Editorial de Altereconomía, noviembre de 2007
A pesar de que el enemigo soviético ha desaparecido, el gasto militar sigue aumentando en todo el mundo. Eso demuestra, entre otras cosas, que su ingente expansión a lo largo de todo el último siglo no depende solamente de la necesidad de «defenderse» frente a los terroríficos enemigos de los que a menudo se habla.
Lo que ocurre en realidad es que el gasto militar ha pasado a formar parte del engranaje productivo del capitalismo como una fuente más, e incluso privilegiada, no solo de poder militar, sino de ganancia.
Por eso es tan evidente hoy día que el incesante y preocupante aumento del gasto militar en todo el mundo responde no sólo a factores estrictamente políticos sino también, y muy especialmente, a cuestiones económicas de extraordinaria importancia.
Las cifras que cada año mueve la industria de armamento muestran que este sector se ha convertido en un pilar básico de la moderna economía neoliberal.
En 2006 los gastos militares mundiales superaron los alcanzados en la etapa de la guerra fría [1], a pesar de que actualmente la situación política internacional es sustancialmente distinta a la de entonces. Y en España, el gasto militar reflejado en los presupuestos del generales del Estado para el año 2008 [2] se sitúa ya en un 2’23% del PIB (23.052 millones de Euros).
¿Qué se encuentra detrás de esta tendencia?
En su último libro titulado «La doctrina del Shock», la profesora Naomi Klein estudia y demuestra la relación existente entre la destrucción material de un país y la inmediata llegada de las políticas neoliberales, de modo que la crisis así generada se aprovecha para incrementar los beneficios empresariales. El caso de Irak es paradigmático: un país que sumido todavía en el caos, como consecuencia de una guerra por el control de sus recursos naturales, comienza a emplear inmediatamente el recetario liberal basado en privatizaciones, desregulaciones y reducciones de gasto público.
Lo que ocurre es que, se quiera o no, cuando se realiza gasto en armamento se termina disparando, y por eso hay que hablar muy claro, sin tapujos: el gasto militar no es hoy día sino una forma criminal de hacer negocio que tiene terribles consecuencias.
Para justificarlo se recurre a pretextos políticos que no tienen más que un único objetivo: infundir el miedo suficiente para hacer socialmente tolerables los excesos de militarismo y de los recursos económicos que se dedican a mantenerlo y reforzarlo.
De ahí que haya sido necesario vincular el poder mediático al lobby armamentístico y ambos a los representantes democráticos que toman las decisiones políticas finales.
Por eso tampoco es de extrañar que las partidas presupuestarias relacionadas con el gasto militar se presenten con un gran oscurantismo, medio escondidas gracias a la opacidad estadística y confundidas con otras que tratan de disimular el extraordinario esfuerzo inversor que absorbe la investigación y la producción en la industria del arma. En España, la utilización regular por parte del gobierno del llamado Fondo de Contingencia, carente de indicadores de seguimiento, para dirigir recursos económicos a actividades militares es una prueba más de esta falta de transparencia.
Es sólo de este modo que el gobierno consigue vender la idea falsa de que el Gasto Militar no crece, cuando lo realmente cierto es que imputa sus gastos adicionales a otras partidas como esta.
El fenómeno militar es también en cierto modo paradójico. La economía cuantifica como positiva la producción de armamento, incrementando así el PIB nacional, al mismo nivel que otro tipo de producción.
¿Qué civilización «superior» es esta en donde matar se convierte en un medio más para satisfacer el constante crecimiento económico?
Y, por cierto, qué paradójico y revelador es, también, que el aumento en las partidas de gasto militar sea el único que no preocupa ni es criticado por los economistas neoliberales, cuando se trata de un gasto, no sólo socialmente improductivo y nefasto, sino también muy inflacionista y generador de esa burocracia que tanto rechazan cuando está vinculada al gasto social.
Para colmo, y como es bien sabido, el incremento del Gasto Militar está también directamente relacionado con la ineficiencia creciente de la ayuda al desarrollo, ya de por sí precaria. Unas veces, porque se consideran ayuda los recursos vinculados al aumento de la capacidad de matar y destruir. Otras, porque se induce a la guerra y se facilita el conflicto poniendo en manos de esos países instrumentos de destrucción y muerte.
La incoherencia de nuestra época, de los dirigentes neoliberales de nuestra época, es brutal, deleznable e incontestable.
¿Cómo hablar de paz al mismo tiempo que se gasta más dinero en armas?
¿Cómo se pueden compatibilizar propuestas de paz como la Alianza de Civilizaciones con un incremento continuo y desmesurado del Gasto Militar?
¿Cómo creer en la sinceridad de quien habla de combatir el terror y luego incrementa los instrumentos de tortura y se dedica a crear cada vez más instrumentos de explotación, de dominio brutal y de muerte?
Oponerse al incremento del gasto militar, lograr de modo efectivo su continua disminución y el aumento paralelo de los recursos destinados a fomentar el bienestar y la paz son los prerrequisitos inexcusables del progreso, de la justicia y de la democracia en nuestra época. No hay opción intermedia.
Notas:
[1] http://www.oxfam.org/es/news/2006/pr060922_arms_record
[2] «El escándalo del Gasto Militar», José Toribio. http://www.altereconomia.org/documentos/GM_2008.pdf
Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa son coordinadores de Altereconomia.org
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