El Gobierno de Aznar ha vendido a la opinión pública la idea de que la economía española va mejor que nunca y que nuestra entrada en el euro expresa un cambio de rumbo radical y para mejor de la misma.
Sin embargo, bien pronto se está empezando a notar que la cacareada convergencia con las economías europeas más potentes es más bien un espejismo que responde tan sólo a la evolución de algunas magnitudes macroeconómicas que no reflejan la verdadera realidad de las cosas. Así, ha pasado casi desapercibido el dato del déficit comercial exterior de nuestra economía, que se ha multiplicado extraordinariamente en los últimos doce meses. Se nos dice que se trata de una simple consecuencia de la crisis internacional, pero lo cierto es que el conjunto de la Unión Europea registra un notable superávit, lo que muestra bien a las claras que nuestra economía no se enfrenta a este tipo de impactos (que van a seguir produciéndose) con la fortaleza de las economías del núcleo duro del euro. Si este diferencial se ha manifestado tan grande cuando el euro ha estado depreciándose en los mercados, nuestra posición comercial relativa será mucho peor cuando esta tendencia se modifique, como tratan de lograr los dirigentes europeos.
Algo semejante ocurre en relación con los tipos de interés que el Banco Central Europeo acaba de reducir significativamente. Haciéndose ahora eco, por cierto, de las demandas del denostado Oskar Lantaine, el BCE ha querido dar aire a las economías del norte que manifiestan ya verdaderos síntomas de recesión económica. Con la rebaja de los tipos se pretende estimular la inversión y el consumo, de manera que se compense la caída de la actividad económica que se está registrando.
En España, sin embargo, esta medida ha provocado cierta preocupación porque se supone que puede tener efectos negativos sobre los precios, que están creciendo demasiado cerca del 2 por cien establecido. Por ello, que el Gobierno esté dispuesto a tomar medidas para contener estadísticamente el índice de precios actuando sobre algunos precios intervenidos.
Puede parecer paradójico que los estímulos a la actividad que benefician a las economías centroeuropeas nos afectan a nosotros de manera negativa, pero ese es el simple resultado de que la nuestra no se ha acoplado efectivamente al marco estructural en el que aquellas se desenvuelven.
Nuestra tasa de crecimiento es mayor pero éste es más problemático y más inflacionista como resultado de que nuestro modo de generar actividad económica es más compulsivo, mucho menos equilibrado y más sensible a los impactos externos. Y esto último es lo que no se Modificó cuando se hicieron los deberes de la convergencia.
Por todo ello, resulta que las políticas adoptadas por quienes verdaderamente tienen poder de decisión económica en la Unión Europea nos cogen a nosotros con el paso cambiado. Ni podemos aprovechar la inercia de la expansión, porque entonces nos aceleramos respecto a los demás, ni podremos adoptar medidas de apoyo cuando nos llegue el turno de la recesión porque les vendrían mal a los que mandan. El euro es un corsé que no permite trajes a la medida para todos. Sólo cae bien a quienes tengan talla alemana.
El Gobierno de Aznar se aprovechó de la coyuntura política en Europa, hizo encaje de bolillos con las cuentas macroeconómicas y se ufanó de haberse equiparado a los grandes. Le dio al sastre las medidas del hermano mayor, pero ahora hay que ponerse el traje y aparecer en sociedad.
También en la escuela nos creíamos que habíamos hecho bien el problema si nos copiábamos el resultado, aunque nada supiésemos de su planteamiento.
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