No se puede decir que el Presidente Aznar sea un político ocurrente o ingenioso, pero hay que reconocer que su expresión «España va bien» se acuñó con éxito y ha permitido popularizar la idea de que las cosas, y sobre todo la economía, funcionan correctamente en nuestro país.
La frase, sin embargo, y al igual que todos los chascarrillos, simplifica la realidad y sólo traduce una parte de ella.
No puede negarse que las grandes cifras macroeconómicas van bien. Se acaba de hacer público que nuestra economía está creciendo al 3,6 por cien, un ritmo elevado si se tiene en cuenta la amenaza de recesión de los últimos meses. Pero detrás de ese registro (que, por cierto, tampoco es para rasgarse las vestiduras) hay hechos preocupantes. Su principal detonante es el consumo y la inversión. Ésta última se concentra en la construcción y el equipamiento, lo que impulsa el empleo pero tiene un carácter cíclico muy acusado. Por su parte, el consumo se está ralentizando y es muy difícil pensar que pueda sostenerse como base del crecimiento durante mucho tiempo si no se dinamiza la actividad productiva en su conjunto. De hecho, lo que está ocurriendo es que los españoles gastamos en una buena parte de nuestra renta en bienes y servicios que compramos en el exterior, lo que significa que el consumo no impulsa con la potencia debida el mercado interno.
En particular, es muy preocupante, por no decir gravísima, la evolución del comercio exterior. España es el único país del euro con déficit exterior y eso que la cotización de éste último está bajando vertiginosamente, lo cual nos favorece. A poco que el euro se estabilice o se aprecie, como desean Francia y Alemania, nuestra balanza exterior será francamente preocupante.
Pero incluso aunque diésemos por buenos estos resultados macroeconómicos hay una cuestión esencial que el Presidente Aznar soslaya. El crecimiento económico se está repartiendo muy desigualmente.
Se acaban de publicar unos datos sobre presupuestos familiares que indican que casi un 57 por cien de las familias tiene dificultad para llegar a fin de mes y que el 60 por cien de ellas no puede ahorrar. Sólo un 13,5 por cien dice que llega con facilidad y un 1,2 por cien con mucha facilidad. Otro 30 por cien llega a fin de mes con cierta facilidad.
Eso muestra una vez más que las mejoras en la situación económica que se presentan como globales son, en realidad, de efecto muy diferente para cada familia. Ha dicho, por ejemplo, el Presidente Aznar en el reciente debate parlamentario que las familias se han beneficiado, y es verdad, de la rebaja de los tipos de interés, pero oculta que el beneficio es inmensamente mayor en las que ahorran, la tercera parte, y en las que tienen rentas suficientes para invertir en bolsa o activos financieros, muchas menos aún.
Los viejos liberales y los neoliberales de nuevo cuño siempre afirmaron que era bueno que los ricos sean muy ricos pues de ahí se desgajarán ganancias para los demás. Este gobierno se sabe bien esta lección. Ha logrado que los más ricos naden en la abundancia gracias a las reformas fiscales, a las privatizaciones y a la política económica que salvaguarda sobre todo el interés privado. Hay una apariencia de euforia y crecimiento pero de él se aprovechan con privilegio muy pocos. Ellos son los que van bien.
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