Publicado en Temas para el Debate. Mayo-2004
Los datos recientes de comercio exterior de la economía española están mostrando que ahí se encuentra el que posiblemente va a ser el mayor problema económico que vamos a padecer en los próximos años.
Sorprende que las autoridades del anterior gobierno lo pasaran por alto, incluso queriéndolo disimular bajo el aspecto de perturbaciones coyunturales, y que el actual gobierno no lo haya situado con la importancia que los datos le dan.
El problema que plantea el deterioro de nuestras relaciones económicas exteriores muestra al mismo tiempo dos grandes y graves dimensiones. Por un lado, la debilidad intrínseca de nuestro modelo de crecimiento. Por otro, la restricción exterior a la que se ve sometido y que limita extraordinariamente la aplicación de remedios adecuados que pudieran resolverlo a corto y medio plazo.
El pasado año se cerró con un incremento del déficit exterior del 32% respecto a 2002, mientras que el saldo de la balanza comercial (exportaciones e importaciones de mercancías) empeoraba un 10%. En febrero de 2004 su déficit aumentó un 17,5% respecto al del mismo mes del pasado año.
Entre otras cosas, estos datos muestran la curiosa paradoja que encierran los criterios políticos dominantes. Mientras que se demoniza el déficit público y en su virtud se priva a muchos estados de los instrumentos que pueden hacer que retomen la senda del crecimiento, se deja que aumente sin cesar el déficit exterior, que origina una sangría financiera seguramente mucho más dañina a medio y largo plazo.
Con independencia de ello, el déficit exterior manifiesta la flagrante pérdida de competitividad de nuestra economía. Según un informe reciente de La Caixa, en la primera mitad de los noventa España era el quinto país más competitivo en Europa. A partir de 1996 desaparece ya de los ranking.
Los datos de las encuentras de tendencias de competitividad para 2003 muestran que España estaba en la peor posición desde 1990 y un reciente estudio publicado por el Banco de España muestra que nuestras cuotas de mercado exterior están estancadas desde 1998.
En mi opinión, hay cinco causas principales que están provocando esta situación.
La primera de ellas es la especialización inadecuada de nuestra economía.
El comercio exterior español se basa en la exportación de productos de muy bajo contenido tecnológico, que son los que hoy día constituyen la vanguardia del comercio y, por lo tanto, los que aportan mayor rendimiento comercial y financiero a las cuentas exteriores. En Alemania, por ejemplo, los productos informáticos han superado ya a los automóviles.
Aunque en los últimos años España ha logrado aumentar algo sus exportaciones de productos más avanzados, sólo ha conseguido hacerlo en muy escasa medida. Y, puesto que además representan muy poco porcentaje sobre el total, el efecto apenas si se nota sobre el saldo comercial.
Por el contrario, los productos de contenido tecnológico bajo o medio se han mantenido sin ritmos de crecimiento suficientemente apreciables, e incluso por debajo del que mantienen nuestros competidores.
Además, nuestras exportaciones están muy concentradas. La tercera parte a la Unión Europea, y un 60% del total a cinco países, siendo la mitad de estas últimas automóviles y productos agroalimentarios.
Lo que esto significa es que el comercio exterior español está lastrado por una doble y negativa especialización: en productos de carácter tradicional y poco competitivos y, además, por su destino a áreas muy determinadas.
Este ha sido un problema tradicional del comercio exterior español al que se une una segunda circunstancia también antigua: los precios más elevados, como consecuencia de nuestra competencia más imperfecta y de nuestros procesos de producción menos eficientes.
En los últimos años no se ha logrado ni modificar la pauta de especialización del comercio exterior ni mejorar sustancialmente nuestra diferencial de precios y eso lógicamente está repercutiendo en el saldo comercial.
A ello hay que unir otro tercer factor importante.
Aunque en el último decenio se han registrado resultados en empleo que quieren presentarse como muy exitosos, lo cierto es que se trata de un empleo de muy escasa calidad que aporta muy baja productividad a los procesos productivos.
Esto provoca un problema añadido especialmente grave. Aunque los salarios en España son mucho más bajos que en la mayoría de los países con los que competimos, como nuestra productividad es tan baja resulta que nuestros costes unitarios son en realidad muy elevados. Las autoridades económicas han estado llamando siempre a la austeridad salarial pero lo que eso ha logrado ha sido mantener un modelo productivo arcaico, empobrecido y absolutamente incapaz de competir en modernidad, calidad y productividad con el del resto de los países de nuestro entorno competitivo. Además, lógicamente, de favorecer al capital en el reparto de la renta sin que esta ventaja sea el resultado de su mayor implicación en la creación de riqueza o en la modernización del sistema productivo .
Tradicionalmente, España resolvía estos tres problemas (especialización inadecuada, diferencial de precios y baja productividad) gracias a las devaluaciones. Era un mal remedio, pero era «nuestro» remedio. Muchos lo criticaban, pero lo cierto es que España nunca ha sido Alemania y que cada uno se defiende como puede. Desde que entramos en la moneda única no podemos tomarlo y la enfermedad secular de nuestra economía no puede evitarse. Por eso, los datos muestran un singular empeoramiento desde que empiezan a dejar de hacer efecto las últimas devaluaciones de los noventa.
Eso no hubiera sido tan problemático si en los últimos tiempo España hubiera hecho correctamente los auténtico deberes que implicaba la entrada en una zona monetaria común. Es decir, no sólo la convergencia nominal haciendo trampas en la contabilización del déficit o controlando deuda y precios, sino la necesaria modificación del modelo de crecimiento.
Pero no se ha hecho y esa es la cuarta circunstancia que explica la situación que trato de analizar. La etapa de bajos tipos de interés que estamos viviendo (seguramente no por mucho tiempo), no se ha aprovechado. Es más, se ha estimulado un modelo basado en el consumo y la construcción orientada a la especulación. No se ha logrado que la inversión de capital y en I+D haya permitido la modernización de nuestro aparato productivo en la única senda en la que hoy día puede conseguirse mayor competitividad: produciendo con más calidad y con la máxima diversificación.
La última circunstancia que influye sobre nuestro comercio exterior es lo que podríamos llamar el «efecto euro». La moneda única implica efectivamente un nuevo territorio, unas nuevas coordenadas para la economía española que no le son de ninguna manera favorables.
Ya he señalado el hecho de que en zona de moneda única España no puede recurrir a los remedios que tradicionalmente le habían salvado el saldo exterior. Y a eso hay que añadir que Alemania y Francia diseñaron el euro como una moneda para economías con comercio exterior superavitario. En los próximos tiempos hay que seguir esperando una cotización del euro que supondrá costes añadidos para el comercio exterior español.
Además, la moneda única implica también fortalecer la competencia en el interior de Europa y los procesos de concentración territorial y económica, lo que lógicamente revierte de manera inevitable en mucha mayor debilidad para los espacios e industrias de por sí más débiles y desprotegidos.
Este proceso tiende además a fortalecer el control estratégico de las empresas, la deslocalización y un nuevo tipo de reparto de mercado, ahora orientado no tanto a exportar fuera de Europa o entre países con barreras cambiarias, sino a garantizar la colocación de los productos en el mercado común europeo. Es por eso, por ejemplo, que ha aumentado nuestra colonización económica y la toma de posición estratégica del capital europeo en el área de la distribución, en lugar de la producción.
El euro está logrando lo que se proponía: generar un mercado cautivo para las grandes empresas europeas. El problema consiste en que quien no meta ahí la cabeza, y no parece que España esté en camino de ello, sólo estará en ese mercado en condición de cautivo.
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