemos que los empresarios deben ganar dinero para poder seguir invirtiendo y creando riqueza. Pero defendiendo posiciones cavernícolas y arropándose en un liberalismo primitivo y antisocial nadie llegará a ninguna parte. El mejor caldo de cultivo para la empresa, para la innovación y para la actividad económica es el bienestar colectivo y la cooperación y no la precariedad, la privación y el mundo cutre que se desprende de propuestas como estas, que huelen a alcanfor.
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