Está ahora muy de moda en Andalucía reclamar de la sociedad y de los ciudadanos espíritu emprendedor y vocaciones empresariales. A la universidad se le demanda que forme empresarios, a las administraciones públicas que actúan con estilo de empresa y a la población se le afirma que sólo tendrán el futuro asegurado si son emprendedores y capaces de crearse su propio empleo.
Estas ideas van calando poco a poco en la sociedad, sobre todo, si se tiene en cuenta que las mantienen quienes disfrutan de gran influencia en los medios de comunicación. Y están calando con toda la fuerza de su razón, pero también con todo el peso de su inconsistencia y sentido equívoco.
No puede quedar la menor duda de que sólo las sociedades y las personas emprendedoras son capaces de imponerse a las adversidades, de labrar con autonomía su propio futuro y, en suma, de ser dueños de sus destinos. Pero es completamente absurdo entender que ese carácter emprendedor es consustancial o debe estar sólo vinculado a la actividad empresarial (que no necesariamente es emprendedora por naturaleza si el ambiente económico no es de competencia, como a menudo ocurre en la realidad). Es imprescindible que sean emprendores todos los ciudadanos activos: el empresario, pero también la conserje, el artista, el albañil, la investigadora, el maestro o el conductor de autobuses, por poner unos cuantos ejemplos. Una sociedad es emprendedora no cuando tiene una clase reducida que lo es, sino cuando todos sus ciudadanos asumen ese valor como propio.
Por eso, es un discurso pobre, oportunista y equivocado el que realizan los líderes empresariales (que no necesariamente empresarios) cuando quieren adjudicarse como propio algo que debería promoverse para toda la población.
Sorprende igualmente que la demanda de este espíritu emprendedor la realicen ahora las clases más adineradas (aunque bien está lo que bien acaba) porque fueron precisamente ellas las que abortaron la iniciativa, la formación y el protagonismo vital de la sociedad andaluza, las que no supieron comprometerse con el capitalismo emergente y las que dilapidaron sus fortunas en grandes negocios, en lugar de en verdaderas empresas. De ellas es en una buena parte la culpa de nuestro retraso y, muy en particular, que nuestra población sea en conjunto menos emprendedora que la de otros territorios.
Es muy injusto también que se vincule la ausencia de este espíritu a la existencia de instituciones que garantizan el bienestar social y, en particular, a las transferencias sociales que cumplen un imprescindible papel redistributivo. No puede olvidarse, por ejemplo, que Cataluña recibe más transferencias per capita del Estado que Andalucía, y eso no hace que se califique a sus ciudadanos de poco emprendedores. Es otro tipo de prebendas las que de verdad hacen que una sociedad sea acomodaticia e inerte. Y no podemos olvidar que las organizaciones empresariales, junto a los sindicatos, son hoy día quizá quienes más voluminosa subvención reciben, hasta el punto de que es una realidad inegable que sus dirigentes son verdaderos funcionarios, burócratas que en la mayoría de las ocasiones ni son o no han sido ni trabajadores ni empresarios. Una cosa es la justicia social, que puede ser incluso un estímulo económico, y otra la prebenda, la regalía y la subvención de la que disfrutan en mucha mayor medida las grandes empresas y los ciudadanos más ricos y privilegiados.
Estas confusiones terminan por tener una gran influencia en la política concreta. Oí decir en el Foro Andalucía Siglo XXI al Presidente de los empresarios andaluces que para favorecer el espíritu empresarial habría que procurar que los ayuntamientos dieran medallas y homenajes a los empresarios. (Qué lejos estamos todavía de tener una clase dirigente empresarial moderna, seria y verdaderamente emprendedora! Quizá tendrían que tomar ejemplo de tantos ciudadanos, verdaderos empresarios, funcionarios o trabajadores que no buscan tanta sombra del poder y se limitan, sin embargo, a hacer bien su trabajo.
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