La finalización de los dos mandatos estatutarios del actual Rector, la puesta en vigor de la LOU y la próxima de la ley andaluza de universidades son circunstancias que sitúan a nuestra universidad en el inicio de una época de cambios que requiere renovación de las ilusiones y de los proyectos.
Para salir airosos de ella es necesario que la abordemos desde la reflexión colectiva que permita forjar un proyecto universitario capaz de mejorar el servicio que la sociedad nos demanda y que, al mismo tiempo, atraiga y aglutine en torno a sí al abanico más amplio posible de universitarios. Con esa intención me gustaría señalar tres ideas fuerza que me parece que deberían orientar el recorrido de nuestra universidad en la nueva etapa que nos aguarda.
La primera tiene que ver con el papel que la universidad tiene en la sociedad y en su entorno institucional.
Las exigencias que ya se le están haciendo a la institución universitaria son muy variadas y distintas a las tradicionales. Se nos va a exigir, al mismo tiempo, que seamos fuente del desarrollo tecnológico y creadores de un nuevo humanismo, que volquemos nuestra actividad hacia la sociedad que nos rodea pero también que contribuyamos decisivamente a su transformación, que nos encerremos en la reflexión y que a la vez ejerzamos como referentes de las prácticas sociales de vanguardia. Se nos pide la máxima eficiencia pero deberíamos lograr combinarla con el fortalecimiento de los valores cívicos, con el compromiso firme con la justicia y con la asunción de una ética civil que impida confundir el progreso con el lucro desmedido.
Nuestra universidad debe tener también una presencia activa en su entorno institucional, en los órganos de coordinación interuniversitaria y ha de jugar un papel proactivo en el sistema universitario andaluz. Fortalecerlo es fortalecer a la Universidad de Málaga, mientras que colocarse al margen del mismo o tratar de avanzar con el paso cambiado respecto de las demás universidades andaluzas sería una opción paralizante y muy negativa para la nuestra.
Una segunda idea se refiere a la necesidad de liderar nuestra universidad con sentido auténtico y moderno del gobierno, estableciendo prioridades, diseñando estrategias, adelantándose a los escenarios, corrigiendo las inercias e incentivando las prácticas académicas e investigadoras que se resuelvan con mayor rendimiento social.
¿Acaso podríamos alcanzar los niveles de calidad que la sociedad nos demanda sin afrontar con decisión y con inteligencia el papel y las condiciones en las que se imparte la docencia, el problema del rendimiento académico o sin diseñar con responsabilidad y sin concesiones corporativas nuestro abanico de titulaciones?
Hemos de ser imaginativos también a la hora de encontrar resortes que faciliten la actividad de nuestros investigadores y que consigan que sus resultados sean fundamentalemente aquellos que precisa nuestro entorno. La universidad moderna no puede limitarse a administrar grupos de investigación sino que debe orientar y gobernar, en tanto que es un eje central de las políticas discrecionales de investigación y desarrollo.
¿Y cómo alcanzar el debido rendimiento social sin modernizar nuestra estructura de gestión de cuyas limitaciones todos somos conscientes?
Es igualmente imprescindible renovar la gestión funcional de nuestros servicios, mejorar su interconexión, configurar y mejorar las redes, dar versatilidad a los puestos de trabajo e implantar una organización de los procesos que se adecue a los requerimientos de la nueva sociedad tecnológica. ¿Por qué no ser arriesgados y avanzar hacia lo que en algunas universidades extranjeras ya se experimenta como gestión integral del conocimiento?
Una tercera idea tiene que ver con la vitalidad necesaria para afrontar esta época de cambios y con el tipo de gobierno que puede favorecerla. Nuestra institución debe estar bien despierta, sin temer a la inquietud, a la pasión y ni siquiera al conflicto.
Pero una universidad viva requiere la mayor participación, y que desde el primer hasta el último universitario se sienta cómodo y partícipe de los que se resuelve y decide. Para ello es necesario que actuemos siempre desde la más absoluta transparencia.
Nuestra universidad, como cualquier otro ámbito social, no será nunca ajena a la diversidad o incluso al conflicto de intereses, pero hemos de hacerles frente procurando que predomine la amistad y la concordia, que nadie tenga miedo a disentir y sin que mantener una posición contraria sea causa de desafecto o de marginación.
Las próximas elecciones a Rector son, en definitiva, un hito crucial para nuestra universidad.
El Rector actual ha liderado nuestra universidad con enorme empeño y generosidad, marcando una huella indeleble en la historia de la institución.
Tengo la completa seguridad de que la comunidad universitaria sabrá valorar y agradecer como merece su esfuerzo y su dedicación durante estos ocho años intensos.
Ahora es el momento de forjar una nueva ilusión y un nuevo liderazgo que recojan todo lo bueno que se ha venido realizando y que nos dé un nuevo y decisivo impulso.
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